Clavos

14 2 3
                                    

Miro hacia dentro y solo veo una pieza desgastada. Un cuerpo de madera clavado en la pared como una marioneta, dejando que el peso tire de mí hacia abajo, con rabia. 

El día que se fue. Aquella hora, aquel momento exacto perdido en mi memoria. Cuánta niebla, cuanto desgaste. Desgaste como el de la suela de mis zapatos, desgastada como las páginas de un cuaderno reutilizado mil veces, como las esposas que aprietan las muñecas de los presos. Ella siempre me decía que no debía torturar si no quería ser torturada, que el dolor es incansable y que una vez dentro no saldría así como así. El dolor. Basta con eso para que tus actos se conviertan en armas de doble filo. A veces pienso que me habría gustado ser como ella, indolora, inmarcesible. Ella lo sabía, lo sabía todo. De hecho, más de una vez me advirtió, pero yo preferí seguir con mi desgaste, rompiéndome, ensuciándome. El día que mueras, me decía, serás enterrada junto a los cipreses. "El día que muera", pensaba yo, que lejano quedaba eso. Pero poco a poco esa lejanía pasó de ser un "ya llegará" a un "ya ha llegado", se convirtió en una cercanía inexorable.

Que fatídico día, pero que guapa estuvo en mi funeral. Los días grises le sentaban bien. La palidez se acomodaba en ella con un toque de romanticismo precioso, abandonando los tonos tostados y las sombras propias de su rostro en verano. Y, de vez en cuando, florecían bajo sus ojos pequeñas extensiones rojizas, sutiles, como si sus mejillas fueran paños desteñidos en vino. Qué pálida estuvo aquel día, que rojas se tornaban sus mejillas cada vez que rompía en sollozos. No entendía por qué había muerto tan rápido y se culpaba por no haberse quedado cuando más la necesitaba. Y yo, bajo tierra y escuchando sus lamentos no entendía por qué había aparecido justo el día de mi muerte y no antes. Se me presentaba entonces como una diosa juzgadora, como una luz a la que seguir, como hacía en mis sueños, pero al mismo tiempo se me antojaba como una burla irónica, una lección moral que me hacía darme cuenta que lo que no supe apreciar en vida, tampoco podría tenerlo en la muerte, por muy cerca y real que pareciera encontrarse. 

Recuerdo que las últimas campanas de mi réquiem sonaron tan lejanas, tan huecas y tan sordas, como lo hicieron mis gritos en vida. Desearía que me hubiera escuchado a tiempo, y haberla escuchado yo con más atención. Haberle incluso dedicado un minuto de silencio entre tanto ruido. Contar hasta tres y después continuar. Eso habría bastado. Pero no fue así. Ella se fue difuminando en mi lienzo y yo solo lloraba, ciega de delirio, mientras que mis pinceles se desgastaban con cada pincelada utópica que esbozaba.  Aquello no me gustó. Su ausencia no me gustó nunca, no era propio de ella. Estaba tan angustiada que la buscaba por todas partes; en las esquinas, en los ángulos oscuros, en las cuerdas del arpa, incluso en las tres gracias. Pero no estaba, se había ido. Se fue mucho antes de que yo muriera.

Recuerdo las expresiones jocosas que se perfilaban en ella cada vez que yo atinaba a descubrir algo. Se alegraba tanto que me aplaudía. Lo has conseguido, me decía con voz dulce, has colocado tus armas cargadas sobre la mesa y no he tenido ni que intentar dispararlas ¡Bravo! Yo me alegraba también y juntas nos convertíamos en una fuente que derramaba sensibilidad y lírica. Es extraño sentir ahora la ausencia de versos, transformados en simple oquedad. (Y estos clavos no hacen más que apretar mis huesos). Desearía que el dolor parase, que la parte de mí que tan bien la quería tuviera fuerzas para descolgarme de esta asquerosa pared, y así seguiría buscándola incluso en este vacío.  

