I. El Reino de los Cielos

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Tengo un gran rato viéndolo, casi desde que llegó, sus lágrimas han lubricado las vías del tren que tiene debajo. Después de tanto tiempo aún siento pena al saber que alguien llega a este punto donde ven a la muerte como su última opción. Siento su desesperación, pero no siempre puedo hacer algo para salvarlos.

―¿Estás seguro? ―pregunto mientras me paro a su lado. Pega un pequeño brinco al escuchar mi voz.

―Ya no me queda nada. ―Llora amargamente.

―¿Nada? ―Veo a lo lejos la luz del tren que se aproxima.

―No intentes detenerme ―amenaza.

―No quiero detenerte.

―Déjame morir en paz entonces. ―Un sollozo escapa de sus labios.

―Tu abuela materna, nunca la había visto tan triste como hace unos minutos atrás.

―Ella está muerta ―agrega con voz temblorosa.

―Lo sé. ―Casi se desnuca al voltear a verme― La vi hace poco. Se le hacen unos hoyuelos muy lindos cuando sonríe. ―Viendo hacia abajo puedo ver los rieles del tren. Si se arroja espero que la caída lo mate o será muy doloroso.

―¿Cómo... quién eres?

―Un ayudante de Dios.

―¿Un ángel?

―Nos conocen así, sí.

―¿El que estés aquí significa que voy a morir?

―Estoy aquí para evitar que eso pase.

―¿No estás aquí para llevarme?

―No, no es mi trabajo.

―Entonces, ¿qué quieres?

―Salvarte de la condena.

―¿Cómo sé que no es un truco?

―Te llamas Arturo, tienes cuarenta años. Por la forma de la panza de tu mami pensaron que serías niña y estuviste en un cuarto rosa los primeros meses de tu vida. Naciste un mes antes de lo previsto. Al igual que tu hija. ―Tomo una pausa― Lamento mucho lo que pasó. ―Cierra sus ojos y comienza a llorar de nuevo. Ahora se aferra al puente con una sola mano.

―Sólo quiero estar con ella.

―¿Qué hay de Lizzy? ―Me apoyo con los antebrazos en la fuerte estructura de hierro.

―Yo... yo no puedo vivir sin ella, era todo para mí. Su primera palabra fue papá, ¿sabes? Mi mundo giraba en torno a ella... no puedo más.

―¿Tú crees que ella lo soporte? Ya perdió a una mitad de su corazón y ahora quieres quitarle lo poco que le queda.

―Nos costó tanto tenerla. Perdimos a tres bebés antes de ella... era una bendición que nos duró sólo diez años. ¡Diez! Yo debía morir no ella.

―Ojalá funcionara así. Ningún mortal puede cambiarlas.

―Quiero hablar con Él.

―Tú y siete billones de personas más. ―Sonrío― Ella cumplió con su destino en la tierra y debía regresar a donde pertenece. Nunca fue tuya, el universo te la prestó un rato. Tuviste la oportunidad de conocer el amor más puro y noble, no todos tienen ese privilegio.

―¿Qué hago ahora que no está?

―Mantenerla viva en tu corazón hasta que te toque estar con ella de nuevo.

―No es fácil. ―Puedo palpar la infinita tristeza en su voz.

―Para nada. Apesta tener que acostumbrarte a la ausencia; cada día que pasa sientes que la olvidas y eso te mata porque parece que le faltaras el respeto a su memoria, pero no. Es el ciclo de la vida. Te adaptas a las nuevas condiciones. No pasa nada si un día no la extrañas, sabes que en tu corazón la llama de su amor te mantiene vivo.

Lost and DamnedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora