Mi abuela me regaló una bufanda roja y me dijo que determinaría mi destino. Pensaba que era uno más de sus comentarios sin sentido.
Salí a dar un paseo y te encontré, yo con mi bufanda y tú con un jersey rojo. Nos limitamos a mirarnos y cada uno marchó por su lado.
A partir de ese momento, cada vez que necesitaba paz, me ponía mi bufanda e iba en busca de tus ojos. Nos observábamos y con eso nos bastaba.
Por fin un día nos atrevimos a articular palabra y dijimos al unísono: quiero conocerte todos los días de mi vida.
Comencé a amar tus manías, tus gestos, tus ataques de nervios y sobre todo de risa, el roce de tu piel con la mía y tu voz.
Y lo supe, supe que quería perderme siempre en tus pestañas, en todos y cada uno de los lunares de tu cuerpo, en los precipios de tus clavículas y en el brillo de tus ojos. Perderme en la única persona que sabía encontrarme.
Supe que eras tú, eternamente tú.
Hasta que desapareciste, dejando un gran vacío del que no podía escapar.
Me llegó una carta, y dentro una llave, un hilo rojo y una nota que decía:
"Solo nosotros tenemos la llave"
Y ahora lo entiendo, mi abuela tenía razón, hoy me he vuelto a poner mi bufanda y te he visto.
Y he visto entre nosotros el hilo rojo que nos une, el destino.