Prólogo

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La vida en Nueva York era fácil. Claro, para una chica como yo; bendecida con demasiado dinero como para tener suficiente tiempo de vida para usarlo. Tenía amigos, estudiaba en un colegio prestigioso, era popular y vivía en la mejor ciudad del mundo: "La Ciudad que nunca duerme". Por eso, cuando mi padre me aseguró que iríamos a Canadá a vivir, para siempre, mi vida se fue al diablo. Había vivido en Nueva York toda mi vida, desde los 5 años que habíamos dejado a Colombia por asuntos de trabajo de papá. No recordaba a mis primos, ni tíos, incluso ningún tipo de pariente que no fueran mis padres y mi Abuelita Luciana. Algo que nunca mis padres dejaron que olvidara fue la habilidad de hablar español y las receta de arepas de maíz que tanto Abuelita ama hacer en navidad. Sin embargo, nunca me hizo falta nada más que mi familia pequeña de cuatro. Así que cuando mi padre me dijo que nos mudaríamos a Brownstone en Canadá, supe que mi vida cambiaría para siempre, y no estaba segura de que sería para el bien. Supongo que no me equivoqué.

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