- Está aquí.
- Lo sé.
- Es él.
- Lo sé.
- ¡Es mortal!
- Que ya. Lo. sé.
- ¡¿Cómo es que puedes estar tan tranquilo?!
- ¡Porque no es mi padre!
Esos ojos azules que tanto adoraba lo miraron, heridos.
Nico suspiró.
- Lo siento, Will. - Abrió los brazos hacia él -. Ven aquí.
Y se abrazaron.
El lago de las canoas, completamente azul por la mañana, reflejaba ahora el tono grisáceo del cielo invernal. Si bien la protección climática del campamento impedía que el agua se volviera hielo, no hacía que esta fuera menos fría. El muelle de madera que se hundía por uno de los lados era completamente inservible en esa época del año (a menos que quisieras coger un resfriado olímpico), y es por eso que Nico y Will estaban debajo de él, disfrutando de la privacidad brindada producto de la falta de entusiasmo por la navegación.
- Lo siento mucho, en serio - susurró el hijo de Hades contra la oreja de su novio. Su novio.
El hijo de Apolo solo se estremeció y lo abrazó más fuerte.
Ya habían pasado seis meses desde su estadía de los que resultaron cinco días - y no tres - en la enfermería; y cuatro meses, sorprendentemente, desde que Nico y Will empezaron a salir. Aún así, aún después de aprender a besar y abrazar a alguien con todo el cariño que era capaz de sentir sin que la vergüenza apareciera, Nico seguía sintiéndose un poco extraño al principio de cada encuentro físico, pues su ego torturado todavía no creía del todo que una persona quisiera experimentar esas cosas con él.
Sin embargo, después de todo ese tiempo, cada vez era más fácil.
Tardó, exactamente, dos segundos en dejar de sentirse ansioso y relajarse contra el cuerpo de Will.
La sensación era tan embriagante.
Tratando de no dejarse llevar y perderse en el abrazo, se puso a pensar en todo lo que había ocurrido: una niña regordeta con cabello negro en corte de paje había aparecido, cargando a un inconsciente chico de rizos marrones a través de los árboles del lado oeste del campamento hasta aparecer en lado del bosque más próximo de la playa, pidiendo auxilio con una voz sorprendentemente fuerte para tan pequeño ser. La niña y el chico resultaron ser una semidiosa de doce años llamada Meg McCaffrey y el dios Apolo, de quince o dieciséis. El hecho de que ambos aparecieran así, tan de repente, era insólito. ¿Cómo era posible que un dios olímpico se manifestara en el campamento de la noche a la mañana, desmayado y mortal?
Pero el motivo de abrazar a Will, de consolarlo, era que se olvidara de ese gran problema, que dejara de ser el capitán de la cabaña siete - la más afectada - aunque sea por un rato.
Y Nico, aunque muchas cosas, no era un insensible.
Esta vez, al menos, no. No cuando Will parecía necesitarlo tan desesperadamente.
- Hey - volvió a susurrar, esta vez con el propósito de ser útil -. Hey, Will.
El hijo de Apolo se separó de Nico lo suficiente como para poder mirarlo a los ojos, pero para eso y nada más: los brazos de uno seguían rodeando al otro, reacios a soltar lo que tanto anhelaban.
- No sé qué hacer - balbuceó Will, y sus ojos, ordinariamente azules y brillantes, parecían haber perdido todo rastro de luz -. De verdad que no lo sé, Nico. Mis hermanos... todos ellos, y más Keyla y Austin, que están en el campamento... todos me mirarán en busca de respuestas, porque soy su líder, el mayor. Y... y no sé qué decirles, porque no sé qué diablos está pasando.
Nadie lo sabe.
