Es invierno. El frío se propaga por la ciudad con sus grados bajo cero como una peste, helando y enfermando a quien se le plantara en frente. Sin embargo por mis venas corre sangre hirviendo; siento el sudor caliente cayendo por las líneas de mi frente mientras que mi piel erizada comienza a sentir el fuerte ardor. Mis pulmones también lo hacen, lentamente empiezan a sentir el aire sofocante que me envuelve, me está costando un poco pero aún puedo, o eso creo. Me encuentro sentado con las piernas cruzadas en el suelo; estoy observando todo con los ojos bien abiertos y atentos ante tal espectáculo, a mi alrededor las cortinas se están desitegrando por completo, las paredes revientan con fuertes estruendos mientras los muebles van consumiendose poco a poco. El gato dejó de moverse, se retorció lanzando aullidos por un tiempo pero le fue inútil, la escena me dejó asombrado y excitado a la vez.
¿Habrá sido una buena idea? —Me pregunto—. Aunque no lo sé, todo sucedió tan rápido que pensar en ello no me ayudará. Ya está aquí, a mi alrededor y es hermoso verlo.
—No te preocupes vie... ¡Coffsh! ¡Coffsh!... Vieja amiga, vi-vieja cómplice—. Se me dificulta mucho hablar, está dentro de mí ahogándome.
—Ya-ya nadie vendra a perturbar tu paz con-con sus gritos agonizantes... Na... Nadie derramará otra gota roja sobre tu suelo. Hoy acaba todo... Hoy se cobran to-todo lo que le hemos quitado a esa po-po-¡pobre gente!—. Me estoy poniendo pálido, siento que mis ojos están por apagarse.
—Hoy... Hoy nos toca a nosotros descansar...—.
¿Qué fue lo primero que agarraron las fuertes llamas? Quizás habrán sido los brazos, quizás mi ropa, o puede que mi cabello; pero la brisa cálida que sentí cuando éstas envolvieron mi ser, me alivió suavemente.
Y así, pereció la casa que tanto sufrimiento causo en mis victimas y tantas alegrías me trajo. Y claro, también pereció el monstruo que se creo allí.