Siendo un programador, uno de mis más grande sueños siempre fue desarrollar un juego original, algo sin precedentes en la industria de los videojuegos. Después de jugar Spore, me quedé intrigado. Era un intento por hacer que las personas tomaran en sus manos un universo. Después de investigar lo que hacía a los juegos ser populares, llegué a la conclusión de que el aspecto principal de todo ellos era el control.
En la vida cotidiana, las personas carecen del control del medio que los rodea. Se les dice que hacer, a donde ir, como vivir. Sus trabajos consisten en mantenerse de pie o sentados durante ocho horas y sólo así pueden regresar a sus hogares. No resulta un misterio su infelicidad.Para muchas personas, los videojuegos son una válvula de escape hacia un mundo donde toman el control, o donde viven una vida imaginaria extraordinaria llena de aventuras. Este aspecto de control generalmente puede encontrarse en juegos de estrategia, o de aventuras en el estilo RPG.
Veía a los juegos como The Sims, y noté que lo que lo hacía tan popular no era solamente la ilusión de control, sino el grado de control. Aquí tomas posesión de la vida de las personas.
Antes de que llegara The Sims, existía SimEarth. Un videojuego donde no se controlaba a los individuos de forma particular, sino a la Tierra entera. En conclusión, decidí que tenía que crear un videojuego que involucrara estos conceptos.
Spore era un videojuego en que el jugador simplemente “guiaba” la evolución. Lo que hacía de Spore un total fracaso era la falta de un control real que las personas tenían. Difícilmente podría compararse con la evolución en el mundo real.
Para hacer eso, comencé desarrollando un sistema de física. Conozco poco de la física, pero decidí meterme a fondo y crear una versión simplificada donde ciertas partículas lograban interactuar de formas específicas. Cuando se trata de esto, la física se convierte en problemas matemáticos extensos y complejos.
Desarrollé módulos de simulación para la energía y la materia, eran sistemas simples, como un Sol que irradiaba energía, rodeado por una planeta que aprovechada tal poder.
Después decidí crear células básicas desde cero, mismas que estaban “codificadas” para desarrollarse en el sistema en que fueron diseñadas. Vivían gracias a la energía irradiada desde el Sol, y poseían un código “genético” que codificaba las sustancias que producían. Supongo que podría llamarlas mis eucariontes.
Al paso de unos cuantos minutos mi planeta se encontraba rebosante de estas células, que después pasaban a mutar. Las células más eficientes en convertir la energía del Sol en substancias útiles para dividirse, sobrevivirían. Era algo aburrido, pero funcionaba.
Después decidí hacer una expansión del sistema de física, forzando a las células a crear residuos tóxicos que, al paso del tiempo, terminarían matándolas. Noté que algunas células respondieron a esto creando menos.
Otras respondieron produciendo algo para desechar estos residuos. Sin embargo, otras desarrollaron reacciones químicas para “limpiar” esos residuos.
Y algo más fascinante sucedió después. Ejecutando la simulación durante algunos siglos (algunos minutos en la vida real), algunas células producían cantidades enormes de estos residuos a propósito. Noté que eso provocaba que otras células perecieran. Los primeros predadores habían surgido en mi mundo.
Con la llegada de los pequeños predadores, la diversidad en este pequeño mundo simulado creció exponencialmente. La respuesta de algunas células era escapar cuando se encontraban con la toxina. Otras desarrollaron resistencia y algunas de ellas empleaban la toxina para crecer más.
Algo interesante sucedía. Las células que huían, solían agruparse con las que aprovechaban las toxinas. Se mantenían en grupo y se ayudaban unas a otras. Eventualmente se unieron entre sí. Formaban extrañas simbiosis, donde la célula que por lo general huía de la toxina, ahora buscaba los sitios donde encontraba estos residuos, y entonces la otra célula consumía la toxina proporcionando energía a su compañera.
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La vida en la máquina
Short StoryUno de los mejores creepy-paste que he leído. Vale toda la pena.