Primer día
Primera semana
Jueves
Había pasado todo el día en el despacho, apenas un descanso tomando un sándwich. Acabada su jornada le apetecía andar, era una noche estrellada a finales del mes de mayo. Cuándo salió de la comisaría decidió no coger el coche a pesar de vivir a cinco kilómetros de su trabajo. Sabiendo que al día siguiente volvería a pie o en taxi. No importaba a qué hora llegaba, nadie lo esperaba desde hacía cuatro años.
Mario Melero, era el único que estuvo en la academia. Su padre, Álvaro y su abuelo también fueron policías. A sus treinta y cinco años tenía mucha experiencia, defendía la ley y el orden con ahínco. Fue lo que vivió de pequeño en su casa. Consciente de que sería el último de la saga de los Meleros como policías, con él se terminaba. Venía de un divorcio superado, en el que no tuvo descendencia.
Trabajaba en el grupo de criminología. En la jefatura donde se encontraba Santiago España. El comisario y su padre, trabaron muy buena amistad al investigar juntos en un caso.
Santiago aceptó su solicitud, por el aprecio que los unía, decidió que si era la mitad de bueno que su padre, merecía la pena tenerlo en su unidad.
Mario pidió el traslado cinco años atrás, a raíz de las pesquisas que hizo sobre un malhechor que acabó siendo detenido, marcó huella en él durante los seis meses que se prorrogó la investigación.
Se identificaba en parte con el delincuente. Su metódica forma de actuar, la pureza con que trabajaba; siempre actuaba solo. Eso hizo que lo admirase, sabiendo que no era lo correcto.
Su detención se produjo debido a un error de cálculo. En la escapada, tuvo que dar un salto de casi dos metros de distancia, al ser de noche no lo ajustó bien, se precipitó al vacío desde una altura de cuatro metros. En un hombre de goma como ese, la caída no fue mortal, se fracturó la tibia, el peroné, y contusiones en el costado.
Al saltar la alarma, los vigilantes de seguridad lo retuvieron hasta que llegó el inspector.
En el juicio le sentenciaron a una condena de doce años y un día, al no estar fichado se le reduciría a las tres cuartas partes. Apenas cumpliría encerrado cuatro. Mario supuso que estaría libre con la condicional, tras el tiempo transcurrido.
Dirigió sus pasos a su domicilio, a esa hora todavía no era de noche, las luces de la urbe se encendían a medida que él iba avanzando. Se adentró en una gran avenida, el eje principal de la ciudad. Poca gente deambulaba, individuos con prisas que salían de su trabajo hacía sus residencias, otros calmados haciendo las compras de última hora. Ese gentío a su alrededor, le daba impresión de compañía, a pesar de transitar a su lado sin saludar ni mediar palabra alguna, cada uno a lo suyo. Desde que fracasó su relación, la soledad era su aliada, le producía una sensación que le gustaba. Recordó los paseos que daba con su mujer, en las mismas calles que ahora caminaba, cuando todavía eran felices. Esa historia pasada, no podía continuar aferrada a ella, aunque lo marcaba. Vagó por callejuelas, y pasajes que le llevarían hasta su casa, sin prestar atención hacía donde iba, se dejó guiar por su instinto haciendo llevadero el camino.
El paseo duró poco más de hora y media, llegó a las nueve y cuarto de la noche, no se encontraba cansado, se dio una ducha quería relajarse. Mientras se estaba secando, sonó su móvil; era su hermanastra Rebeca Solís. Mientras la escuchaba, la notaba muy nerviosa. -Hola Rebeca, ¿cómo estás?
-Me gustaría quedar contigo.
-Me pillas en un mal momento, mañana imposible, adelántamelo.
-Solo te puedo comentar el que atañe a mamá. Cada día la veo peor, hace dos noches fui a visitarla, tenía unos moratones en los hombros que me hacen sospechar.
-Piensas que hay maltrato.
-No lo puedo confirmar. Ella lo niega.
En esos momentos no estaba preparado, no se encontraba con ánimo, para un encuentro con su hermana, y afrontar el problema de su madre. -Si ella lo desmiente y no denuncia. No puedo llegar y detenerlo, mamá se volvería en contra de mí, no querrá ni verme.
-Como no lo puedo asegurar mejor dejarlo. Aunque estoy muy preocupada con el asunto, también quiero verte por otro tema que a mí me afecta.
-Anticípame de que quieres hablarme.
-Es un tema personal, prefiero hacerlo cara a cara.
-¿No me puedes decir nada? No me dejes así en ascuas, dame una pista.
-No, no quiero hablarlo por teléfono. Solo que tiene que ver con José María.
-¿Quién es esa persona?
-Ya te contaré cuando nos veamos.
-Ahora mismo no sé cuándo nos vamos a ver. En cuanto tenga un hueco, quedamos.
-No lo pospongas mucho que estoy un poco inquieta.
-Rebeca, lo antes posible te llamaré, puede que mañana haga una escapada y podamos comer juntos.
-Sí, procúralo, gracias Mario.
Cuando colgó, Mario se preparó un bourbon. Ese que se tomaba todas las noches con unos cubitos de hielo después de su trabajo cuando llegaba a casa. Se quedó muy pensativo, ¿qué sería eso que tanto la intranquilizaba, y no quería contar? ¿Ese tal José María, nunca lo había mencionado? Se acordaba de su prometido, no se llamaba así, ¿Quién sería esa persona? Intentaría comer con ella, haría una pausa, se ausentaría de la comisaría, no lo podía demorar.
Sobre el primer asunto que mencionó también le preocupaba a él. Sabía que ni Andrés Solís, ni Álvaro, iban a mover un dedo. Mabel fue la culpable en los dos casos del divorcio, eso él lo sabía. Era su madre, tenía que ayudarla a pesar de que se negase.
Tras terminar su bebida, decidió acostarse, esa conversación, lo estaba inquietando.
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ENCRUCIJADAS DEL DESTINO
Historical FictionMario Melero es un inspector del departamento de criminología, que tras recibir una llamada de su hermana, se queda muy preocupado. Intenta localizarla al día siguiente sin conseguirlo. Mientras, es acusado de un delito que se ha cometido en su prop...