Mientras andaba, observaba como los árboles se mecían al compás del viento, como si estuvieran descubriendo una melodía nueva. Las hojas de un otoño prepotente sonaban con cada paso que daba. El sonido de la gente se hacía más difuso, se escondía atrás del arrogante ruido del tren. La luna iluminaba como nunca antes lo había hecho. Ese día había salido con tiempo ya que desde el trabajo me habían avisado que me necesitaban una hora más tarde, así que traté de calmar mis pies y disfrutar de andar sin prisa alguna. Nunca había caminado por estos lados. Aquellas calles no me parecían para nada familiar. Cabe recalcar que ser un trotamundos no es algo que tenía en mente para mí. Si existiera una persona rutinaria, donde salirse de su camino habitual simbolizaba caos mental, ese seria yo.