Huracán

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Temía volverme loco. Tenía ese poder, y eso era aterrador.

La odiaba, la odiaba por eso y muchas cosas más. Odiaba su capacidad de mirarme y hacer que olvidase que volvía a casa enfadado o quizás solo cansado. Odiaba su olor. Odiaba su olor natural, ese que se había metido en mí y me hacía olerla en la ropa sobre la que se dormía las noches que aún estaba. Las noches que aún sin ropa, yo aún olía a ella.

Comencé a odiar las duchas de agua caliente y mis platos favoritos. El agua dejó de calentarme y las comidas dejaron de saber bien cuando después de cada plato nadie me sonreía y me robaba un beso inocente esperando la afirmación de que todo le había quedado delicioso.

Dejé de escuchar mi música favorita, para por desgracia, entender sus letras. Me di cuenta de que hasta entonces, nadie me había hecho seguir el compás, hasta que ella llegó, cambiando mi CD favorito en esa antigua cadena de música y haciéndome bailar en mi ridículo salón. Con mi ridículo pijama. Haciéndome ser niño otra vez.

Siempre me gustó la soledad. Me sentía cómodo en la oscuridad que yo había creado para mí. Esa oscuridad en la que nadie se atrevería a entrar para averiguar qué cosas tan horribles me habrían hecho para apagar todas las luces de una vida. Pero sin excepción, ella también entró allí.

Casi sin avisar, bajó hasta lo más profundo de mi alma, con una vela y una canción. Me encontró arrodillado muerto de miedo y llorando, en la esquina dónde la última vez me dejaron tirado.

Pero ahí estaba ella, tan muerta de miedo como yo, con su sonrisa inquebrantable, una vela para que pudiese verla y una canción para que al oírla, supiese que había llegado. Ingenuo de mí pensé que nunca me encontraría. Qué nadie escucharía mis gritos de dolor a través de esa pared de normalidad que se había vuelto mi fortaleza.

Pero ella me escuchaba hablar incluso cuando mis labios no pronunciaban palabra. Yo era el hombre más reservado y frío del mundo. Corrijo: me habían hecho volverme el hombre más reservado y frío del mundo, y eso era un problema. También la odiaba por hacerme darme cuenta de eso.

Pensé que nada podría crecer de un lugar árido y ya tan muerto como era mi corazón, hasta que en lugares sin flores comencé a oler a vainilla y jazmín. Hasta que en lugares más comunes y serios comencé a escuchar su risa descontrolada. Esa risa que me hacía sentir que podía volver a ser el hombre más gracioso del mundo, aunque ambos sabíamos que lo más gracioso y bonito de mí, era ella.

Comenzó a no darme miedo qué pasaría mañana o que cenaríamos esa noche. Era algo sencillo para cualquier menos para mí, qué siempre fui un sumiso del control. Pero qué diablos, ¿qué más daba? Todos sabíamos que era cuestión de minutos que si yo organizaba algo, llegaría ella a ponerlo todos patas arriba. Y era maravilloso. Se me olvidaba: también la odiaba por esto.

Me hizo mirar hacía dentro y ver todas las cosas de mí mismo que estaban tiradas por el suelo. Viejos recuerdos, aquella ruptura que más romper con alguien me rompió el pecho al caer de cara contra la verdad, la frialdad que pensé tanto tiempo que era mi aliada, la muralla que me separó de todos y también de mí.

Me tropezaba a diario con todas esas cosas, esas cosas que me impedían llegar hasta ella y yo la señalaba culpándola por ello.

Le grité que odiaba su estúpida forma de bailar en el salón, qué estaba cansado de su caos y del huracán que había tirado todos mis esquemas y mis pertenencias después de años de organización. Le grité que echaba de menos mis viejos CD's, planear que iba a hacer hoy y que puñetas cenaría esa noche. La aparté después de cada comida negándole el beso final porque eso era infantil y no era adecuado. Le grité que era una cría, que ni siquiera el amor puede salvar a alguien de su oscuridad. Qué el amor no puede devolverte lo que otro rompió. Qué me dejase solo de una maldita vez. Soplé la vela con la que bajó a recogerme y le tapé los labios cuando vi que no desistía en cantar esa maldita canción para encontrarme.

Pero ante todo... la odio por creer todo lo que un día le grité.  

Si yo fuera élWhere stories live. Discover now