PRESENTE

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05 de septiembre del 2012

—Oye, Julie, nunca me has dicho por qué nunca asististe a la escuela.

Juan contempló la expresión de Juliette, que dejó de sorber la malteada con la pajilla y se decidió por prestar atención a las tostadas frente a ella.

—¿No lo hice?

—Sabes que no.

—Mis padres. No les gusta. ―Juliette mordió la tostada, cerrando los ojos al comenzar a masticar y Juan la miró con diversión.

Juliette es una gran amante de la comida. Cada día durante el desayuno, Juan puede jurar que ella está comiendo su primera tostada o que está tomando su primera malteada. Sus ojos siempre se cierran al masticar y cuando los abre y los enfoca en él, lucen tan brillantes y llenos de vida que a Juan casi le es imposible el respirar.

—Ayer dijiste que ibas a contarme algo importante ―dijo Juliette, sonriendo con esa expresión que Juan ama―. ¿Qué es? Estuve pensando en ello toda la mañana.

El muchacho observa con embelesada atención el cómo los dedos de Juliette se retuercen entre sí en un hábito desesperado por saber algo que le es desconocido.

Para Juan es agradable saber cosas que Juliette no, porque Juliette siempre sabe mucho e incluso recuerda cosas que él no es capaz de recordar.

—Vamos, Juan... vas a matarme.

—No, no te voy a matar y tú no te vas a morir.

—Oh, lo haré. Voy a morirme.

—No, no lo harás —replicó Juan con una sonrisa—. No puedes hacerlo, no te lo permito.

—Eso es injusto. Soy mayor, no puedes no permitirme cosas, Juan. —Juliette apretó los labios, levantando la pajilla del vaso para señalarlo—. Soy tu superior. Señora ya me puedes llamar.

— ¿Señora? —Juan le envió una mirada divertida, pero retomó el tema casi de inmediato cuando la muchacha frente a él no dijo nada más— Bien, te lo diré. —Juliette sonrió—, pero...

—Oh, no... no. Vamos, por una vez.

—No. Hay una cosa que debes hacer primero.

—No voy a besar de nuevo a tu extraño gato —dijo Juliette de inmediato, entornando los ojos mientras negaba solemnemente con la misma expresión que hizo cuando Juan se lo pidió la primera vez—. No lo haré. Jamás de nuevo.

—¿Por qué te haría besar a mi gato, mi Señora? —Bromeó, recordando que Juliette le hizo jurar que negaría todo después de haber besado al gato—: Eso no sucedió nunca. ¿De qué hablas?

Juliette lo miró con una expresión desconcertada mientras la pajilla se le cayó de los dedos. Abrió la boca, balbuceando algo extraño y luego apretó los labios, bajando la mirada.

Juan se pegó al respaldar del mueble al contemplar lo pálida que Juliette se puso en cuestión de segundos, pero no dijo nada.

Había una alarma rebotando en cada rincón de su corteza cerebral, le dio dolor de cabeza, pero no le fue útil cuando necesitó reaccionar puesto que intentaba ser gracioso, no más que eso. No obstante, la expresión en el rostro de Juliette comenzó a dejarlo helado.

Cuando la muchacha tembló y el desayuno se deslizó a un lado, Juan supo que debía levantarse; no porque la alarma se lo dijera, sino porque sus ojos habían dejado de enfocar a Juliette frente a él en la mesa y ahora la seguían como si estuviesen fuera de sus cuencas hacia la salida del Café Azul.

—¡Julie, espera!

Juan la siguió fuera del café, cargando con la guitarra y la partitura que había estado escondiendo bajo la mesa. Corrió calle arriba mirando la espalda de Juliette cada vez más lejos y cuando su horrible condición física le impidió alcanzarla, Juan se detuvo en medio de la calle, intentando recuperar el aliento.

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