Cuando me sentaba frente a la ventana y observaba a lo lejos las cumbres cubiertas de nieve, solía instigarme la voluntad de llamarla a gritos, de pedirle que volviera, decirle que  todo estaba bien. Pero sé muy bien que no volverá, que cualquier intento es inútil porque ya estoy desgastada, y esta vez del todo. Al igual que los besos dados sin pasión, el colocar en una unión perfecta dos bocas insípidas, dos labios insensibles, dos lenguas que no son fuego sino serpientes calcinadas, su presencia aquí y ahora sería algo absurdo. Un mero acto representativo, una unión material, con cuerpos y voces, pero sin alma, sin esencia, sin ningún propósito. ¿Y qué haremos cuando no halla espacio en este mundo para nuestro encuentro? Le pregunté un día. Pero ella no contestó, solo celebraba no haberse perdido en el caos que tanto me costaba ordenar para ella.  

La primera vez que la vi estaba riendo. En su desorden, desquiciada e irracional, pero riendo. Y con su risa se aceleraron mis latidos de tal manera que el ritmo incansable que seguían se me asemejaba a esas tan leídas yámbicas métricas. He de decir que sus ojos me inquietaron desde el primer momento. Muchas veces se me quedaba mirando desde el otro lado de la estancia y sin decirme nada yo leía en sus pupilas cómo me preguntaba si podía ver a través de ellos. Yo me quedaba quieta, presa de la belleza que emanaba y deslumbrada por la luz que desprendía su figura, incluso estando la habitación completamente a oscuras. Guardaba esa imagen en mi cabeza, y en las noches la reproducía una y otra vez desde mi memoria hasta que me quedaba dormida. Pero su visita no acababa ahí. Me gustaba continuar viéndola en mis sueños, hacer que su luz fuese mi guía y no dejar de pensar en ella nunca, porque  no quería que ese momento mágico se perdiera en un mar infinito de tiempo. La quería para mí, en mí, ya fuera en la parte consciente o subconsciente. Quería no solo verla en mi propia interioridad, sino también en todas partes, omnipresente, como la diosa que era, y que se escuchara en mis pasos el eco de sus zapatos nuevos. Quería que se presentara en cualquier forma de la naturaleza y me revelara la verdad más pura, que me dijera que todo estaba bien, que yo no estaba desgastada, que solo era un mal momento y que podía cambiar las ruedas si es que acaso eran éstas las que me impedían avanzar. Quería tantas cosas de ella, que se me olvidó quererla a ella. Quererla, como esencia y no como objeto material, quererla de manera desinteresada, verdadera. Quererla, amarla y no poseerla, no querer tener de manera instantánea todo lo que ella me podía llegar a ofrecer. Y en ese olvido, en ese tropiezo es dónde empecé a perderme. Me perdí en una lejanía inmensa, en la que me sentía como si mi cuerpo no fuera mío, como si estas manos que escribían su nombre no fueran reales, como si cada golpe de tinta partiera de una reflexión incoherente, inconexa, incompleta, porque siempre le faltaba algo, le faltaba ella. 

La tortura era uno de sus temas favoritos. Me explicaba tantas cosas, tantas maneras, tantos utensilios y formas de dejar la carne abierta. Sus historias me fascinaban y las guardaba en ese rinconcito de la memoria al que ya nunca podría acudir porque los clavos me lo impedían, convirtiéndose entonces en un cajón desastre que se llenaba cada día con nuevas frases, imágenes y sobre todo ruido, una cantidad de ruido insoportable que no me dejaba dormir por las noches. Antes de morir olvidé ponerle el candado a esa gaveta rebelde y todo se perdió. No tengo muy claro fue ella la que huyó o la fuente de su conocimiento, en cualquier caso, ya no guardaba nada suyo en mi cabeza, se había ido, se había propagado por el aire como si nada. Me sentí Pandora.

Hoy, igual de desesperanzada, desde la muerte, estoy escuchando sus cantos, que se afinan con cada palabra que vuelco en esta asquerosa hoja arrugada. La escucho y hablo, como si aún estuviera viva, y me dirijo a ella elaborando una personificación de lo que nunca pude describir. La pinto como un ser humano, como una figura femenina que siempre me acompañaba, una niña que indagaba entre los huecos de mi mente para sacar lo indescifrable, formulando un lenguaje que se adaptaba perfectamente a cada situación, la trato como una musa y siento con su compañía un eros materializado.

Pero ya no amo, ya no siento, ya no sueño con su canto, porque ya no está. No está, ni estará nunca. Se fue y solo han quedado las marcas de los clavos en las palmas de mis manos.

You've reached the end of published parts.

⏰ Last updated: May 26, 2018 ⏰

Add this story to your Library to get notified about new parts!

DesgastadaWhere stories live. Discover now