El regreso del pasado

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La penumbra de la habitación le provocaba un extraño estremecimiento y, a pesar de que el lugar se mantenía cálido, no dejaba de temblar. La angustia crecía en su corazón. En el pasado hubiera jurado que aquel hombre era capaz de autodestruir su vida, antes de hacerle daño a ella; pero la mirada gélida y llena de resentimiento que le regaló al abrir la puerta, la hacían ya no estar tan segura de ello.

El movimiento de las blancas cortinas, que flanqueaban la ventana, la ponía nerviosa. Junto a esta, su anfitrión se había mantenido de pie, únicamente observando el exterior a través de los cristales, sin emitir una sola palabra. Ella hizo lo propio: observarlo a él.

Ambos habían esperado este momento durante los últimos años de sus vidas, pero en uno de ellos la esperanza se había ido apagando día a día. Claro que ninguno había previsto que ese momento estaría lleno de tensión, y mucho menos, que se presentaría en circunstancias tan adversas como las actuales.

La habitación se iluminaba con el resplandor de la luna, que en unos días más estaría totalmente llena, por lo tanto, aunque se filtraba buena luz por la ventana, no era suficiente para iluminar por completo el lugar. El denso silencio, combinado con aquella tenue oscuridad, hacía creciente la incomodidad de la joven, quién se debatía entre levantarse y encender las luces, para no interrumpir el silencio impuesto por su anfitrión, o bien solicitar que las luces fueran encendidas. Finalmente optó por lo segundo, pues algo en su interior le decía que tomar la confianza de encender las luces sin permiso no sería bien visto por el joven, aún cuando en el pasado hubiera sido otra la cuestión.

Justo cuando se disponía a decir en voz alta su solicitud, el joven habló. La muchacha olvidó al instante el asunto de las luces, concentrándose en la pregunta, llena de resentimiento, que lanzó su interlocutor.

— ¿Por qué?

Una pregunta que hubiera dejado confundido a cualquiera, pero no a ella. La joven no necesitó que aclarara la pregunta, sabía a lo que se refería, y no pretendía engañarse, ni engañarle, fingiendo que no entendía sus palabras.

"¿Por qué?".

Buena pregunta. Muchas veces ella misma se la había hecho, claro que por motivos diferentes a los de él. Recordó aquellas noches en que se pasaba horas en vela, llorando por los sucesos que la rodeaban y siempre preguntándose el motivo.

Ahora era él quien le hacía la pregunta, pidiendo una explicación de su conducta. Pero ¿tenía derecho? Ella estaba segura que no. Sin embargo, y a pesar de que tenía motivos de sobra para creer que había hecho lo correcto, algo le decía que él se merecía una explicación, ese algo que estrujaba su corazón y al mismo tiempo hacía que su cerebro gritara: "¡No merece nada de ti, nada!".

Vaya contradicción.

Finalmente y con voz temblorosa, soltó las palabras que acudieron a su boca.

—Estaba embarazada y sola, mi padre me presionó. No me quedó más opción.

En el joven rostro del hombre se dibujó una media sonrisa forzada, que asimiló más bien la forma de una mueca, mientras sus orbes zafiro reflejaban furia. Una explicación simple, lógica y fácil. Sobre todo fácil. ¿Desde cuándo ella se iba por la ruta fácil? O ¿acaso había estado tan ciego y, realmente, nunca la conoció?

Se había enamorado de ella porque no se conformaba con las facilidades que la vida le había otorgado; tenía sueños, ilusiones y esperanzas. Luchaba por lo que creí, siempre, incluso cuando tenía todo en contra...

¿Qué había sido de todo aquello? ¿Por qué de repente siguió la ruta fácil que la vida le brindó? ¿Acaso no había desafiado a su padre antes? ¿Por qué no lo hizo cuándo más tenía que hacerlo?

Nunca es tardeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora