La Isla

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La figura de la embarcación desaparecía en la niebla, a distancia, se podía percibir lo que llevó a Luciana ahí, una gran sombra negra, en donde lo último que se pudo divisar fueron dos siluetas de personas agitando su brazo.
Con la arena gélida lastimando sus pies, giró en si misma para ver el lugar en general. Todo estaba cubierto de una fría y espesa niebla, por lo cual no podía ver con claridad a distancia y lo único que percibía era figuras de árboles y vegetación extrañas a la distancia.
El mar estaba atrás suyo, las olas golpeaban fuerte en las piedras y el viento le volaba el pelo. Creyó que era un sueño, se lavó la cara con el agua salada a pesar de estar helada. No despertaba. Vio su reflejo y pudo ver su pelo negro despeinado por el viento, sus ojos marrones con grandes ojeras y la herida que tenia en el centro de su frente ya cicatrizándose. No entendía porqué estaba allí; estaba sola frente a una costa desconocida, en medio de una fría, espesa y blanca niebla que lo único que hacía era despistarla cada vez más. Tenía frío y por mas que haya estado temblando, no lograba entrar en calor. Sabia que cualquier lugar que no sea la costa estaría bien y seria un lugar más cálido, pero en cada paso que daba sentía su piel cortándose por el frio.
Se armó de valor, trató de ignorar el dolor y de a poco se fue adentrando en el terreno desconocido. Su vista se volvía mas amplia y mientras caminaba, el océano desaparecía detrás de ella. El calmo sonido de las olas permanecía, pero a pesar de eso estaba asustada, desconcertada y seguía pensando como había llegado allí, qué es ese lugar y por qué estaba ahí.
Llegó a un lugar con el piso más cálido, cubierto de pasto; a su alrededor, habían palmeras, arbustos, arboles altos con hormigueros en sus raíces. Intento agarrar una hoja, pero cada vez que intentaba mover las manos no podía. Cada intento era inútil ya que sus manos permanecían amarradas a su cintura y, cansada de intentar, vencida por algo desconocido, se tiro de rodillas al suelo.
El cielo hizo una leve iluminación y acto seguido se escuchó un fuerte ruido que la hizo saltar en si misma. Se acercaba una tormenta.
No sabía donde estaba, no podía mover sus manos y el cielo relampagueaba cada vez más seguido; intentó de nuevo mover sus brazos, pero no pudo. Trató de ver en su cuerpo qué la mantenía así, pero no logró ver nada y de un segundo al otro, una gota cayó sobre su frente. Una, dos, tres y de repente el repiqueteo de las gotas y olor a tierra mojada inundó el ambiente. Estaba sola, sin poder moverse, en medio de una tormenta en un lugar completamente desconocido; la angustia la invadió y en poco tiempo las gotas cayendo sobre su cara se mezclaron con sus lágrimas.
Se desplomó en el suelo. Se durmió y al abrir los ojos de nuevo, se dio cuenta que el día había cambiado. El sol brillante estaba sobre su cabeza, se sentó y no había mas niebla. A pocos metros de ella, vio una figura humana asando lo que parecía ser un pez en una fogata. Miró a su alrededor y todo era mar. Norte, sur, éste, oeste; todo detrás de la vegetación y la arena terminaba en un claro color celeste y de fondo el recto horizonte.
Estaba en una isla.
La anciana dio vuelta en sí y le preguntó:
-¿Por qué estas tirada sin hacer nada? Levántate y camina, tenes el mundo a tus pies
-¿El mundo a mis pies?- preguntó confundida - ¿Qué querés decir con eso?
Sin respuesta, continuó con su fuego.
Luciana se apoyó contra un árbol y se levantó, comenzó a dar vueltas en círculo sin sentido, pensando, buscando un porqué.
La anciana caminó hacia ella y continuó:
-Estás acá, ¿por qué tuviste que llegar? ¿era necesario que llegues a éste momento?
-¿Éste momento? - respondió distraída
-¿Contestas una pregunta con otra pregunta? Siempre fue lo mismo en tu caso, sin respuesta, con todo en tus manos pero nada a la vez.
Antes que la deje contestar, la anciana siguió:
-Estamos acá por vos, no fuiste capaz de pensar y nos condenaste en ésta isla.
Nos.
Luciana paró en seco. Se dio vuelta y se acercó despacio hasta que quedaron enfrentadas y observó detenidamente a la mujer.
Miró su pelo negro volando detrás de su cabeza, se vio reflejada en sus oscuros ojos marrones pero se detuvo en la cicatriz inconfundible que tenía en el centro de su frente. Atónita, comenzó a retroceder de a poco y en el momento que iba a correr, la anciana dijo:
-No corras, nadie puede escapar de si mismo. Soy yo, soy vos. Soy la cordura e inteligencia, la parte sabia que todos tienen pero pocos usan; la que tan escondida está pero tan fácil es encontrarla.
De un segundo al otro, Luciana sintió algo corriendo por su cara, se tocó la nariz, sintió mojado y cuando se vio la mano, vio sangre. La herida de su frente, que ya estaba cicatrizando, se había abierto. Quiso limpiarse, pero recordó que no podía mover las manos, le quiso pedir ayuda a su parte sabia, pero antes de que pudiera hablar, un fuerte dolor de cabeza la mareo y cayó de rodillas al suelo.
Fuertes imágenes venían a su cabeza: discusiones entre ella y su madre, gritos, llantos, una cachetada y la última visión fue un cuchillo en su mano. Abrió los ojos y la parte sabia levantó su voz:
-Todo es tu culpa, tus caprichos, tu falta de comprensión- mientras hablaba, su tono se volvía mas agresivo - sabes la razón por la cual estas acá y cegada por tus estúpidos pensamientos no logras aceptarlo. Crees que la vida es una línea en subida, llena de alegrías y que todo va a ir siempre bien, pero no logras ver lo que tenes ante tus ojos: no existe una subida sin una bajada y el primer paso para progresar es dejar atrás tu orgullo para...
La anciana tenía un palo en la mano, y en el momento que lo levantó en el aire para pegarle a Luciana, una flecha se clavó en su pecho y paró en seco su discurso. La flecha la sorprendió, aterrorizada quiso pararse y correr pero no pudo. Si estaban solas en la isla, y la anciana era su parte sabia, ¿qué disparó la flecha?.
Se puso de pie, tenía muchas cosas en la cabeza,: las palabras de su sabiduría, el asesino de ésta y junto con todo esto, las visiones volvieron: el mismo cuchillo en su mano, gritos llenos de miedo que decían un constante "solta el cuchillo, te vas a arrepentir"; las manos de su madre agarrándole las muñecas, ambas forcejeando y el dolor de un corte en su frente.
Las visiones pararon y Luciana entró en razón:
-No... no puede ser...
El fuerte dolor volvió y las visiones también: vio su mano izquierda con sangre mientras en la derecha tenía todavía el cuchillo en mano; recordó el sentimiento de ira y después de eso, todo se volvió negro.
Se había desmayado y cuando despertó estaba en el mismo escenario que el día anterior: el frío viento del mar mezclado con la blanca y espesa niebla que bajaba su temperatura corporal. Se paró de nuevo y ésta vez podía usar sus brazos. Dio vueltas desesperadas porque el cadáver de su sabiduría había desaparecido y se encontraba sola de nuevo; desesperada se llevó las manos a la cabeza, las palabras de su parte sabia le daban vueltas en la mente y el dolor fuerte de cabeza que daba paso a las visiones volvió; pero ésta vez no pudo ver nada, continuaba el negro y sentía como clavaba el cuchillo repetidas veces en algo desconocido. Cuando retomaron las imágenes, vio sus manos y brazos con sangre y tumbada en el suelo, su madre sin vida.
-No la necesitabas - escuchó desde atrás de ella y asustada se volteó. No vio nada, hasta que vio su propia sombra frente a ella: tenia su misma estatura, era completamente negra pero en su cara, tenia una venda tapando sus ojos. Aterrorizada y confundida, Luciana retrocedió pero su sombra continuó hablándole:
-La mataste, sin vueltas.
-Es imposible - respondió con lágrimas en sus ojos - no puede ser.
-La mataste. La asesinaste. Acabaste con su vida. Tu madre, la que te vio nacer y crecer. Llorar y reír. Bailar y cantar. Le quitaste la vida.
"No puede ser, no puede ser, no puede ser" repetía sin parar Luciana mientras las lagrimas caían mojando la fría arena. "No puede ser, no puede ser, no puede ser", y su mirada estaba perdida entre la niebla. No puede ser y llorando, temblando, a penas pudiendo respirar, buscó consuelo en su sombra; su parte fría, la parte que sin pensar: actuaba. La ira, la violencia y la desesperación.
Ella se apoyó en el pecho de su sombra, con las manos en su cara sin parar de llorar y ese fue el momento en el que, sin pensarlo dos veces, la daga se clavó en la espalda de Luciana, quitándole la vida.
La ira ganó y se adueñó de la isla que sin saberlo, había creado.
Se adueñó de la isla, de la mente. Se adueñó de Luciana ya que sin su inteligencia y su parte neutra sólo quedaba un resultado nulo, un resultado negativo.
Sólo quedaba el producto del descontrol. Había asesinado a su madre y con esto, sin saberlo, se quitó su vida y todo lo que era de ella, lo contaminó su ira.

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