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Una princesa que necesito de los demás. Necesitó de personas, por supuesto. Sin embargo, nunca de un principie que recitara el mismo papel que los juglares perpetúan en sus aparentemente inocentes. Necesitó de personas a su alrededor, simples mortales y con innumerables defectos que la apoyaran. Que le dieran opciones de cómo hacerlo o que incluso algunas veces le indicaran la mejor opción, pero nunca necesitó que alguien lo hiciera por ella. No obstante, si alguna vez alguien lo hizo no dudó en agradecerlo e incluso en devolverle el favor.

Porque la princesa, esa que se salvó sola entendía que vivimos en un mundo en el que funciona y se espera la reciprocidad. Pero en esa reciprocidad ella no siempre tenía que ser a la que pagaban con besos y con amor, también podía ser ella la que pagara con besos y con amor. Salvar, porque se le daba muy bien salvar.

Lo hacía todos los días cuando acudía al hospital y se ponía su bata blanca y le plantaba cara a las enfermedades que habitaban en los cuerpos de otros. Cuando no dejaba de pensar que un mundo en el que ningún hombre la mirase por encima del hombro o que ninguna mujer la despreciara por ser mujer, como ella. Cuando en la ecuación del puedo o no puedo entraban muchas variables, como el cansancio o los recursos con los que contaba, pero no la variable sexo.

PrincesaWhere stories live. Discover now