Querido Daniel.

786 27 7
                                    

Querido Daniel:

Hasta el momento no creo que alguien haya descubierto la forma de iniciar una carta de des-amor, créeme, he estado buscando la manera durante dos horas.

Y si te preguntas por qué simplemente no te he enviado un mensaje de Facebook, es porque te he bloqueado y eliminado. Igualmente de WhatsApp y Twitter, en donde borré esos tweets tuyos que me habían hecho reír tanto, y que ahora veo como realmente estúpidos.

Adivino que cuando finalmente leas esta carta -porque sé que no la leerás en cuanto la recibas, eres demasiado vago para eso-, estarás frente al computador mirando esas series que tanto te gustan, tal vez estés viendo por tercera vez Breaking Bad. Es una buena serie, gracias por recomendármela.

En fin, creo que siempre he sido una tonta romántica que ahora le da por escribir cartas. Lo hago, Daniel, porque quiero que sepas exactamente qué pasó esa noche, porque lo debes saber, o al menos yo debo hacer que lo sepas.

Recuerdo esa mañana perfectamente, cómo había tenido un sueño acerca de esa tarde, cómo reiríamos y cómo por fin podrían mis amigos y tú conocerse, que ellos te dieran esa oportunidad de entrar a nuestro selecto grupo de tres personas. Ahora no sé cómo siquiera consideré esa oportunidad, tu no lo merecías. Miré mi celular y no había ningún mensaje tuyo, lo cual, debo aceptarlo, hizo que mi corazón se rompiera un poco, pero lentamente me recompuse por la alegría que esa tarde prometía. Oh, sí que fui estúpida.

Tomé una ducha y después estuve hablando con Tania (sí, su nombre es Tania, no Darla o Karla como tú siempre la llamaste) de lo que usaría ese día y cómo me maquillaría, tan sólo para ti. Estaba tan emocionada de usar esas nuevas sombras de Maybelline que me regalaste, de los pocos regalos que llegaste a darme, las cuales consideraba como algo especial. También me puse aquel vestido color rojo porque tú me habías dicho que ese era tu color favorito. Hice todo aquello para estar perfecta para ti.

«—Será la fiesta del año —habías dicho.»

Y lo llegué a creer. Lo creí cuando me acompañaste al supermercado a comprar las cervezas Heineken que tanto les gustaban beber a ti y a tus amigos. Lo creí cuando me dedicaste esa sonrisa de mil voltios y dijiste:

—Todo saldrá bien, cariño —después besaste mi frente y sentí cómo las comisuras de mis labios tiraban hacia arriba.

 Fue entonces cuando alargaste el brazo para tomar algo que estaba detrás de mí.

—Estas se parecen mucho a las que querías —me mostraste el pack de sombras en color café de Maybelline.

Mi sonrisa se ensanchó más por aquello. Yo había visto unas sombras de la marca Naked que me robaron mi corazón, pero claro, en ese momento pensé que flotaba por aquel gesto tuyo, todo por unas jodidas sombras. Y ni siquiera fueron las jodidas-sombras, sino el hecho de que te acordaras de mí, de mis gustos, porque yo siempre recordé los tuyos hasta el más mínimo detalle y tú solo podías recordar mi amor por unas sombras que ya no puedo ni siquiera mirar.

Cuando salimos del súper mercado te besé en la comisura de la boca, ese espacio siempre me ha parecido hermoso, la manera en que tu barba de dos días me picaba en los labios me estremecía, y tú sonreías porqué lo sabías.

Recuerdo las sonrisas, los besos, espero que tú los recuerdes también, y sobre todo aquel primer beso con sabor a fresa. Aquella era nuestra segunda cita, habíamos ido a desayunar después de la escuela, me abriste la puerta de aquel restaurante de tu tío, al que yo nunca había ido; parecía más un bar que un restaurante ahora que lo pienso. Me retiraste la silla para que me sentara y yo te dediqué una tímida sonrisa, aun entonces mis sonrisas no eran desperdiciadas.

Querido Daniel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora