Caminé hasta el centro de la carretera. La lluvia no paraba de llenar mi oscuro pelo de gotas claras y puras.
Me tumbé. Pude sentir la camiseta pengándose a mi columna. Cerré los ojos. El agua no paraba de caer pero no me importaba.
Volví a abrir lo ojos. Los rascacielos seguían rodeándolo todo pero por primera vez me sentía libre.