DISCLAIMER: Los personajes del juego online Eldarya no me pertenecen, son propiedad de ChiNoMiko y Beemov.
No podía soportar más. Dolía... dolía como nunca antes. Me oculté detrás de mi máscara perfecta e inmaculada con una sonrisa que ocultaba mis sentimientos. Era lo mejor, a nadie le interesaba. Cada pareja se miraba a los ojos con una tierna sonrisa, susurrándose promesas de un amor venidero de un "felices para siempre". Ahí estaba yo, cantando para todos, cantando para nadie. Cantando para él, haciendo invisible el resto de las personas para mí. Solo me dediqué a mirarle fijamente, mi boca se movía derrochando aquellas palabras de amor, de dolor, de melancolía, de cada sentimiento que retumbaba en mi corazón. Quería tomar su mano, quería sentir aquella calidez a la cual estábamos destinados y a la que él tanto se rehusaba. Que él no deseaba.
Los hilos rojos flotaban por todo el lugar uniendo parejas, podía verlos. Aquellos que siempre estuvieron destinados por el hilo rojo, aquellos considerados "Agapos", aquellos que nacieron para estar juntos encontrando un alma que le complementara con la promesa de un hermoso amor esperándoles justo del otro extremo del hilo, con los brazos abiertos en una cruel ilusión que parecía burlarse de mí. Un constante recordatorio de lo que yo jamás podría tener, algo a lo que no se me tenía permitido aspirar. Luego estábamos nosotros, los "Agapos malditos", aquellos cuyos destinos estaban marcados por un camino lleno de obscuridad y dolor, eso era aquello que llamaban el hilo dorado, pero esto poco o nada me importaba ya, el rechazo de años predecesores habían hecho mella y me habían quitado tanto que ya no tenía nada más que perder... Él sufría, yo sufría; pero ahora él estaba a salvo, había logrado romper aquella conexión solo para salvarle del miedo. La desesperación que aquello conllevaba me condenaría a mí misma pero no me importaba, estaba acostumbrada al dolor, a sentir mi alma oprimirse, a sentir el vacío que generaba no ser reclamada por mi verdadero amor.
Mi alma vacía se marchitaba a cada segundo. La ansiedad y el frio tan familiar en mi ser me calaba profundamente, haciéndose cada vez más fuerte, paralizándome y ocasionando que me retorciera en la vana búsqueda de un poco de calor: el que aquellos hermosos orbes ámbar me brindaban cada vez que me miraban, el mismo al que ahora yo estaba renunciando. No dejaba de cantar, mi fina voz salía de mis labios, interpretando dolorosas notas que se clavaban en mi maltrecho corazón, destrozándolo aún más y arrebatándome la escasa vitalidad que poseía. No sabía por cuánto tiempo más mi alma soportaría y, a decir verdad, no me importaba si con eso él podía ser feliz. Eso me bastaba: liberarle de mi lazo, no era justo para él sufrir por un desafortunado capricho del destino como lo era mi existencia.
Su mirada dorada era, sin duda, intensa. Podía sentirla atravesando mi alma, rebuscando algo dentro de mí que no terminaba de comprender; quería que dejara de hacerlo, no lo soportaba. Por mis mejillas rodaban gruesas lágrimas, la melancolía, la tonada de la canción... Solo quería un poco más de tiempo, no importaba si eran solo unos cuantos segundos más o si mi miseria se vería prolongada con esto si podía ver sus cálidos ojos una última vez antes de que la obscuridad se apoderara de mi ser.
"No quiero desaparecer..."
"Quiero que me mires eternamente"
"No importa cuánto pase"
"No importan cuántas vidas"
"Te seguiré amando"
"Mi querido Valkyon"
Eran los pensamientos que me atravesaban, dejé de cantar dando por finalizada la canción. El dolor era insoportable y punzante, sin duda, ya no me quedaba mucho. Con una sonrisa falsa, bajé del escenario rápidamente, y me escabullí entre las sombras para irme al cerezo centenario. Las risas de las personas y la alegre música característica de la festividad llegaban hasta ese sitio, martillando mis oídos. Mis alas comenzaron a debilitarse, marchitándose al igual que yo. Solo logré recostarme contra el tronco, cansada y jadeante, repitiéndome que todo esto era por él. Él no sufriría... Las traicioneras lágrimas comenzaron a inundar mi rostro, resbalando hasta hacer un camino hacia mi barbilla, como un río destinado a la perdición. Manchas oscuras aparecieron en mi traslúcida piel, el brillo en mí poco a poco se apagaba marcando el fin de todo, como una luciérnaga pereciendo en la soledad. Vislumbré el cielo, el firmamento me regalaba una vez más un sitio con millones de luces titilantes. El dolor me recorría de pies a cabeza, todo comenzaba a volverse lejano y ajeno a mí: el ruido de las risas, el calor; Todo comenzaba a desaparecer y yo desaparecería también, en la oscuridad, para siempre. Levanté mi mano al cielo y la abrí, queriendo atrapar un poco de la luz para mí.
Antes de poder meditarlo, mi voz salió de mi garganta, débil, entrecortada como un lúgubre susurro que desaparecía en medio de aquella despejada noche.
—S-solo quería ver tus ojos una última vez... Solo una última vez... Mi querido Valkyon...
Comencé a llorar, gemidos lastimeros salían de mi boca. Así era morir, mi sensibilidad se desvanecía, ya no podía sentir mis pies o la punta de mis dedos, el roce del pasto o el rugoso tacto del tronco del cerezo a mis espaldas, único testigo mudo de la deplorable escena que bajo él se llevaba a cabo. El aire comenzaba a faltarme y mi calor era cada vez más inexistente. Fue ahí, en ese preciso instante: apareciste ante mí, tomando mi rostro entre tus grandes y cálidas manos, acunándolo con cuidado, como si eso pudiese frenar mi inminente partida. Me hablabas pero yo ya no era capaz de oírte con claridad, yo ya no era capaz de sentirte, pero podía verte y fui feliz. Fui inmensamente feliz en ese efímero instante, por que nuevamente había podido ver tus ojos dorados, aquellos que desbordaban calidez que estremecía mi corazón, aquellos que me hacían sentir protegida. Acercaste tu rostro hacia mí, juntaste nuestros labios en una caricia sutil como el aleteo de una mariposa, como una muda despedida que guardaba lo que hubiésemos querido decirnos. Todo se volvió negro, todo desapareció, y yo me desvanecí entre tus brazos, mientras abandonaba por fin el plano terrenal, tal cual rosa marchita que pierde sus pétalos uno a uno, cayendo hasta perderse en el obscuro y desconocido abismo de la muerte.
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Hilo dorado
FanfictionUn hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias. El hilo se puede estirar o contraer, pero nunca romper. El hilo dorado te conectara a esa persona y solo la muerte puede rompe...