Me levanto como cualquier día normal, de cualquier mes normal, como si fuera una simple persona normal, subo a la azotea a fumarme un cigarro, coordino mis pies para que vallan uno detrás del otro como de costumbre, abro la puerta con una cierta dificultad, pero ya era rutina después de más de diez extravagantes años aquí. Salgo y noto el frío clima de la ciudad, doy vueltas sin rumbo entre las tendederas y los almacenes de los que ya la mayoría estaban abandonados, me acerco al borde y admiro la caída de más 100 metros que hay; sin pensarlo dos veces me subo y me siento más poderoso de lo normal como si algo me diera un poder, el poder de la vida , de empezarla, de renovarla, pasa fugazmente en mi cabeza un idea que rompería lo típico, "que hay de malo en lo atípico", pensaba mientras caía por aquel enorme vacío a las afueras de Madrid.