Hasta Mañana

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Capítulo 8. Hasta Mañana

El traje le quedaba a la medida, pese a que no era el color que buscaba, la sonrisa de sus hermanas le había proporcionado la seguridad necesaria para usarlo. El gris acentuaba más su mirada. El cabello peinado hacia un lado, la barba finamente recortada. Sentía la corbata un tanto ajustada, pero quizás era consecuencia de los nervios. Subió al automóvil con el cuerpo tenso. Un breve calambre en las extremidades lo invadió entrando a Hollywood Boulevard. Pensó distraerse con cualquier otra cosa. El camino de estrellas crecía conforme el coche avanzaba entre la avenida atiborrada de gente. Había demasiado movimiento en las calles, era un día de abril cualquiera en Los Angeles, sólo que dentro de un par de horas, se daría la primera proyección mundial y oficial de The Servants.

Volvió a acomodar su saco por séptima ocasión. Revisó el brillo de los zapatos. Ojeó brevemente su expresión sobre el espejo retrovisor. Suspiró. -Aún tenemos tiempo señor, llegaremos antes de la hora acordada, no falta mucho -expresó el chofer con una simpática sonrisa. Thomas agradeció el gesto y cruzó los brazos. Regresó la mirada a la ventana y sin poder evitarlo, él vino a su memoria. Christopher. Hacía casi un mes desde el viaje a California. Esperaba que esta nueva travesía fuera distinta a la anterior. La última no había cumplido las expectativas.

La radio estaba encendida a un volumen moderado, una serie de melodías se desvanecían en sus oídos; entre ellas, un anuncio promocionó los mejores destinos para disfrutar del verano. París cayó profundo en su memoria. Una ciudad maldita que sólo ofrecía recuerdos, oportunidades ridículas, donde había pretendido jugar al amor sin prestar atención a las consecuencias. Repetía el error, un patrón vicioso. No únicamente Christopher navegaba en las turbulentas evocaciones, un nombre que había permanecido encerrado en los anales del cerebro, caducado y enterrado, ahogado en el orgullo y la falsa dignidad, hundido bajo el lema del pasado. Cassandra.

Aquella mujer que conoció en una fiesta. Tenía los veintiuno cumplidos cuando, enamorado sin remedio, la había seguido hasta París. Abominable lugar, que sólo servía de tortura para un espíritu romántico como el suyo. No evitó sonreír al rememorar el primer encuentro, creía haber hallado su alma gemela. El corazón se le desbocaba en el interior. Y ella parecía sentir lo mismo, todo fluyó con naturalidad. Los besos eran dulces y voluptuosos. Las salidas espontáneas y especiales. Los encuentros amorosos clandestinos y fugaces.

-Cassandra, mi dulce Cassandra -expresó atribulado de nostalgia sobre el vidrio tibio de la ventana.

Se encontraba en un automóvil en movimiento, cuando eligió hacer caso a su corazón. Cassandra había recibido una beca para estudiar en la Université de la Sorbonne Nouvelle Paris III y esa mañana de primavera ella se marchó. La reciente separación lo tenía demasiado afectado, una inestabilidad lo gobernaba. Esa tarde, él debía asistir a una entrevista de trabajo, era una oportunidad increíble, una que quizás le cambiaría la vida. Sin embargo, no dudó, como en otras ocasiones, e informó al chofer del taxi el cambio de ruta. -Lléveme al aeropuerto por favor.

En el trayecto enteró a Elinor de su locura, ésta trató por todos los medios de disuadirlo, pero nada lo hizo claudicar. -¡Tom! Escúchame, nuestra madre enloquecerá. Ni siquiera llevas una maleta.

-Te llamaré de nuevo, cuando esté en París.

Cerró los ojos. El Capitan Theatre estaba a un par de calles. Revisó su atuendo otra vez. Pero los recuerdos no lo abandonaban; estaban presentes, se recreaban igual a la película que presenciaría esa noche. Se veía a sí mismo, enloquecido de amor, corriendo por las calles de París, intentado encontrar a su querida Cassandra. Y lo hizo. Cerca de la torre Eiffel, había una heladería Dum Dum Diddle. Reconoció de inmediato esa espalda menuda y delineada, esa cabellera castaña y larga. Se acercó despacio, miró a los dos lados de la calle al cruzar y siguió. Ella estaba comprando una golosina fría con unas amigas. El vendedor le entregó el barquillo con las dos bolas de helado, cuando Thomas posó sus manos sobre la cintura de ella. Con la voz inundada de afecto, la saludo. Cassandra reaccionó asustada, el temblor inesperado de su cuerpo la hizo tirar el cono al suelo.

One of UsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora