Capítulo 1- Nunca salgas con una compañera de trabajo

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El día amaneció despejado en Ciudad B. Las calles, sin embargo, estaban aún en las sombras, exceptuando las estrechas franjas de luz que formaba el sol al pasar entre los resquicios de los edificios.

Enfrente de uno de esos edificios me encontraba yo: Sebastian Walt. Una suave brisa me atravesaba el cuerpo y hacía ondear ligeramente mi pelo. Las piernas me temblaban ligeramente; no por el frescor de la mañana, sino porque hoy era mi primer día de trabajo.

Según creía, iba a encargarme de probar robots. Un trabajo sencillo. Al menos, lo parecía. Yo esperaba que, tras un tiempo, empezara a escalar puestos en la empresa y acabar realizando algo más complejo, para lo que estaba cualificado de sobra. Los robots eran indispensables en nuestras vidas, y yo quería participar en eso.

Aun así, con los tiempos que corrían, este trabajo era un buenísimo punto de partida.

Exactamente a las ocho en punto de la mañana, las puertas de cristal de la oficina se abrieron. En cuanto puse un pie dentro del edifico, una voz electrónica me pidió que insertara mi documentación en una ranura. Tras hacerlo, otras compuertas, esta vez de metal, se abrieron, permitiendo el paso a un ascensor. Recogí de vuelta mi documentación y entré.

Fueron diez segundos de subida hasta que las puertas del ascensor volvieron abrirse, dejando a la vista un pasillo. Siendo ya estrecho el corredor, su paso lo dificultaba un hombre trajeado, ancho y con bastante pinta de guardaespaldas. El hombre se dio la vuelta, indicándome con un gesto que le siguiera. Sin embargo, de su boca no salió una sola palabra.

En seguida, llegamos a una puerta y el guardaespaldas se marchó.

Antes de llamar, me fijé en la placa dorada que estaba atornillada a la madera negra de la puerta. En ella, estaba inscrito un nombre: Ian Shaw. Sabía perfectamente que ese era el nombre de mi jefe. De hecho, conocía muy bien el aspecto de la persona con la que me encontré al abrir la puerta.

Sentando detrás de un moderno escritorio de caoba, se encontraba un chico, joven y rubio. Tenía una sonrisilla de superioridad que encajaba con sus ojos azules, con los que me miraba fijamente, como si me poseyera a mí y a la mitad del mundo. Esto no se alejaba mucho de la realidad, pues Ian Shaw era el único hijo del hombre más rico de ciudad B, y uno de los más ricos del mundo: Midasen Shaw. Yo hubiera admirado al señor Shaw, sino fuera porque había conseguido su dinero con estrategias que rozaban la ilegalidad. Cada pocos meses aparecía en televisión una nueva acusación contra él, pero nunca llegaba a nada.

A pesar de haber una silla vacía, Ian no me invitó a sentarme. Aun así, lo hice. Mi jefe no dijo nada, pero por un momento, su expresión cambió a sorpresa.

Os estaréis preguntando cómo había podido caer tan bajo para trabajar para un hombre como Midasen, pero la verdad es que confiaba en que Ian no fuera como su padre. Desgraciadamente, en cuanto entré en su despacho descubrí que, aunque físicamente no se parecieran en casi nada, la mirada arrogante de Ian era igual que la de Midasen. Pero aunque eso fuera una decepción para mí, no iba a dejar el trabajo; como he contado antes, los puestos de trabajo no sobraban.

─ Buenos días ─ dijo Ian. Su voz era molesta, y la arrogancia que desprendía era de esperar.

─ Buenos días ─ respondí.

─ Se preguntará por qué le he traído a mi despacho ─. Efectivamente, me lo preguntaba. Ian no parecía un tío que me fuera a dar la bienvenida ─. La razón es que hemos decidido cambiarle el contrato; va a tener una compañera.

─ ¿Cómo que una compañera? ─pregunté.

Ian Shaw me tendió una tableta electrónica.

─ Aquí están todas las condiciones. Puede decidir si lo acepta o no.

No le pregunté, pero supuse que, si no lo aceptaba, perdería el trabajo, por lo que me leí el contrato. No cambiaba nada. Mismo sueldo, mismo horario... la única diferencia era mi nueva compañera. Lo volví a leer. Me parecía sospechoso que no me hubieran dicho esto antes. Aun así, no vi nada raro, por lo que acepté.

