Flores Amarillas

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Iba por la avenida cuando vi a una monja con un ramo de flores amarillas en sus manos.

Unos jóvenes la estaban insultando.

- ¡Callaos! Es una persona con menos odio que vosotros, ¡Respetarla!

Los y las jóvenes se fueron.

La monja se dirigió hacia mí.

- Gracias jovencita, sin ti puede que me hubieran quitado estas tristes flores.

- De nada... señora, no me gustan las faltas de respeto, y aquellos estaban siendo insolentes. Por cierto, lamento importunar, pero eh tantas flores ¿para qué son?

- Son para la familia de una joven que ha fallecido recientemente.

- Vaya, lo siento.

- Viven aquí cerca, mira enfrente, allí, en aquella puerta con verja de metal.

- ¿Puedo preguntar cómo se llamaba?

- Claro que sí hija, se llamaba Tanit – dijo el nombre de la primera chica de la que me enamoré.

Fue entonces cuando me temí lo peor.

- ¿Y sus apellidos?

- Hernández Ruíz – también coincidieron, era ella‑, sus padres son muy buenas personas, son profesores en un colegio cristiano y sus hijos siempre han sido muy devotos de nuestro señor Jesucristo y de dios padre, nos tenga en su gloria.

- ¿Podría acompañarla? Quisiera acompañarla a entregar las flores a su familia.

- Claro chiquilla, pero es que ¿la conoces? Podría ser, tenéis una edad parecida a simple vista.

- ... Me enamoré de ella cuando tenía 11 años.

- Entiendo...

Fuimos escaleras arriba, yo miraba los escalones mientras la monja me guiaba al piso en el que había vivido todos estos años con su familia.

Abrió la puerta una niña de unos 7 años con unos brillantes ojos curiosos.

- ¿Dónde están tus padres o abuelos preciosa?

- Mi mamá se encuentra de viaje a París y mi papá se fue a Madrid hasta el fin de semana, los yayos están en el salón, junto a la foto de tía Tanit.

Seguí a la señora monja hasta el salón, a penas 10 pasos desde la entrada. Allí los vi, los que siempre creí que iban a ser mis suegros, mi suegra pálida sujetando la foto de su hija Tanit, el señor suegro con las orejas rojas y unas manos con múltiples cicatrices ensangrentadas cubriéndose la cara.

- Lo siento, lo siento, lo siento, ... – decía mi suegra mirando la foto de Tanit.

- Disculpen, he traído esto para ustedes, ¿Cómo se encuentran?

- Mejor hermana, no se preocupe dentro de poco volveremos a verla a la parroquia donde ayuda a los más necesitados.

- Oh, no se preocupen por ello, tenemos manos suficientes y siempre hay gente joven dispuesta a ayudar a los demás.

Esto último lo dijo mirándome a mí.

- La chica que la acompaña hermana, ¿es su ayudante? ¿acaso quieres hacer los votos para convertirte en monja jovencita?

- Nunca me lo he planteado, pero ... puede ser.

- Esta joven me ha ayudado a defenderme de unos jóvenes menos decorosos y respetuosos que ella. Además, hay un gran amor en su interior, gran parte de él proviene del que sintió, y todavía siente y sentirá por vuestra hija.

- ¿Por Tanit? ¿de qué tipo...

- Amor primero, amor verdadero, por eso está aquí, amaba a la joven Tanit tanto como vosotros.

- Yo...

- Fuera de mi casa! – dijo pausadamente al principio mientras alzaba el tono de voz.

Los miré y vi como el padre rompía a llorar y la madre me miraba con el ceño fruncido y los labios y barbilla temblando conteniendo las lágrimas que empujaban, agaché la cabeza y me fui.

Esperé a la monja en el rellano junto a la puerta, la niña se me quedó mirando, y cuando no me miraba a mí, miraba hacia el salón, se oían llantos y la voz de la monja intentando consolarlos.

Cuando cesaron los llantos la monja volvió al rellano, mirándome con alegría de que estuviera allí esperándola.

- No lo han dicho, pero sé que agradecen que hayas ido a verlos, aunque ahora con el dolor no se ven capaces de expresar más sentimientos que un intento de ira y odio, producto de su impotencia y frustración. Dentro de poco volverán a estar bien y crecerán espiritualmente, simplemente hay que darles tiempo.

- ¿Y las flores?

- Se las he dado a la madre, se ha sumergido en ellas mientras reposaba en el sillón. Volvamos a casa, nos queda mucho por hacer.

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