Gotrek y Félix MataChamanes

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COLECCIÓN WARHAMMER FANTASY

LAS AVENTURAS DE GOTREK Y FÉLIX

MATACHAMANES

VOL. 11

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                                                                                         Uno  

Félix Jaeger, bajo el gris cielo invernal, se detuvo al alzar la mirada hacia la mansión que su padre tenía en Altdorf. ¿Tenía aspecto de casa cerrada o era sólo su imaginación? Sin duda, los escalones de mármol no estaban tan sucios la última vez que había visitado la mansión. Ni las cortinas estaban echadas. Subió la escalinata hasta la puerta y volvió a detenerse.  

Desde que había encontrado el anillo de su padre enhebrado en un cordel que rodeaba el cuello de un asesino skaven, en una playa del mar del Caos, Félix había ardido de febril impaciencia por regresar a Altdorf y descubrir qué le había hecho al anciano aquel villano con cara de rata. Pero ahora, en las puertas del descubrimiento, le resultaba difícil continuar.  

Durante más de un mes, el miedo y la incertidumbre habían inundado su corazón. ¿Cómo había llegado el skaven a poseer el anillo? ¿Le habían hecho daño a su padre para conseguirlo? ¿Lo habían matado? ¿Habían robado la joya, simplemente, y dejado vivir al anciano? Las preguntas habían martilleado sin parar dentro de la cabeza de Félix mientras él y sus compañeros realizaban el desesperantemente lento viaje de regreso a la civilización. Pero por mucho que lo había enloquecido la impotencia de no saber, de pronto Félix temía aún más al conocimiento. Si sabía, tendría que permitir que salieran al exterior las emociones que había estado reprimiendo. Si sabía, tendría que hacer algo.  

Se maldijo y cuadró los hombros. Era como un hombre a quien le diera miedo que le cosieran una herida: la expectación era peor que el acto. Era mejor soportar el dolor, cerrar la herida y sanar.  

Llamó a la puerta.  

No hubo respuesta. Llamó otra vez y continuó esperando, mientras el temor llenaba su corazón. Y entonces, justo cuando estaba pensando si debería buscar el modo de entrar por la fuerza en la casa, oyó que accionaban cerraduras y descorrían cerrojos. La puerta se abrió, y el grave rostro gris del mayordomo de su padre lo miró desde el interior.  

Está ...? preguntó Félix, vacilante.  

Vuestro padre ha muerto, señor replicó el mayordomo . Lo lamento,  

señor.  

Un llameante torrente de cólera y pesar inundó a Félix. Lo sabía, por supuesto, lo había sabido desde elprincipio, pero una cosa era saberlo en el fondo y otra muy distinta era oírlo declarar como un hecho.  

,Y... tartamudeó , y cómo sucedió?  

El mayordomo hizo una pausa cuando un breve destello de miedo alteró su solemne rostro, y luego volvió a hablar.  

Vuestro hermano está aquí, señor. Tal vez deberíais hablar con él.  

Félix palideció. Otto estaba allí? ¡Hablar con él era lo último que quería hacer! Por otro lado, tendría que verlo antes o después. Sin duda, había asuntos legales de los que ocuparse. Suspiró. No tenía sentido esquivar lo inevitable.  

Muy bien dijo . Llévame hasta él.  

El mayordomo abrió la puerta del estudio del padre de Félix, una larga habitación oscura cuyas paredes estaban cubiertas de librerías llenas de libros e iluminada por un pequeño fuego que ardía en el interior de una amplia chimenea. Cerca del exiguo fuego había un ancho escritorio, casi enterrado bajo libros de contabilidad, pilas de documentos, rollos de pergamino y carpetas de cuero y rodeado de cofres y cajas fuertes, encima de los cuales había aún más documentos y libros. Ante el escritorio, casi completamente oculto por aquella montaña de papeles, estaba sentado Otto, con una pluma en una de sus manos regordetas, la calva cabeza inclinada, examinando con ojos miopes un libro de contabilidad a la  

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⏰ Última actualización: Jun 30, 2014 ⏰

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