1. LA CITA

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Una mañana de Miércoles, Laida se despertó con los quejidos que provenían de la planta superior de su habitación. Al levantarse, lo primero que hizo fue asomarse por la ventana para comprobar si todos cumplían con las leyes estipuladas del reino. Al darse la vuelta para dirigirse al vestidor, su mirada se dirigió en menos de un segundo hacia el reloj de luz con agujas de plata e incrustaciones de obsidiana, era tarde, demasiado tarde, tenía una cita con el representante del reino vecino.

Laida llamó a sus criadas para que la prepararan lo antes posible y proceder a dar la bienvenida a este representante. Ella no obedecía, tampoco respondía ante nadie, pero siempre pensó, que una buena imagen transmitía más su personalidad. Era muy preciso no mostrar ningún signo de debilidad ante el representante del reino vecino.

Mientras salía de su habitación, lista y con aires de grandeza, en cuanto pisó la primera baldosa del pasillo y vió a su consejero que no la había despertado con antelación para la cita, le dedicó una mirada asesina, y en su caso, era literal. Su mirada era como una sentencia de muerte firmada a fuego, ni aunque tuvieras en tu poder la gema del Fenix, no podrías huir de un fatídico final.

Cuando le dieron la noticia de que el representante del reino adyacente bajaba del carruaje, ella solo pensaba en terminar con la pantomima del protocolo de reina benevolente. Laida no podía odiar más a su rey vecino, pero no le convenía desatar una disputa entre ambos, ella guardaba incontables secretos, prefería no causar una Guerra que la perjudicaría en algunos de sus planes.

Al llegar al salón de reuniones, donde se hallaba el representante, que con un elegante gesto, expuso un manuscrito que describe perfectamente el tratado de paz que llevan negociando desde hace varios meses. Laida se percató de que en aquel manuscrito se informaba de que en caso de guerra inminente, esta, osease, Laida, debía proporcionar tropas y apoyo al reino vecino.

Al verse en dicha situación ella no pudo evitar lanzarle aquel documento a la cara del representante, cuando el pergamino empezó a caer lo primero que vio fue una gran espada de acero, Laida le dirigió unas palabras: - dile a tu rey, por enésima vez, que mi reino no estará bajo sus órdenes, ni para sus batallas, ni para cualquier otra cosa. ¡AHORA LÁRGATE Y NO ME VOLVÁIS A HACER ENFADAR!- ella tenía un semblante serio, pero se le notaba toda la ira recorriendo sus venas.

El representante lo recogió todo y se dirigió hacia el carruaje, hasta que no llego al carro, él prefirió no mediar palabra hasta no sentirse a salvo, cuando ya salieron de las tierras de la reina, que se distinguían por tener diversos grupos de cinco hombres cada veinte metros vigilando las calles. Él no se pudo sentir a salvo,no pudo conseguir lo que quería y se marchó indignado a su correspondiente reino.


¿Amor o esclavitud?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora