Era la primera vez que entraba a una casa con gente y no fue a propósito. De hecho, lo ignoraba por completo hasta que un sonido inesperado lo alertó. Eran los dueños de la casa o un espíritu. Pero Ricardo en espíritus y pavaditas no creía. Al menos, no aún.Tuvo miedo, pero no había nada que hacer y continuó la fechoría. Porque entrar a una casa con gente o que la gente entrara cuando él aún estaba en la casa, no era parte del plan (más bien su antítesis) pero ahí mismo estaba sucediendo y había que seguir el baile. Así que se quedó quietito, inmóvil... Por momentos hasta aguanto la respiración, aunque luego terminaba jadeando y arruinando totalmente el propósito inicial. Pero él de eso no se daba cuenta.
De adentro, las cosas nunca se ven tan claras como desde afuera y él tenía miedo. ¡Y nervios! Porque temía más salir de allí sin su batería a cien por ciento -cargada hasta las manijas- que ser atrapado. Además, seguro todo iba a estar bien. Ricardo, a pesar de las peripecias de la vida, siempre había sido un tipo optimista.Había entrado a esa casa, como a varias otras (ni muchas, ni pocas, se disculpaba él) para cargar su celular. Su relación con el mismo era una relación por completo tóxica, adictiva, desmesurada y en estado avanzado e incorregible. Al menos, así, como así... ya parecía tarde.
El tema es que Ricardo necesitaba su celular de manera visceral, igual que aquel suplicando agua a mitad del desierto. Su Iphone cuatro, era para él mucho más que un terruño de tecnología. Era su penúltimo destello de civilización... Su ancla a la "tierra", su bodega de fotos, recuerdos... Su canal de contacto con la "realidad". El celular y un disco de Los Piojos, curiosamente llamado Civilización, eran sus últimas dos pertenencias. También había un perro, dos colchones roñosos sucios, un carrito viejo de supermercado, dos camisetas de futbol, un pantalón (aún más roto que el que tenía puesto), una botella de vino cortado con Sprite y un espejito chiquito. Pero todas esas cosas eran de otros y habían terminado en sus manos por necesidad y circunstancia. Pero suyas, suyas... no eran suyas. No eran de cuando él aún se tenía a sí mismo.
El gran inconveniente de sus dos tesoros, por así decirlo, es que ambos necesitaban electricidad para volver a la vida. ¿Y de qué carecen todos aquellos que viven en la calle? ¡Exacto! Eso mismo: electricidad. ¿Y qué se necesita para cargar un celular y escuchar un disco? ¡Eureka! ¡Brillante!
Volvamos al principio... Al principio, principio, Ricardo no robaba nada. Al menos no más que una enchufadita de cargador y listo. Entraba a alguna casa o negocio, enchufaba el cargador, esperaba un rato y se iba.
Ahora ya se había endulzado un poco más y siempre que podía, manoteaba algo de comer y se sentaba a escuchar y tararear su disco: "La historia es mucho más clara y tiene también sentido, la tierra se está quitando de encima al peor enemigo. Vienen los cuatro jinetes cabalgando vienen digo, agua, tierra, fuego y aire vienen de tu propio ombligo. Oh oh oh, cosas de la civilización. Oh oh oh, cosas de la civilización."
El celular, cuando uno no tiene hogar, cobra una poderosísima importancia. Te mantiene ahí, participando, vivo, en el juego, miembro de. No me gusta recurrir a la palabra sistema -porque pucha, que palabra que ha sido malgastada en los últimos años- pero en definitiva es eso: te mantiene conectado al sistema. Te enchufa a tu sociedad de turno, que es tuya y no es poca cosa. ¿O porque piensan que hacemos lo que hacemos para estar ahí? Y Ricardo, a su forma, aún hacía cuanto podía.
Y desde luego... las ventajas prácticas de la telefonía celular son indiscutibles; sea cual sea el poderío económico que uno transite. Al fin y al cabo, con un solo aparato uno puede mantenerse bien informado de las zonas candentes de cacería. Dónde buscar comida, dormir, pedir ayuda, suplicar y hasta dar lástima. Todo era más sencillo con celular.
Y Ricardo tampoco hacía tanto que estaba en la calle... Tres años, en realidad. Y probo de todo para salir de esa y volver a la estándar. Pero no pudo. No pudo y de a poco se fue entregando, hasta que se rindió y comenzó a doblegar uno por uno todos su hábitos y valores. Uno por uno. Uno por uno y hasta el final. Pero el celular no pudo. El celular ya era mucho.
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Civilización
Short Story¿Qué serías capaz de hacer para mantener tu celular con carga? ¿Hasta donde llegarías? ¿Cuál es tu nivel de adición y dependencia con dicho aparato y sus virtudes? Esta es la historia de Ricardo...