Canciller Choi

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¡SHISHIMATO VIVE!

¿Qué significa esto? Deja caer la hoja negra frente a la mirada atónita de su padre, quien lo encara con la sonrisa desapareciendo de su rostro.

—¡Esos malditos! ¿Dónde encontraste eso? —Sus ojos pequeños y saltones se sacuden por el miedo, su frente se perla por el sudor y el escaso cabello cano pierde su forma cuando lo despeina con sus manos temblorosas.

Casi puede saborear el pánico de su padre.

—Estaba frente a mi puerta—. Golpea el escritorio metálico entre sus cuerpos con la mano derecha y fija la mirada en su progenitor—. Alguien violó tu programa de seguridad y eludió a tus guardias solo para dejar este maldito papel en mi puerta.

Ve la vena que se ensancha y palpita en su frente sudorosa y brillante, el tipo está aterrado y confundido. ¿Cómo pudo alguien flanquear la seguridad del palacio de gobierno? ¿Quién lo hizo? ¿Por qué?

—Shishimato vive, padre—. Tensa la mandíbula y forma puños con las manos, tiembla de pies a cabeza de impotencia, porque recuerda ese día, cuando las banderas se izaron y el vocero promulgó la muerte del terrorista Shishimato. Recuerda las festividades en honor a su muerte, las flores rojas y negras desperdigadas por el Camino de la Justicia –el nombre bonito de lo que el pueblo entero conocía como El Sendero de la Sangre. Recuerda los ojos emocionados de los niños cuando se les decía que el enemigo de la nación estaba muerto, cómo cada ciudadano festejó con la noticia.

Morbosos. Crueles. Cobardes.

—¡No! Ese animal está muerto, tú lo sabes, yo lo sé. ¡El pueblo entero lo sabe!

Inconscientes. Imbéciles.

—Entonces ¿¡qué mierda significa esto!? —Sacude la hoja frente al rostro agitado de su padre y saborea el poder que esas palabras ejercen en el espíritu tambaleante del hombre, tan poderoso a ojos ajenos, tan débil frente a su único hijo.

Los guardias personales del Canciller solo observan, probablemente se regocijan en el miedo del hombre más poderoso de la Nueva Corea Unificada.

—¡Guardias!— Un par de hombres armados, a diferencia de los que están adentro, y vestidos de negro, aparecen bajo la puerta metálica de la oficina, ambos de miradas estoicas y pasos firmes. Lo recorren de pies a cabeza, lo desprecian e imaginan su muerte.

Todos lo ven como el niño mimado, el que tiene todo lo que quiere sin mover un dedo, simplemente el hijo único del Canciller Choi. Pero él les devuelve la mirada insolente, Choi JunHong no le teme a nadie y ellos ya deberían saberlo.

—Redoblen la seguridad en las habitaciones de mi hijo, nadie tiene permitido acercarse a él sin mi autorización, en especial este día–

—¡No! Padre, ya vimos lo inútiles que son tus guardias, me encargaré yo mismo de eso.

Sin esperar la réplica del Canciller, deja la oficina con pasos firmes y decididos. Si la muerte planea alcanzarlo hoy, puede intentarlo.



—Padre, ¿qué significa esto?

La pantalla LED en la esquina de la calle mostraba solo una imagen azul de advertencia, mientras que una voz repetía una y otra vez las mismas palabras.

—Estado de emergencia. Permanezcan en sus hogares. Estado de emergencia. Permanezcan en sus hogares.

Con catorce años, Choi JunHong había vivido los suficientes «estados de emergencia» como para saber que se debía al inminente ataque de la Orden Mato, un violento grupo reaccionario en contra del gobierno.

La cultura de la muerte [BangLo]Where stories live. Discover now