Parabatai { SEBAEK }

Parte única

Se encontraba en una catedral abandonada en Saint Etienne, en Francia. La catedral estaba en pésimo estado, las plantas habían ocupado casi todo el lugar, mezclándose entre las piedras que alguna vez fueron columnas con grandes adornos. Ya todas las ventanas estaban sin sus cristales, pero al menos el techo se seguía manteniendo y no se había derrumbado.

Él avanzó entre las ramas y piedras, siendo muy cuidadoso donde pisaba, intentando ser lo más sigiloso posible y que sus pisadas no hicieran ruido. En su mano derecha sujetaba su cuchillo serafín, o "Cassiel" como él la había llamado. Su fiel arma, de un largo de medio metro con doble filo y fabricada de adamas. Aunque siendo sincero, él prefería usar el arco que llevaba en la espalda. Era muy bueno en cuanto a puntería y combate en larga distancia, aunque también había entrenado muy duro para el cuerpo a cuerpo.

Cuando estaba llegando al viejo altar medio destruido, escuchó a sus espaldas unos ruidos extraños que él ya conocía demasiado bien. Se giró para ver a cuatro demonios menores de apariencia monstruosa, rugiendo y expulsando un líquido viscoso de sus bocas que se suponía era saliva.

—Cassiel. —llamó a su cuchillo serafín que enseguida se iluminó respondiendo al nombre que había recibido de su dueño— Rapiñadores, como os odio. —susurró antes de lanzarse a por ellos.

Pegó un gran salto desde donde estaba hasta llegar al lado de dos demonios rapiñadores. Giró su cuchillo serafín hábilmente hacía la derecha, cortando uno de los costados de un demonio y haciendo que el icor se derramara en el suelo. Se apartó antes de que aquella sangre, negra y viscosa, no le cayera encima por si era ácida. Pero con aquel movimiento se despistó un par de segundos que dos demonios tomaron como ventaja para lanzarse sobre él. Los esquivó rápidamente pero no del todo. Uno de los rapiñadores azotó su brazo con su larga cola llena de púas, causándole un corte algo grande.

—¡Mierda! —rugió abalanzándose sobre aquel demonio e insertando su cuchillo serafín en el cuello de aquel monstruo, haciendo que se evaporara. Se guardó el cuchillo para tomar su estela y empezar a dibujarse el iratze, una runa de curación, en el brazo donde le habían herido.

Tal vez por eso o simplemente porque ese era un mal día para él y andaba distraído, no se dio cuenta de que 2 de los rapiñadores habían reptado por las paredes y ahora estaban encima de su cabeza, preparados para atacarle. Él se dio cuenta y se apartó con un salto hacía atrás nada más terminar de dibujar su runa. Aquellos dos demonios se chocaron entre sí al caer, enredándose con sus colas y matándose a ellos mismos.

Bueno, todo el mundo sabía que los rapiñadores eran demasiado estúpidos.

Pero él no había contado con que el cuarto había desaparecido casi al principio de la pelea y se encontraba justo detrás de él. Sintió la presencia y fue a desenfundar de nuevo su cuchillo serafín pero fue demasiado tarde, el demonio ya estaba sobre él y le había mordido el hombro. Intentó luchar desde el suelo contra el rapiñador pero tener encima el cuerpo de aquella cosa no era algo que te ayudara a luchar, más aún cuando te había envenenado con su mordisco y tus runas de protección habían desaparecido.

—¡Joder! —rugió con rabia al verse incapaz de salir de aquella situación. Si hubiera descansado como le dijeron sus compañeros, esto no habría pasado.

Pero no, él no podía descansar. Él tenía que hacer aquella misión, ir a ese lugar. ¿Por qué? Porque allí fue donde una vez encontró a un chico con el que sintió una especie de conexión demasiado fuerte. Sabía que aquel chico era su parabatai, y por eso estaba ahí, justo antes de cumplir la mayoría de edad, para buscar a aquel chico y formar el símbolo que los unirá para siempre hasta que mueran.

Alguien apareció en la espalda del demonio y atravesó su pecho con una espada larga llena de runas. El demonio desapareció dejando un rastro de humo negro. Él se quedó en el suelo, casi sin fuerzas pero ya pudiendo respirar sin tener encima todo el peso de aquel demonio.