2:2 Always

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Kim NamJoon

"Un día, cuando abrí los ojos, deseé estar muerto"

El celular sonó insistentemente en la cómoda junto a su cama pero decidió ignorarlo, aunque tenía los ojos bien abiertos pero clavados en el firme blanco del techo. Buscaba un pretexto, o tal vez una razón suficiente que le obligara a levantarse, pero como cada mañana, simplemente no la había. Aún así, alargó su delgado brazo de entre las sábanas para tomar el dispositivo y callarlo de mala gana, odiaba despertar antes de que éste sonara pero aquello no era si no causa del poco sueño que lograba conciliar durante la noche, eso a su vez producto de todas las veces que se había quedado dormido en el trabajo. Le resultaba extraño, por supuesto, sin embargo comenzaba a acostumbrarse para tomarlo como parte de su día a día… Como lo que hacía justo ahora, bajando de en uno sus pies por la orilla de la cama mientras se tallaba con pereza los ojos. Luego se levantaría, se daría un baño, seguido de una hora desperdiciada en elegir un atuendo — que de cualquier forma no le convencería al vérselo puesto — y todo ese ritual sólo para llegar a sentarse en la solitaria mesa, con una humeante taza de café frente a él. No iba a tomarla, jamás lo hacía, por mucho que amara el café, sólo se sentaba ahí a meditar sobre su propia existencia, hundido en el escandaloso silencio de la habitación con el continuo tic tac del reloj penetrándole los oídos, gritándole cómo pasaban lentamente ante sus ojos otros diez o quince minutos de su maldita vida y él… él sólo deseaba poder encontrar un motivo, una salida. Un algo.

"Deseé que alguien acabase con mi vida en éste ruidoso silencio"

Se incorporó, tomando sus cosas con calma como si no tuviera ya veinte minutos de retraso en su reloj de muñeca. Lo último que tomó fueron sus llaves, colgadas en las orejas de un peculiar muñeco que asemejaba un oso, precisamente de junto encontró el calendario e incapaz de mirar la fecha en curso — doce de Septiembre —, resopló molesto, tirándolo intencionalmente por la borda cuando tomó sus llaves. Inmediatamente procedió a salir de su casa, siendo golpeado por el suave frío de otoño y una vez que cerró la puerta tras de sí, guardó las manos en los bolsillos de su largo saco marrón, que para su fortuna era afelpado por dentro… Al menos en eso había elegido bien. Así inició su andar, aunque a paso tranquilo, sus piernas eran lo suficientemente largas como para que diera enormes zancadas haciéndole recorrer mayor distancia en menor tiempo y pronto, las hojas muertas del parque crujían bajo sus botas mientras la gente le pasaba de prisa por un costado, por un lado, en frente, a unos pasos, pero nadie sinceramente interesado en él; quien les miraba con atención, percatándose de sus sonrisas, sus prisas y hasta sus malestares. Entonces se encontraba como dejado a la deriva dentro de un mar humano que era ajeno de su presencia, cuestionándose ¿Cómo alguien podía sentirse solo rodeado de tantas personas?, ¿Cómo?

"Vivo con el fin de comprender el mundo, pero ¿Por qué éste mundo nunca ha intentado comprenderme?"

Detuvo el andar repentinamente, aunque divisó el semáforo en rojo antes de llegar al cruce peatonal, tenía una vocecilla interna que insistía en darle malas ideas y precisamente se balanceaba sobre sus puntas, con los autos pasando veloces ante sus narices, alborotando sus cabellos cenizos, pero sobre todo agitando sus ansías suicidas. Parecía fácil a esa distancia, tomarle un juego de azar a la muerte y apostar por perder, porque enfrentarla por gusto era siempre señal de pérdida. Sería lo mejor, lo más fácil, podría sentirse tranquilo por una vez, además… A nadie iba importarle, sería incluso lo mejor que podría pasarles. Pero entonces, cuando ese pensamiento cobró intensidad, el semáforo encendió en verde provocando que las personas comenzaran a cruzar pero él apretó en sus mejillas unos hoyuelos, causa de la sonrisa lejana que denotaba su propia incredulidad y es que, ¿Qué clase de imbécil piensa en morir el día de su cumpleaños?
Negó para sí, continuando su camino al otro  lado de la calle y entre algunas calles más, se encontró entrando al modesto edificio con unos cinco pisos de altura. Saludo cordial al personal de seguridad antes de pasar su credencial por los torniquetes y luego correr al elevador que recién se abría. Se metió a la velocidad de la luz, apenas teniendo tiempo de presionar el botón con el número cuatro, cuando las puertas se cerraron toscamente frente a sus ojos, dejándole a solas con su propio reflejo pero también con una boba sonrisa pintada entre un par de lindos hoyuelos. Se miró muy poco, apagando su espontanea chispa de alegría y bajando la vista a sus pies, porque cualquier vista era mucho mejor que la de su reflejo en los pulcros muros de metal que delineaban el ascensor. No había nada bueno que pudiera encontrar ahí, ni en ningún otro lugar, porque huía de su propia imagen constantemente, con el temor de encontrar más rasgos suyos que pudiera odiar.

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⏰ Última actualización: May 21, 2018 ⏰

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