Capítulo 1

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El trino de los ruiseñores en aquella mañana de primavera fue el responsable de que ella finalmente decidiera revelar esos orbes avellana que aún ahora permanecían apenas abiertos, todavía somnolientos por la larga noche en la que permanecieron en vela.

Sintió sus cabellos de fuego deslizarse y acariciar sutilmente su piel nívea, haciendo uso de su voluntad, posó sus pies descalzos sobre la fría madera que servía de piso en toda la mansión. Tras un momento donde el sueño volvió a aparecer, finalmente se alzó erguida, revelando su letal desnudez.

No habían pasado muchos segundos, cuando las criadas de la joven mujer entraron a la habitación. Posando una bata blanca sobre los hombros de la muchacha, la condujeron por una serie de pasillos rumbo a su baño matutino, la tierna mujer dejó escapar al viento una risa angelical, tal era que siquiera el canto de la más fina campana quedaría hecha pedazos ante la exquisitez seductora de su voz.

-O-

—Hoy es el día.

La figura dejó de moverse, no obstante el continuo movimiento de su pecho delató el ejercicio físico evidente, pero fue cuando la misma sombra dejó una caer una espada que el entrenamiento que había estado realizando se dio por finalizado.

—Espero mucho de ti Kazuto, mis esperanzas están contigo, no me falles, no toleraré errores.

Y la voz se hizo silencio, pero la luz de la mañana primaveral que entraba por las rendijas de una ventana mal cerrada iluminó un cuerpo joven y marcado por el ejercicio continuo propio de un guerrero.

Ojos negros como la noche miraban a la nada inexpresivos, como si estuvieran esperando que algo los sacase de su monotonía. Haciendo sus pensamientos a un lado lentamente fue abandonando la habitación donde le enseñaron lo podrido del mundo.

-O-

—Asuna...

La aludida giró dulcemente el rostro tras el llamado y dedicó una sonrisa devota a su abuelo, un anciano hombre sentado a la cabeza de la mesa que compartía únicamente con aquella niña que ahora le sonreía alegre. Se preguntó a sí mismo cómo no podría estar feliz con semejante ángel alegrándole sus últimos días sobre la faz de la tierra, con una felicidad contenida le revolvió los cabellos una vez que ésta se acercó obediente hasta el mayor.

—Dime abuelo.

Se dedicó unos minutos para él observando quieto a su única familia, era tan joven como la primavera naciente, tan hermosa como los pétalos renacidos de las flores del cerezo. Era un ángel, y estaba consciente que no solo era él quien pensaba de ese modo sino que todos los que habitaban en esa mansión estaban de acuerdo en que no había nadie que hubiera pisado la tierra que fuera tan perfecta como lo era la dulce señorita que esperaba su respuesta. Y bien sabía, para su pesar que aquella decisión no sería completamente de su agrado.

—Los jefes de la familia han decidido que te casarás.

Y tal como predijo en el interior de su mente, el rostro de la joven niña se ensombreció, sus pequeñas manos denotaban un ligero temblor y sus ojos se oscurecieron, perdiendo ese brillante avellana de hace unos instantes. Su sonrisa cautivadora desapareció dando lugar al rostro serio que tanto se imploraba no tener que conocer. No obstante, ahí se encontraba su joven ángel, recibiendo de sus propios labios el doloroso destino que le aguardaba, pues bien sabía él cuál águila salvaje era su hermosa nieta, indomable como pocos, libre como nadie. Y aun así, se vería atada a la avaricia de gente repudiable.

Sin embargo, comprendía perfectamente que su pequeño tesoro no proferiría palabra alguna, aceptaría aquellas palabras con dificultad, como si fuesen piedras que se hubiese visto obligada a cargar.

Alas RotasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora