Parte 1 Sin Título

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Desde niña siempre había querido estudiar turismo. Su madre y el segundo marido regentaban un hotel rural a las afueras del pueblo, y solían viajar mucho a lo largo del año, quedando ella al cuidado de los abuelos maternos, y, cuando regresaban, acostumbraban a traer varios recuerdos de los lugares por los que pasaban y que después iban colgando en las paredes comunes del hotel. Cuando fue haciéndose un poco más mayorcita, les pedía los típicos folletos informativos que se pueden conseguir en las oficinas de turismo. Tenía cajas y cajas llenas de esos panfletos y los iba clasificando según el país o la provincia, si se trataba de España. Fue así como empezó a aficionarse al turismo y decidió sacar el grado en Turismo en la Universidad de A Coruña. Al principio su familia intentó quitarle esa idea de la cabeza argumentando que vivían en un pueblo pequeño de apenas 6000 habitantes, 29 por kilómetro cuadrado, pero ella no abandonó su sueño. Cumplía todos los requisitos exigidos por la prestigiosa escuela:

Interés por las diversas culturas.

Empatía y sensibilidad por aspectos sociales.

Fácil comunicación.

Dominio de idiomas.

Iniciativa y creatividad.

La carrera duró cuatro años que para ella pasaron tan rápido que, cuando quiso darse cuenta, tenía la titulación en las manos. Durante ese tiempo, su familia amplió el negocio inaugurando varios hoteles rurales más por los alrededores, y con la expectativa de salir de la comarca hacia otras provincias.

Dos días después de conseguir la licenciatura regresó a casa. Echaba mucho de menos las comidas caseras que le preparaba Hortensia, la cocinera de toda la vida y del primer hotel que había sido fundado por su abuelo materno; además de la persona que la crió, junto a sus abuelos. Esa mujer era todo amor, bondad y simpatía. Cuando la vio entrar por la puerta de la hospitalaria cocina, se abrazó a ella. Había pasado toda su vida elaborando platos para la familia Andrade, y los huéspedes del hotel, y nunca se había preocupado por crear su propia familia, tener hijos, una pareja con la que compartir momentos, la vida en general.

—¡Qué ganas tenía de verte, mi niña! Tus ojos brillan como nunca los había visto —habló la risueña mujer que por aquel entonces rozaba los setenta años.

—Tú siempre me ves con buenos ojos, Hoti. Lo mismo me dijiste cuando vine en Semana Santa —susurró la joven mientras la abrazaba y le daba varios besos en la frente.

—Pamplinas. Te digo que centellean más que nunca. ¿No estarás enamorada? —preguntó, tomando sus manos para mirarla de frente.

—¡Qué no!

Tamara se soltó de su agarre y entró en la cocina. Delante de los fogones estaba Ana, su ayudante de cocina.

—¿Qué vamos a comer hoy? Huele muy bien.

La cocinera veterana se acercó y levantó la tapa de una enorme cacerola.

—Hoy toca callos —aclaró, acercando la nariz para olfatear el agradable olor que ascendía hacia el extractor.

—Ay, Hoti. Va siendo hora de que dejes los fogones y descanses. Ya no tienes cincuenta ni sesenta años y te has ganado la jubilación. ¿No te apetece salir a pasear o acercarte hasta la playa?

—¡Tantas ganas tenéis de verme lejos de aquí! Que si tu madre, que si tu padre, que si la Ana, que si mi hermana que está ingresada en una residencia de ancianos. Pues no. No me siento cansada ni tengo la necesidad de irme de aquí. Todos los días doy mis dos paseítos por los jardines del hotel, leo el periódico y hasta echo la siesta a eso de las cinco. Me gusta lo que hago y soy feliz a vuestro lado —su voz se enterneció al pensar que ellos eran su familia—. Pero si en algún momento molesto solo tenéis que decírmelo y lo entenderé. Ya se lo he dicho también a tu madre.

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⏰ Last updated: May 02, 2018 ⏰

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