1. Sin más lágrimas por llorar

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La noche era fria, solitaria, amenazadora. Al menos así lo sentía ella.

Sin embargo, sí que era una noche bella. El cielo estaba estrellado como pocas veces, las luces aluzaban la calle entera sin dejar un espacio en oscuridad, las personas se movían en conjunto absortas en sus propios mundo de fiesta en un viernes por la noche.

Todo seguía su curso, excepto ella. Estaba congelada en la esquina de aquella calle, aterrorizada por lo que acababa de pasar; en shock. Quería moverse, deseaba tanto estar en la comodidad de su habitación, siendo aquello lo único que rondaba su mente.

Estaba sentada en su cama viendo su celular.

Estaba en la mesa con su familia.

Jugaba con su hermana y su perro en el jardín.

Iba con su hermano a la escuela como todas las mañanas.

Estaba viviendo su vida plena y feliz...

Los recuerdos le pegaron tan fuerte que las lágrimas salieron de nuevo sin ella poder controlarlas. Se preguntaba cuánto podría una persona llorar hasta quedarse sin más lágrimas.

Un grupo de adolescentes se paro justo al lado de ella, mirándola, unos con curiosidad, otros con disgusto mientras que la única mujer la miraba con comprensión. Quizá ella entendía lo que le había ocurrido ¿Cómo podría saberlo? Ni siquiera me conoce. Se dijo a sí misma.

Aquellos jóvenes la hicieron pensar en ella. No tenia muchos amigas,  prefería la compañía de los hombres y, curiosamente, ellos no se sentían incómodos con ella al rededor todo el tiempo. Se vio a sí misma en la chica; rodeada se varones, riendo, bromeando, disfrutando. Extrañaba a sus chicos.

Rápidamente, el grupo avanzó por la calle dejándola atrás.

Tenía que salir de ahí.

Cruzo la calle hasta llegar al expendio de la esquina de enfrente. El hombre que atiende el lugar no logró ocultar la mirada de asombro al verla, es decir, ¿quién podría? No ves a una chica con la ropa hecha un desastre, la cara hinchada por tanto llorar y el pelo rizado en su peor aspecto todos los días. La mirada de desespero en su mirada era obvia, estaba en problemas y el hombre lo sabía.

-¿Estás bien?

No.

-¿Tiene algún teléfono?

-Si, si, claro. -el hombre se apresuro a sacar su celular y dárselo a la chica.

Llamaría el único número que se sabía: el de su mamá.

El otro lado de la línea respondió dejando oír unas risas.

-¿Bueno? -contesto la madre riendo.

-¿Mamá? -su voz se quebró.

-¿Jas?

-Mami... -las lágrimas comenzaron a caer de nuevo.

-Jasmine, ¿qué tienes?, ¿dónde estás? -sollozos -¡Jasmine!

-No sé dónde estoy.

-¿Qué te paso? -lloró de nuevo.

-Ven por mí.

-Okey, okey, uhm... -se escuchaba como la madre caminaba de un lado a otro, preparándose para subirse al auto -¿De quién es este número?

-Me lo presto un señor de un expendio.

-Pásamelo.

El hombre tomó el celular preocupado. Casi no podía hablar, sabía que su madre sólo le daba órdenes. El hombre miraba de vez en cuando a la chica con compasión. Cuando por fin pudo hablar dio la dirección del lugar, dejando a Jasmine sin aire. Sabía dónde estaba.

Se giro en su lugar, viendo todo a su alrededor, reconociendo. Miró a su izquierda y observo el campo al que había ido tantas veces a ver a su hermano y amigos jugar. Reconocía a la perfección el área.

-Quiere hablar contigo. -le dijo aquel hombre tendiéndole el teléfono.

-Jasmine, estas en el campo de fútbol, has ido allí.

-Ya me di cuenta.

-Quédate donde estás, iré por ti. -las lágrimas volvieron a caer.

-Mami... -le susurró.

-Mande.

-Apúrate. -sin más, se despidieron una de la otra.

Le regreso el teléfono al hombre, alejandose un poco del lugar.

Miro hacia el campo de fútbol, recordando todas esas veces que fue a partidos de su hermano y sus amigos. El campo estaba cercado, con gradas de un sólo lado, aluzado por las grandes lámparas que había alrededor.

Del otro lado del mismo logró ver una silueta, su silueta. La reconocía porque era lo único que logró ver. Su corazón se aceleró tanto como al principio de todo, golpeandola con los recuerdos de lo que acababa de suceder. Las lágrimas salieron otra vez acompañadas de sollozos. Caminó de espaldas sin saber a donde se dirigía ya que a pesar que estaba una calla y todo un campo de fútbol entre ellos dos, sentía que se acercaba a ella cada vez más.

El aire batallaba para entrar a sus pulmones cada vez más, las lágrimas le impedían ver bien, los sollozos era lo único que escuchaba y sus pies se movían de acuerdo a lo que su instinto de supervivencia le decía: huye.

Lo que pasó después sucedió tan rápido que ni siquiera tuvo tiempo para procesarlo, no estaba conciente. Primero todo dolía y después todo fue negro.

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⏰ Última actualización: Jun 02, 2018 ⏰

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