─ Buena decisión.

Mientras decía esto, se levantó y me acompañó hasta la puerta. Después salió por el pasillo y me llevó hasta otra habitación.

─ En el ordenador aparecen los encargos que debe hacer ─ me dijo Shaw ─. Su compañera ya está dentro esperándole: se llama Amy Jones

Acabó de hablar (me alegré de dejar de escucharle) y abrió la puerta de par en par. Fue en ese momento cuando mi mirada se cruzó por primera vez con la de Amy. Tenía los ojos marrones, pero, al contrario que los míos, más oscuros, los suyos brillaban con reflejos verdosos. Su pelo de color castaño rojizo, casi pelirrojo, le llegaba hasta por debajo los hombros y contrastaba con el vestido azul celeste de tirantes que llevaba puesto. Su cara era pálida y si te fijabas bien (sí, yo lo hice) podías observar algunas pecas dispersas. Seguramente me pasé demasiado tiempo mirándola, porque cuando volví en mí, Ian Shaw se había ido sin que yo me diera cuenta. Tuvo que empezar ella a hablar.

─ Hola ─ me dijo.

─ Hola, soy Sebastian Walt ─ contesté.

Amy me sonrió.

─ Encantada de conocerte. Yo soy Amy Jones.

Me quedé mirándola durante otros tres segundos hasta que decidí que debería concentrarme en el trabajo. Me senté delante de la mesa donde se encontraba el ordenador y comencé a revisar todos los archivos mientras Amy se sentaba a mi lado. Era increíble la gran cantidad de robots que teníamos que probar. Lo peor es que las primeras pruebas podían ser entretenidas, pero al final lo que hacíamos era probar la misma clase de robot en otra variedad. Pronto, el revisar era automático, y el aburrimiento hizo que Amy yo entabláramos una larga conversación.

A mí nunca se me ha dado bien hablar con la gente y, normalmente, no conseguía que la charla durara más de cinco minutos seguidos, pero con Amy todo era un gran tema de conversación, en todos los aspectos había algo entretenido, así que estuvimos hablando durante casi toda la jornada. Y eso ocurrió durante toda la semana. Al llegar el viernes, Amy me conocía mejor que mucha gente con la que me había cruzado en la vida.

Eso sí, hubo una cosa de la que nunca hablamos: el pasado. Ella nunca contó nada de su infancia o su adolescencia. Yo tampoco quise preguntarle, porque seguramente la pregunta me hubiera rebotado, y a mí me resultaba duro hablar de cuándo era un niño. Más tarde os contaré por qué.

Como podréis haber supuesto, a la siguiente semana le pedí salir a Amy en una cita. Tuvo un poco de dudas al principio, lo cual me puso bastante nervioso, pero acabó aceptando.

Desgraciadamente, la cita no salió como esperaba.

El día, un sábado, empezó bien. Estaba feliz por haber quedado con Amy, y me preparé rápidamente. Al parecer, le contagié la alegría a mi perro Cyb, que no paraba de corretear por la habitación, haciendo un ruido metálico cada vez que su pierna biónica pisaba el suelo. Le había encontrado así en la calle, llorando. Le faltaba la pata izquierda trasera. Pero, gracias a la tecnología, en seguida se recuperó y era habitual encontrárselo tan contento como estaba yo hoy.

Al llegar la tarde, salí de casa tranquilamente y me dirigí hacia un café del centro de la ciudad, donde habíamos quedado. Llegué unos minutos antes que Amy, por lo que cogí una mesa de dentro del café para no tener que escuchar el ruido del tráfico. Ella llegó dos minutos después que yo, y en seguida nos sentamos y comenzamos a hablar como cualquier día.

Terminamos de tomar algo y fuimos a dar un paseo. Después de un rato andando, llegamos a un parque y decidí lanzarme.

Cogí la mano de Amy me paré, le miré durante un momento a los ojos, me acerqué a ella lentamente... y se apartó.

«Genial» pensé. «Esto no podía haber salido peor»

Sí que podía.

─ Lo siento, no puedo hacer esto ─ comenzó a decir Amy.

Me esperaba una excusa normal: que no le gustaba, que no era un buen momento... pero lo que dijo fue algo totalmente diferente.

─ No puedo porque... soy un robot. ─ terminó.

Definitivamente, eso no me lo esperaba.


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