- Lo siento - dijo Nico por tercera vez. En realidad lo sentía, y mucho -. La única cosa que puedes hacer es decirles la verdad, Will: que no sabes qué Hades está pasando. ¿O acaso quieres mentirles, inventarles una historia que no tendría ni pies ni cabeza? ¿Y para qué? Te apuesto lo que tú quieras a que, cuando Apolo se despierte y le pregunten el porqué de su llegada, va a decir que no tiene ni la más mínima idea. En serio. Eres un buen líder, Will; no puedes cambiar eso ahora. Sé que... sé que duele. Sé que, todos estos meses, has estado desesperado por alguna señal de tu padre y que esta no es la que esperabas, pero es la que tienes, y sé que puedes trabajar con eso. Tú siempre puedes.
Will tenía los ojos como platos. Habían recuperado un poco de su brillo habitual, y Nico casi sonrió, esperanzado, pero cuando se dio cuenta de que eran lágrimas contenidas, hizo lo primero que se le ocurrió: besó a Will.
Cuando sus labios se juntaron, el hijo de Hades recordó la primera vez que se besaron: había sido en la enfermería, de noche, con las luces apagadas en el sector privado. El roce había sido tan suave, tan inseguro, tan experimental, que ambos se sonrojaron y solo mantuvieron juntas sus bocas por dos latidos de corazones acelerados. Ninguno se había atrevido a abrir los ojos después del acto; muy por el contrario, solo esperaron dos latidos más y se volvieron a besar. Todo lo que no tuvo la primera vez lo tuvo la segunda: determinación, cariño, ganas.
Nico recordó su primer beso porque ese había llevado a un segundo, y el segundo a un tercero, y el tercero a un cuarto, y el cuarto a un quinto.
Y cada uno había sido más hermoso que el anterior.
Este no fue la excepción.
Al separarse, Will tomó la cara de Nico entre sus manos, acariciándole las mejillas con los pulgares. El hijo de Apolo miró al de Hades, y en sus ojos, ya sin lágrimas, había un mundo nuevo: un mundo que parecía gritar a los cuatro vientos que pertenecía a Nico. Y el sol de ese mundo, que había vuelto a brillar, lo hacía con agradecimiento y amor.
- Gracias - dijo Will, su voz firme y decidida otra vez -. Gracias, en serio. No sé... no sé qué sería de mí sin ti, Nico. Te quiero.
No era la primera vez que se lo decía, y seguro no sería la última, pero eso no quitaba que las mariposas esqueléticas en el estómago de Nico volaran descontroladas en todas direcciones y lo hicieran ver estrellas de mil colores.
- Te quiero - respondió, reclamando así el mundo que había visto en los ojos de su amante.
Se volvieron a abrazar.
Nico no necesitó decirle que todo estaría bien, que lo afrontarían juntos; Will ya lo sabía. Con la cabeza en su hombro, el hijo de Hades observó el lago de las canoas, y después de este, las cabañas. En una de ellas, en la de Apolo, estaba el dios que le había dado su nombre, recostado en una de las literas. Después de curarlo, Will había dejado a Kayla vigilándolo para ir corriendo a buscar Nico.
Arriba de las cabañas estaba el cielo.
Antes, cuando el hijo de Apolo encontró al de Hades y lo llevó a su lugar privado de siempre, las nubes, grises y densas, parecían pelear en dos bandos distintos: las que hacían llover y las que hacían nevar. Cuando Nico alzó la vista esta vez, sin embargo, la tormenta de lo que sea ya estaba pasando, y detrás de las nubes, muy tenuemente, brillaba algo. Algo de colores.
Un arcoiris.
Cómo no.
Nico tomó la cara de Will y la movió hasta que este también pudiera ver el espectáculo del cielo, que cada vez se hacía más claro.
Plantó un beso en su mejilla.
- ¿Ves? - le susurró luego al oído-. Esperanza.
***
Hola.
Sí, soy yo otra vez. Esta es mi tercera historia de Solangelo, y decidí subirla en el Mes del Orgullo por razones obvias. Es corta, pero esa era la intención, así que espero que les guste.
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La esperanza del arcoiris »Solangelo.
FanfictionDespués de la llegada de cierto personaje inesperado, Will necesita consuelo más que nunca. Disclaimer: todos los personajes mencionados en esta historia han sido creados por el grandísimo Rick Riordan. A su vez, la imagen utilizada es de go-spaghet...