E iba yo con un grupo de senderistas cuando me encontré con un tronco cortado, dejando en su base los restos utilizados ahora como asiento.
En el asiento improvisado se arrastraba una especie de gusano de colores claros, no me iba a sentar en él, así que con una hoja lo induje a subirse en ella y con el gusano arrastrandose por la hoja reseca lo llevé a otra zona del campo dejando ambos en el suelo.
El resto de senderistas decidieron continuar, y yo tuve que espabilarme para seguirles la marcha, no me esperaban, ni se fijaban en mi presencia o ausencia, así que me marché.
Dí media vuelta y les dejé solos, tenía las piernas resentidas de tanto andar, y aún tenía que deshacer lo andado.
Las piedras y rocas impregnaban mi alrededor, salpicada por rala vegetación cercana.
Al menos las vistas en la lejanía eran aceptables, casí podría decir que agradables.
Me giré, pero ya no les veía.
El camino de piedrecitas pasó a ser un camino de tierra pisada, más ancho y cómodo sobre el que andar.
A lo lejos, muy a lo lejos, se veían montañas con parcelas blancas, quizá nieve, extraño por la situación geográfica donde me encontraba.
Me daba la sensación de que me iba a caer, que perdería las fuerzas y desfallecería a una orilla del camino.
Aunque tenía ganas de tumbarme en algún lugar plano y mullido, no lo busqué, pues quería volver, volver al lugar donde me alojaba y descansar allí, quizás, lo reconozco, por miedo irracional a que alguien o algo me hiciera algún mal si me tumbaba y me quedaba dormida allí, bajo el cielo.