1 - Maturez

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"Está bien, puede ser suficiente. Le haremos saber, señorita Zanetti. Ahora puede irse." Me despidió suavemente el jefe de la comisión, inclinando la cabeza hacia un lado en señal de despedida.

"El suplicio se terminó."
Me decía a mi misma, feliz de haber terminado mi examen de maturez.

Estaba completamente vacía en aquel momento, toda la tensión y el nerviosismo acumulado en los últimos meses era como mágicamente desaparecido.

Recogí apresuradamente mis cosas y arrojé mi pequeño proyecto miserabile hecho en una semana en mi mochila de Vans que mamá me compró después de que la última la consumé por completo.

"¿Qué vas a hacer el próximo año, querida?"
Me escuché preguntar desde una voz femenina y desconocida detrás de mi.

Todos me miraron y no me sentí incómoda: me gustaba ser al centro de la atención.

Me giré, llevando la mochila casi vacía sobre mis hombros.

Me quedé un poco afectado, mirando un irritante pedastro en mi pulgar.

En el proceso me apuré en responder a la profesora.

"Sé diplomatica y segura de ti misma, Savannah, sigue dando aquella buena impresión que todos los profesores esperan." Pensé.

"Tengo que admitir que sigo confundida sobre la universidad..." Empecé a rascar mi barbilla. "Me estoy informando con mi padre y mi hermano porque él también ha ido allá..." Dije muy tranquilamente a la profesora, omitiendo el hecho de que mi hermano Nicolás se cansó de estudiar y se lanzó compleatamente en la música.

La profesora asintió lentamente y después comenzó a hablaren voz baja con un collega.

Pensando que me estaban despidiendo, saludé a los profesores de la comisión, le deseé felices fiestas y me iré rápidamente.

El verano habría empezado una vez que crucé el umbral de esta aula que ya sentía que en los próximos años extrañaría: nunca más charlas con los porteros o los profesores más a la mano, nunca más vueltas y nunca más café de las máquinas expendedoras para perder tiempo.

Aunque la escuela fue pesada algunas veces y aunque siempre me quejé, fue el lugar donde conocí a mis compañeras, incluida Ginevra.

Ella era mi mejor amiga y la conocí el primer día de clases. Las dos llegamos tarde, por eso nos conmovieron los primeros escritorios, los que todos evitan, justo en frente del profesor.

A partir de ahí comenzó nuestra amistad, tanto en clase como fuera. Todas las fiestas pasadas juntas, todos los cumpleaños, todas las vueltas en el centro, todos los viajes: sólo yo y ella.

Además, Ginevra era una chica muy hermosa y cada vez que hablaba tenía ese encanto extranjero que encantaba a todos.

Es italiana como yo, o casi, porque yo soy ítalo - estadounidense, pero cada persona que encontrábamos por primera vez pensaba que ella era brasiliana o española.

En realidad la tez oliva, el pelo largo, oscuro y ondulado y los ojos marrones podían hacerle pensar, pero ella era una italiana auténtica.

"¡Ten cuidado a donde vas, estúpida chiquita!"

Sara gritó en su tono habitual de ganso.

Me sentì abrumada y no me había dado cuenta que mi odiosa compañera de clase que, desde aquel momento, nunca volvería a ver, estaba entrando.

Todos los profesores recurrieron a nosotros para ver qué estaba sucediendo. "Dios, pido disculpa. ¿Te he hecho daño? no te vi, Sara." Dije abrazándola y luego le susurré al oído: "Espero que te equivoques, ¡voy a festejar!"

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