CAPÍTULO I

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Otro año de instituto. Las mismas preocupaciones, los mismos pensamientos. El estrés ocupa un 1% en mi mente, ya que, no dejo de pensar en Sebastian, aquel chico que hipnotiza con su mirada y seduce con su sonrisa.
Nadie de mi clase había llegado. Fui a sentarme al banco que está en frente de la fuente. Me gusta observar los árboles mientras estoy ahí, es un lugar muy tranquilo.

Sin embargo, mis pensamientos no dejaban de embriagarse en Sebastián, el sonido del agua caer y la tranquilidad que aquel lugar me brindaba, causó que mis fantasías volvieran a mi mente otra vez. Al cerrar mis ojos, me di cuenta de que todo lo que necesitaba en ese momento era Sebastián, que me otorgara su calor, la comodidad de sus brazos y los besos de su boca.

Mi pícara imaginación hizo que me sonrojara y que mi ropa interior se mojara... Al menos no me preocupaba, no es que hubiera alguien aqu-

—¡Mei! ¿¡Qué es lo que piensas!?— dijo mi mejor amiga, Val.
—¿Yo? A-Ahm... ¡Nada! no estaba pensando en nada...— dije nerviosa. Podía sentir como mis mejillas ardían de la vergüenza. No imaginé que Val llegaría justo en ese momento.
—¿Ah sí?— dijo. Me temo de que Val esté planeando algo. —¿¡Qué me dices de esto!?— dijo y me levantó la falda del uniforme, dejando expuesta mi ropa interior toda mojada.

—¡O-Oye! ¿¡Qué crees que haces!?— me levanté haciendo que la falda vuelva a su puesto.

—Vaya Mei... No sabía que eras una pervertida— soltó una pequeña risa. Ella sabe que se debe a Sebastián.

—¡Y-Ya basta!— hice pucheros. Me da vergüenza que se diera cuenta de que estaba pensando en Sebastián de esa forma.

Sonó el timbre.

—Venga. Tenemos que ir— me agarró del brazo y caminamos hasta el aula.

Cuando llegamos al aula, todos mis compañeros estaban ahí. Val se fue a saludar a unos viejos amigos. Yo me quedé sentada en mi asiento, viendo a lo lejos, ese hermoso cabello negro. Aquel chico alto que brillaba desde que entrabas al aula... Sebastián.
Otra vez, me sentía nadando en un mar de cerveza. Automáticamente mis ojos se cerraron, me embriagué de pensamientos, en cada uno de ellos estaba Sebastián, estaba en el punto de que, si no lo tenía en frente, explotaría.

—Oye— me dijo alguien. Estaba tan concentrada en mis pensamientos que no pude distinguir quién me había hablado.

Me levantó la cara. Abrí los ojos y la persona que vi fue...

—¡Sebastián!— exclamé. Estaba agachado en el suelo, a la altura de mi silla. No pensé que hubiera una posibilidad de que fuera Sebastián la persona que estuviese ahí. Inmediatamente lo vi, mis mejillas comenzaron a arder otra vez.

—Oye, tranquila. Te vi a lo lejos, estás muy caliente, ¿quieres que vayamos a la enfermería?— dijo acariciando mi cabello corto para sostener mi rostro.

¿E-Enfermería? Es decir, ¿vamos a hacer algo ahí? ¡NO! ¡De ninguna manera Sebastián haría algo conmigo! A ver, dijo que estoy muy caliente, no puedo creer que Sebastián quiera hacer algo conmigo, ¡es como un sueño!

—Oye, ¿estás bien? Deberíamos ir, allí pueden darte algo para la fiebre.— dijo él.

Oh... Entonces él cree que tengo fiebre, él no quiera hacer algo conmigo...

—¡No! Digo, estoy bien, no necesito medicamentos.— le dije y desvié la mirada, fue un momento vergonzoso para mí.

—¿Estás segura? La verdad creo que deberías ir— dijo y se fue. Había llegado el profesor.

Las horas pasaron muy rápidas. Se sentía como si hace minutos fueron las 7:00 de la mañana.
12:45 de la tarde, salí del aula, no me despedí de Val. Fui corriendo a ese hermoso lugar, y me senté en aquel banco en frente de la fuente.

Cerré mis ojos, quería llegar tarde a casa. Abracé mi mochila junto a mí y me dejé llevar...
Comencé a embriagarme otra vez con Sebastián, comencé a pensar en sus ojos, su boca, su voz...
Sus manos suaves acariciando mi cabello y mi rostro, cuando se preocupó por mí y cuando se fue.

Duré un buen rato pensando en él. Vi el reloj y eran las 13:20 de la tarde.
Ya era hora de ir a casa.

Fui caminando hacia la salida del instituto, directo a tomar el bus hasta mi casa.
Me senté a esperar el bus, pero, comienzo a sentirme rara, me voy embriagando poco a poco, no era aquella sensación satisfactoria que sentía antes, era todo lo contrario.
Mi vista se oscurecía lentamente, obligándome a ir cerrando los ojos.

Pero antes de cerrarlos, solo veo una cara sonriente que reconocía muy bien.

Mi boca pedía a gritos decir su nombre...

—¡Sebastián!—

Mi Perfecto Amor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora