La noche era brillante, fascinante y al mismo tiempo hechizante. Sin duda era uno de los momentos más especiales dentro de la vida de Amelia, ya que por fin se cumplía su sueño de poder apreciar una lluvia de estrellas.
Realmente se sentía afortunada.
Ella tenía una lista de cosas por hacer en su vida, así que este acontecimiento ya podía ser tachado de su lista. Para poder apreciarlo de forma completa decidió recurrir a su cámara para lograr inmortalizar el momento.
Todavía pareciera ayer cuando su abuelo le obsequió dicho objeto, el cual protagonizaría gran parte de sus aventuras y lograría capturar la belleza de los objetos.
Mientras hacia su recorrido caminando, comenzó a sumergirse en sus pensamientos e iba explorando y vagando en su memoria hasta recordar la historia de su cámara en un momento que cambiaría su vida para siempre.
Su abuelo era un astrónomo (en el que desafortunadamente nadie creyó), por lo que la mayor parte del tiempo era menospreciado e inclusive ridiculizado y agredido, pero eso NUNCA fue impedimento para que siguiera estudiando dicha ciencia, la cual era su más grande pasión en su vida y esa, mi amigo, fue la más grande lección que pudo haberle dejado a su nieta
Cierto día, en una de las pocas ocasiones en las que su mamá le daba permiso para ir a visitar a su abuelo, este decidió llevarla a comprar un helado. Mientras iban por la calle, uno de los vecinos de su cuadra insultó a su abuelo diciéndole palabras hirientes y cargadas de odio. Sin embargo, siguieron su rumbo como si nada hubiera pasado.
Al llegar a la heladería se sentaron en una de las mesas más bonitas y decoradas del lugar, ya que casi todas estaban pintadas de negro por un proyecto escolar, pero esta, esta era especial desde entonces. Tal vez fue por el color dorado que tenía en las orillas y las estrellas pintadas en todo su esplendor o quizá por las siguientes palabras pronunciadas por su abuelo:
- Abuelo, ¿Por qué cuando esas personas te han insultado no has hecho nada?
- Porque no comprenden la pasión por la ciencia, por el arte, es más, ni siquiera puedo decir que comprendan la pasión por la vida. Verás, cuando comencé trabajando para el Banco, descubrí que eso no era lo que me gustaba, así que decidí salir y cumplir mis sueños, que eran estudiar a los astros y sus movimientos. Hubo muchas personas que nunca me apoyaron, pero no las escuché, no me rendí, sé que las situaciones no son las propicias para que te acepten, pero, descubrí que prefería morirme de hambre y estudiar lo que más me apasionaba a que cuando ya estuviera viejo voltear a ver lo que había hecho con mi vida y descubrir que esto no era lo que yo quería.
Esa fue su última tarde con su abuelo, días después se enteraría que por culpa de una bala perdida, dejó este mundo material. Sin embargo, a partir de ese momento le gustó mucho reflexionar, y después de un tiempo, decidió que los pasos de su abuelo eran los que quería seguir. Quería poseer su valentía, también su pasión por el mundo; pero sobre todo, conservar mucho sus recuerdos.
A ella le gustaban todo en este mundo. Si te pones a observar muy detenidamente a tu alrededor, aunque sea el más mínimo e insignificante objeto, descubrirás que no es ni mínimo ni insignificante, sino que hay todo un mundo dentro; la forma que tiene y, además, considerar que es un milagro que puedas observar dicho objeto.
Por ejemplo, podrás ver una florecilla en tu camino a casa, sin embargo, las condiciones que se dieron son muy exactas; si alguien hubiera pasado segundos antes y la hubiera pisado, ya no la hubieras podido apreciar, y eso nos lleva a la más grande pasión de Amelia: capturar la belleza, ya sea de las cosas, de las personas, de los lugares, entre otros.
Con el paso del tiempo, para ser más exactos a los 16 años le expuso sus intenciones a su madre de ser fotógrafa, la cual se horrorizó ante la idea de que su hija tomara "simples fotografías", ya que siempre le decía que "estudiara una carrera de verdad", que esos eran solamente pasatiempos.
Y así pasaron los días, entre insultos y palabras hirientes, hasta que un día Amelia decidió irse del nido y extender las alas hacia un nuevo destino. Un nuevo destino en el que pudiera seguir capturando momentos, instantes, tomar fotografías.
Teniendo solamente 18 años, emprendió su viaje y encontró su destino provisional en la Ciudad de México; esa bonita ciudad que le abrió los brazos y la acogió como una más, sin hacer distinciones. Estaba muy orgullosa de su trabajo, ya que, a pesar de ser joven había logrado seguir sus sueños y obtenía la remuneración económica suficiente para tener su propio Estudio de Fotografía y salir adelante.
Ahora, dos años después se encontraba camino a uno de los árboles más famosos de la historia: El Árbol de la Noche Triste - donde Hernán Cortés derramó sus lágrimas - para capturar uno de los momentos más memorables en su vida: una lluvia de estrellas.
Al llegar a dónde se dirigía, contempló lo más que pudo a su alrededor y acomodó su manta especial (hecha por una serie de sus camisetas favoritas que por el uso se habían desgastado, así que las transformó), tomó su cámara y esperó. Una gran sonrisa se asomó por sus labios en el momento en el que contempló a la primera estrella fugaz, así que no desaprovechó la oportunidad y tomó su primera fotografía, al mismo tiempo que pedía un deseo.
Pidió comprensión, aceptación, pero sobre todo amor; buscaba a alguien que pudiera comprender su pasión por las cosas, por la fotografía, por el arte, por la vida. Así siguió parte de la noche, pidiendo deseos y capturando momentos.
Era sin duda una buena noche, se sentía satisfecha y mientras retornaba a casa se preguntó que era más importante ¿El arte o la vida? Al llegar a su apartamento, depositó su mochila con sumo cuidado y se preparó un té para dormir.
Sin embargo, cuando ya se disponía a dormir, una notificación en su teléfono la despertó de sus ensoñaciones, era de un grupo de Facebook. Sin pensarlo, escribió en uno de los comentarios de la publicación de uno de los miembros su pregunta anterior. Esa noche no recibió respuesta.
A la mañana publicó sus fotografías y las exhibió en puntos estratégicos de la ciudad para que las personas pudieran apreciar tal belleza. Se dedicó toda la mañana y parte de la tarde a su labor. Terminó exhausta pero muy contenta.
Sobre todo, la llenaba de orgullo el hecho de que, al pie de la fotografía, pudiera leerse la siguiente frase: "Gracias por enseñarme a no rendirme y por ser la luna que iluminó parte de mis noches. Amelia"
Lo que nunca esperaría era que, semanas después, mientras trabaja arduamente en sus siguientes ideas para sus fotografías, un joven, presentándose como Andrés, llegara con una de sus fotos en su mano. Ni tampoco el hecho de que haya sido contratada por un museo para hacer exposición de dichas capturas de momentos.
Al regresar a su casa, y después de haber intercambiado números, miró a las estrellas, pensó en su abuelo y dijo: Lo logramos. Una vez acabando de agradecer, se metió a su cuarto y se preparaba para dormir.
La noche se iluminó más al recibir un mensaje de Andrés, en la que daba respuesta a su más reciente inquietud.
En la pantalla simplemente se leía: el arte de la vida.
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El arte de la vida
Teen FictionAmelia es una joven que le gusta reflexionar, sobre todo después de la muerte de su abuelo. Una noche, al salir a caminar, le asalta la duda: Si tuviera que escoger, ¿que preferiría? ¿el arte o la vida? No sabía la respuesta, pero sí era conscient...