M I L A

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                                                            Para cada guerrero que se ha marchado

                                                          después de cumplir su propósito en esta vida.

                                                                      Gracias por enseñarme a ser fuerte...

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Desde que era pequeña y había comenzado a tener conciencia del mundo que me rodeaba, tomé dos grandes decisiones en mi vida. Probablemente no eran las decisiones más maduras, ni las más significativas, pero a la edad de 8 años, me sentía toda una adulta eligiendo lo que quería o no hacer.

Recuerdo muy bien que decidí compartirles estos pensamientos a mis padres en medio de una cena, todo en la mesa se había quedado en silencio y con toda la madurez que podía reflejar mi rostro a esa edad se los dije:

—No me gustan las habitaciones de los hospitales, así que intentaré no entrar a ninguna a partir de hoy. - Mi padre me lanzó una de esas miradas que los padres dan cuando están reflexionando acerca de lo que dices, para después colocar una de sus manos sobre mi cabeza. Hacía ese gesto justo antes de dar algún comentario, que según decía, más tarde se volvería una lección.

—No podemos evitar enfrentar lo triste de la vida, pero está bien. Si así lo quieres. - Me sonrió como pudo, porque a pesar de que estaba ahí con nosotros, su mente seguía vagando y en sus ojos se reflejaba perfectamente la angustia que lo había estado agobiando en los últimos meses, ahora más.

Esa tarde mi abuela había ingresado al hospital debido a una complicación con su enfermedad, todos mis tíos se habían reunido en la planta baja de aquel enorme edificio y estaban teniendo una discusión silenciosa; unos se quejaban de los precios, otros decían que no era necesaria la hospitalización porque podrían resolverlo en casa y uno decía que él no iba a poder quedarse mucho tiempo en aquel lugar.

Me imagino que la discusión duró más tiempo y que surgieron muchas más excusas para evitar –y minimizar- el asunto de mi abuela, pero yo me perdí de esas algarabías al observar a personas de blanco subir y bajar aquellas escaleras. Ya hace unos años mi madre me había explicado que eran médicos y enfermeras, que se encargaban de salvar la vida de otros. Eran héroes para mí.

Entre esas personas que se movían al interior de aquel hospital, también había familias como la mía. Unos cuantos salían sonrientes, como si les acabaran de dar la mejor noticia y otros tantos tenían caras largas y tristes, incluso, había quienes no podían contenerse y salían hechos un mar de lágrimas. Cuando uno de estos te descubría mirándolo: bajaba la mirada, se cubría el rostro y los más valientes te regalaban una gentil, pero forzada, sonrisa.

M I L AWhere stories live. Discover now