El anhelo de Holmes

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* * *

Es esta la mañana más tranquila que en mucho tiempo no has tenido, desde luego esto es lo justo y necesario después de una serie de casos que no hicieron otra cosa más que obligar a Watson a correr a toda velocidad justo detrás de ti. Sin embargo no es que compartas la misma opinión, para ti no podría haber algo peor. Esta tranquilidad erosiona con rapidez tus nervios, y si no fuera porque Watson ha logrado convencerte de dejar la cocaína entonces ahora estarías cómodo en el sofá metido y perdido en tu cabeza.

—¿Hay algo Watson? —Cuestionas, frunciendo el ceño por centésima vez en el día, y apenas son las diez de la mañana.

—Lo lamento Holmes, solo hay algunos robos menores. —Suspiras, expulsando el azulado humo con desdén, apagas la pipa y la arrojas lejos. Justo antes de que consideraras tomar un cigarrillo la señora Hudson entra apresurada por la puerta.

—No quiero saber nada a menos que sea de vida o muerte —respondes sentándote luego en el sofá a un lado de Watson, estás secretamente entusiasmado por si realmente es una situación de vida o muerte.

—La verdad, señor Holmes, no podría decirle. Claro que el doctor Watson si puede. —Inmediatamente Watson presta más atención despegando la vista del periódico. No te gusta, se supone que él no debía apartarse del papel hasta conseguirte algún caso. Sin embargo parece ser que Watson no recibió el contrato pues rápidamente se levanta buscando su maletín mientras la señora Hudson explica—. Ha llegado un telegrama de un extraño hombre que se dio a la fuga nada más puso el papel en mi mano. Dice; Con el señor Starks. Doctor Watson. Urgente. —Realmente no te interesa si el señor Starks está a punto de morir, Watson debería preocuparse más porque tú mueras de aburrimiento. Pero no importa ya, Watson ha salido tan rápido como ayer por la tarde mientras perseguían a un secuestrador de perros.

Ya no hay opción, la pereza te invade en cuanto Watson se va de la habitación y ya ni siquiera tienes fuerza para seguir leyendo el periódico. Ya habías planeado ir a averiguar algo relacionado con esa serie de delitos menores, pero siendo acompañado de Watson. Sí, no solo con él se van tus ganas, también Watson se lleva tu respiración y tus ganas de todo. ¿Por qué, después de todo, tienes que hacer algo cuando no hay nadie (y más específicamente Watson) para observar e ilustrarse, o ya mínimamente interesarse en tus acciones?

¡Ja! Tú mismo no puedes soportar la idea de que aquello sea en alguna parte cierto. Porque, y dios salve a la Reina si no, ni siquiera tú eres capaz de mentirte a tan alto grado. La realidad es muy, muy diferente a como quieres imaginarlo. Aunque, en verdad, no importa si lo quieres aceptar o no, las cosas son como son, y el que te guste o te desagrade es totalmente irrelevante.

Aunque, sincerando las cosas, no solo es la irrelevancia misma lo importante de la situación. Pues, si bien sentir esa clase de cosas sobre Watson no corroe tu alma, si te abre los ojos; a la realidad y a los límites de la cordura. ¿Qué pasará si de repente el mundo llega a enterarse? Es cierto que el tener sentimientos, básicamente, como cualquier persona sobre la faz de la tierra, no afecta (en lo que cabe) de verdad, pero que el gran detective privado Sherlock Holmes los tenga, es algo digno de admirar, además también de asustarse y gritar.

No es que desde un principio hubieras, sin más, decidido no dar cuenta a los demás sobre todo aquello que a las personas las hace personas. Eso es algo que, de la manera más simple de decir, te resultó de lo más conveniente. Sin embargo, está claro que no contabas con la presencia de Watson.

Pensabas siempre que las damas correrían a lado contrario de ti nada más notar de cerca tu actitud. Por supuesto que fue así. Y desde luego está por demás decir que toda esperanza acerca de tener un amigo -o al menos algo parecido- fue inmediatamente descartada. Y ahora, el solo pensar en la soledad, esos ojos verde pasto, ese cabello rubio y esa hermosa sonrisa acuden a tu cabeza exclamando felizmente tu nombre. La aterciopelada voz te colma de pensamientos borrosos cada vez que quieres entrar de lleno en tu lógica. Los maravillosos ojos atraen tu atención para encerrarte luego en esa boca danzarina que canta halagos solo para ti.

Cuando el sueño te obliga a dormir una cálida sensación en los labios te hace abrir los ojos nuevamente, algunas horas después. La cálida voz de Watson susurra—. Lamento haberme ido sin más, parecía que realmente era una emergencia.

—Los americanos normalmente exageran las cosas. —No quieres decirle a Watson cómo es que llegaste a esa conclusión, por eso, lo tomas rápidamente por la cintura y le besas. Su aliento te invade y la dulce miel roba lo que te queda de cordura.

Rápidamente, aun si no están en la habitación, la pasión hedónica de sus cuerpos deseosos hace lo que les viene en gana...

Es en esta clase de momentos, cuando las palabras poco importan, y la sensación del sueño invade la habitación, que Watson te susurra un dulce "le amo, Holmes" en donde sientes una ligera sensación de culpa por hacerte el dormido y no poder corresponder a las palabras de Watson. Un "yo igual" solucionaría las cosas, bien lo sabes. No es que no quieras decirlo, nada más lejos de la realidad, pero como antes ya lo habías pensado, todo el tiempo que pasaste solo antes de Watson ha encerrado demasiado bien tus palabras, te ha sellado y vuelto tu personalidad en algo que jamás imaginaste. Sinceramente ya es algo tarde para cambiar.

Aunque no es que lo hayas querido así, es más bien que ya no te sale. Las palabras ya no salen con la fluidez de cuando eras un niño. La conexión entre tus palabras y tus sentimientos se rompió y ellos fueron remplazados por tu lógica. Eso no impide que lo sigas intentando, y no te rindes simplemente porque Watson merece la lucha interna por la que estás pasando. Realmente quieres ver la cara de Watson cuando le digas que tú también le correspondes.

Decirle a Watson que lo amas es solo una de tus metas para hacerlo feliz de verdad. Porque nadie más se lo merece y porque hacerlo te hará ser el Holmes merecedor de John Watson.

El mismo John Watson que te salvó de ser alguien sin sentimientos.

El John Watson que admiras y respetas.

Pero sobre todo, ese John Watson, aquel al que tanto amas...

El anhelo de HolmesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora