Capítulo 1

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Alice despertó. Le llevó unos minutos mover brazos y piernas porque tenía el cuerpo entumecido, como si estuviera hundida bajo un montón de arena. Además, la cabeza le dolía ligeramente, seguramente por culpa del vino que había tomado durante la cena. Alice llevaba muy mal el alcohol, pero había bebido porque anoche era su cumpleaños y habían servido un vino blanco muy ligero que estaba delicioso. Parpadeó un poco antes de abrir los ojos, acostumbrándose a la luz que entraba por las ventanas, atenuada por las cortinas color crema que decoraban la habitación. Cuando su mente empezó a funcionar recordó que se encontraba en la cama de la habitación de invitados de la casa de la piscina. Entonces empezó a recordar cómo había llegado hasta allí y se frotó los ojos, moviéndose encima del colchón y buscando a tientas un cuerpo a su lado.

Pero en la cama solo estaba ella. El roce de las sábanas sobre su piel desnuda le causó deliciosos escalofrios, pero un pinchazo de dolor subió por su sexo, haciéndola cambiar de opinión sobre lo de retozar un poco más sobre la cama. Casi se le saltó una lágrima cuando quiso sentarse y decidió permanecer tumbada, mirando al ventilador del techo que giraba perezosamente sobre ella. Poco a poco su mente iba despejándose, abriéndose, el dolor de cabeza estaba ahí, pero permanecía en un segundo plano, porque la resaca no iba a impedirle recordar lo bien que había pasado la noche. Una sonrisa estúpida empezó a iluminar su rostro y al final, acabó riéndose sola de tan eufórica que estaba. Entonces rodó sobre la sábana, ignorando el dolor y el hormigueo de sus brazos y piernas y hundió la cara en la almohada, aspirando el aroma que Él había dejado a su paso. Impregnarse de aquel aroma masculino hizo que deseara lamer la almohada para saborear su piel, pero al final lo único que hizo fue rodearla con los brazos y las piernas y frotarse contra ella, recordando lo bien que se había sentido bajo su cuerpo.

Tomando conciencia de la situación, sintió que su sexo todavía estaba húmedo. Esto le parecía un poco increíble, que todavía pudiera seguir mojada y que practicamente se le empapaban los muslos cuando se los frotaba al cerrar las piernas. Se apartó de la almohada, porque de pronto le dio vergüenza hacer una cosa así y entonces vio que había manchado la tela de sangre y eso provocó un sonrojo aún mayor. Con un gemido lastimero, se incorporó y se sentó en el borde de la cama. Tenía que darse una ducha y quemar esas sábanas antes de que las viera alguien, seguramente la señora Robinson cuando entrase a limpiar la habitación. Pero, ¡oh! Recordó entonces que se había ido de su propia fiesta, a eso de la medianoche, a la casa de la piscina, dejando a los invitados en la casa principal. Había sido una fuga secreta en toda regla, ¿estarían sus padres preocupados por ella? ¿Sabrían dónde había pasado la noche? Soltó un bufido, sintiendo como la situación le causaba pereza. Ni quería ni tenía ganas de dar explicaciones, pero era de día, así que seguramente se habría pasado la madrugada entera en la casa de la piscina.

Se dejó caer en la cama con un gruñido de protesta, no quería levantarse. Al estirar la mano, sus dedos rozaron algo rígido y liso, que resultó ser un trozo de papel doblado que no había visto antes. Ansiosa, lo cogió con manos temblorosas y leyó apresuradamente:

    Querida niña,

    tus padres saben que dormiste en la casa de la piscina, la situación está bajo control. Quiero que cuando te despiertes y leas esto, permanezcas tumbada un rato y rememores todo lo que sucedió anoche, hasta el más mínimo detalle. Pero no te acaricies ni te des placer porque no quiero que lo hagas.  Si lo haces, lo sabré, y te castigaré.

    Te espero a las cuatro en mi despacho.

    L.

Se le inflamó todo el cuerpo al terminar de leer y soltó un largo suspiro. Era imperativo que se diera una ducha para quitarse los restos de la batalla de anoche, pero la sugerencia de su nota le gustó más, así que se estiró en la cama, dispuesta a recordar, regodeándose en su humedad y en las manchas pegajosas que tenía en la piel. Sintió, de pronto, el incómodo roce de una cuerda atada a su muñeca y cayó en la cuenta de que su tobillo seguía atado al pie de la cama. Carraspeó, como si hubiera alguien más en la habitación y tuviera que disimular y empezó a deshacer los complicados nudos. Estaban aflojados para que pudiera moverse con libertad, pero aún así, Alice admiró la pericia de su amante para hacer semejantes cosas. Se frotó las rodillas, el tobillo y la muñeca y luego se tumbó, haciendo caso omiso de la sangre que resaltaba sobre el blanco de las sábanas y que evidenciaba que aquella noche había entregado su virginidad a un hombre. Alice había cumplido ya diecisiete años, era mayorcita para saber con quién hacía lo que hacía. O eso pensaba ella. Se puso a recordar...

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⏰ Última actualización: Jul 18, 2012 ⏰

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