Prólogo: Comienza la cacería.

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Me mezclé entre la gente, con la cabeza gacha y la bufanda cubriendo mi boca. La sensación de paranoia era inconfundible, parecía que todos los ojos me volteasen a ver, escrutándome, dándose cuenta de que era una fugitiva y juzgándome por ello. La demencia que me atacaba cuando alguien me miraba por más de dos segundos me calaba los huesos. No era más que una presa, manteniendo un perfil bajo para evitar ser cazada. El problema era que no sabía cómo luciría el cazador esa vez.

Tal vez era el hombre buenmozo de ojos marrones y sonrisa preocupada. O quizás era la señora regordeta con las mejillas rojas por el frío. ¡Bien podía ser el niño que la cansada madre intentaba disuadir de ver los juguetes! 

Ellos habían logrado que desconfiara hasta de mi propia sombra. Que sintiera como si estuviese escapando constantemente, huyendo de algo que no podía ver. Escondiéndome de alguien a quien no reconocería, aunque me hablase. Las personas iban y venían, con maletines, bolsos costosos y miradas agotadas. Ansiaban llegar a casa. Yo también, pero no tenía hogar al que ir.

La jornada laboral acababa de terminar, y la avalancha de gente se apresuraba en llegar a la estación del tren, abriéndose paso como podían. El tren de las 5.35 pm estaba por arribar. No lo querían perder. Querían llegar a casa para ver a su familia, cenar y después dormir cómodamente junto a su cónyuge. La vida simple a la que yo renuncié.

Era difícil caminar en dirección contraria. Me sentí como la capitana de un barco, intentando navegar contra la feroz corriente. Para ocupar mi mente, observaba las tiendas y las vitrinas. Todos las personas abrumándome pero protegiéndome.

Pero entonces, lo vi. El nefasto símbolo dibujado con grafiti negro en el vidrio de una tienda abandonada. Sorbí aire por la nariz, incapaz de moverme. Algunas personas me empujaron, pero no dije nada. Sólo escuché los improperios que profesaron en mi contra.

Mis ojos se movieron impacientes, y escruté más allá del vidrio, más allá de mi recortado y casi invisible reflejo. Unos ojos negros me devolvieron la mirada, sádicos pero vivaces. Mis labios comenzaron a temblar, y mis manos se entumecieron. No podía respirar. Me zumbaban los oídos. Ya no tenía frío, quise quitarme la peluda chaqueta, pero no serviría de nada. Me había encontrado. Noté un destello de algo blanco entre la oscuridad del local, una retorcida sonrisa. Escuché un quedo chasquido y mis piernas dejaron de funcionar. 

Sólo logré escuchar el grito ahogado que algunos transeúntes soltaron cuando me desvanecí. Mi ropa, mi cartera de cuero negro y mi bufanda de algodón roja cayeron al suelo con un golpe sordo. La oscuridad me tragó, y esa vez no sería tan fácil escaparme. Dejé de sentir mi propio peso y entendí que mi sentencia estaba firmada. Me castigarían por haber huido.

Lo que no supe en aquel momento, es que esa vez recibiría ayuda. Lo que no vi, fue que aquella mujer de cabello ondulado marrón y ojos verdes se acercó a recoger la bufanda. Y ese había sido su fatídico error. Uno que le saldría muy caro, pero que sería mi salvación. 

—Lo lamento —murmuré, antes de que la realidad se distorsionase hasta desaparecer.


Los pasos resonaban en el interminable pasillo. Las frías e imparciales luces blancas, posicionadas uniformemente a ambos lados, le daba un aspecto limpio pero tétrico. La pintura gris lo volvía aún más descolorido y monótono. Aquel lugar me ponía los pelos de punta y me enfriaba la sangre. 

Detrás de mí, dos hombres sin rostro me custodiaban. Cada uno me sostenía un brazo con firmeza, evitando que hiciera algo estúpido. Nuestros pasos me retumbaban en el cerebro, y el eco sólo empeoraba mi dolor de cabeza. ¿Qué se supone debía hacer? Me dejé capturar otra vez. Fui la única que logró escaparse, y muy probablemente no dejarían que volviese a ocurrir. 

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⏰ Last updated: May 31, 2018 ⏰

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La Bufanda RojaWhere stories live. Discover now