La Diabla (parte 2)

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Tenía 26 años y un hijo de cuatro, que cuidaba su madre. Era de piernas gruesas y fuertes, tenía pelo negro largo y ojos color café claro. Siempre sonreía. Desde adolescente era trabajadora sexual, salvo dos años en que estuvo casada con un piloto de bus urbano. A su marido lo mataron cuando no pagó la extorsión que cobraba la pandilla. Así que tuvo que volver al trabajo, porque no sabía hacer otra cosa. Contaba todo esto como si estuviera hablando de otra persona, como para defenderse del sentimiento. En la calle hay una tiene que ser dura, decía.

—No mirás pues Chepe, ayer un taxista no me quería pagar y le tuve que dar un picazo en la cabeza. Y después una es la que los trata mal —llegó contando a gritos un día—. De gratis una no les va a aguantar lo hediondo. Cuando queráis llegáte y te hago un buen servicio. Vos te mirás limpio.

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