El pozo de la granja

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Mehan contado innumerables historias acerca de los secretos y peligrosque esconde mi casa, pero esta nunca la había escuchado, y muchomenos vivido. 

Erauna mañana como cualquier otra de primavera del año 1916 en migranja situada quién-sabe-dónde. Me desperté sobresaltado, sudandoy con la cara roja. Ya iban cinco noches las que pasaba sin dormir.Todas las noches pesadillas colapsaban mis sueños, y una sensaciónde incomodidad me inundaba, como si estuviese durmiendo con alguienobservándome. 

Salíde la casa y me dirigí al río a recoger agua como todas lasmañanas, pero mi padre me llamó para que fuese a donde él seencontraba. Metros antes de llegar hasta mi padre, ya pude ver lo queocurría. Todas las cabras, todo el rebaño de cabras que mi familiacuidaba estaba en el suelo, volteadas, con un reflejo de horror ypánico en sus caras, estaban muertas. El veterinario dijo que habíanmuerto por estrés, cosa que no causó extrañeza alguna, las ovejasse estresan fácilmente y de forma colectiva. Lo que sí quesorprendió fue que por esta zona nunca habían habitado depredadorescapaces de causar una muerte masiva como esa. A mi padre solo leimportaba el gasto económico que eso supondría, era ganadero,mantenía a la familia y la granja gracias al negocio que tenía enla ciudad vendiendo productos de origen animal o vegetal, las cabraseran lo que más juego daba. En cambio, mi madre se preocupaba másde que se podía hacer con las cabras ahora, si desollarlas yutilizar el cuero y los cuernos, o si usar la carne para cocinar yalmacenar para el invierno o vender al mejor postor. En cambio yo,estaba más preocupado con la simple idea de pensar que podría habercausado tal masacre.

Derepente, me fijé en algo. Al fondo, tras la gran acumulación decadáveres de animales se

encontrabauna niña. Tenía un pelo largo y moreno, y un vestido mugriento quele llegaba hasta los tobillos. Estaba empapada. Me miraba fijamente,pero no parecía que nadie se diese cuenta de su existencia. 

Aldía siguiente, al ir a recoger agua al río, me di cuenta de que lacorriente transportaba rápidamente unas aguas marrones oscuras, mepareció ver un pequeño pececillo boca arriba en la superficie delrío, arrastrado por la corriente. Al otro lado del río estaba laniña del día anterior, con el mismo vestido y aún empapada. Estabajugando con la corriente del río cuando levantó la cabeza, y volvióa clavar su inquietante mirada en mí. Sus ojos negros azabachedestacaban en su pálida cara. No desviaba su siniestra mirada de mí,parecía que me estuviese juzgando, pero de una forma maligna. Yo yaestaba empezando a sentirme incómodo, así que me volví a lagranja. Volví con los cubos vacíos y con una preocupación generalque se iba agrandando a cada paso que daba.

Comentéa mis padre lo sucedido con el río, y me mandaron a coger agua alviejo pozo de la familia. Ese viejo pozo construido en 1803, ha sidoel causante de todas las historias y rumores que persiguen yperseguirán a la familia toda la vida. A causa de los múltiplesrumores relacionados con ese pozo, nunca me había atrevido aacercarme a menos de diez metros de él. No fuese que alguna deaquellas leyendas, tuviera algo de verdad.

Mefui acercando lentamente, con una incertidumbre que aumentaba a cadapaso que daba. Llegué al pozo, colgué el cubo y lo empecé a bajar.Durante esos minutos no ocurrió nada. Subí el cubo y al ir arecogerlo oí algo. Sonaba como una niña, una niña pidiendo ayudadesesperadamente dentro del pozo. Me asusté y miré el agua delcubo, estaba tan turbia como la del río. Me asusté aún más y mefui corriendo como si del diablo se tratara. 

Esadía no pudimos beber nada, y todos estábamos sucios y sedientos.Durante la cena empecé a sentir malestar, así que me fui a la camatemprano. Tuve una noche como ninguna otra desde hacía mucho. Dormíplácidamente, sin pesadillas, incomodidad o ruidos extraños. 

Alamanecer oí a mi madre llamarme para que me levantara. No sé cómoo cuándo había abierto los ojos, pero ahí estaba, tieso, no se porqué, y con los ojos abiertos. Mi madre abrió la puerta de mihabitación y se acercó a mí. Yo quería levantarme y saludarla,pero no podía. No sentía mis extremidades, no podía moverme ytampoco podía hablar, solo podía ver y escuchar. Intenté gritar,pero era como si mi grito solo lo pudiera oír yo para mis adentros.Mi madre se dio cuenta de mi estado y su rostro amable cambio a unrostro asustado. Estaba aterrada, me tomó el pulso y se aterró aunmás. Pegó un grito de desesperación y salió llorando de lahabitación. Al ver que se marchaba pude ver una figura en el marcode la puerta. Era la niña de pelo moreno y vestido polvoriento. Mesaludo con la mano y cerró la puerta con una sonrisa aterradora ensu rostro.

Escurioso como muchas leyendas, pueden llegar a ser reales. Como laleyenda de una niña arrojada a un pozo de una granja en medio de lanada, de la que a su fantasma le encomendaron la tarea de anunciar lamuerte de los pobres habitantes del hogar, uno a uno.



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