Afueras del Distrito Karanese, este del Muro Rose.
Año 838 (siete años antes de la caida del Muro María.
El Sol apenas había empezado a salir cuando salté de la cama y corrí hacia la puerta. Esa noche había dormido muy bien y, extrañamente, no tenía hambre como para desayunar. De la prisa casi se me olvida vestirme. Madre siempre me regañaba por la ropa que llevaba. No recuerdo bien si era porque estaba sucia o "era poco apropiada para una señorita", o tal vez ambas cosas. De todas formas, aquella mañana no estaba preocupada precisamente porque mi ropa pudiese gustar o no a madre. Escogí lo primero que me encontré: la vieja camisa descolorida de padre, unos pantalones largos y una chaqueta verde que me habían comprado la semana pasada en el mercadillo de la ciudad. Por último, como siempre, me puse las gafas.
Bajando las escaleras me encontre con madre. Estaba cabizbaja y arrodillada, mirando hacia la ventana en dirección al enorme muro al lado del cual vivíamos. Aquel muro, aquella monstruosa parez grisacea me había aterrorizado desde que tenía uso de razón. No sabía porqué, pero cada vez que paseaba junto a ellos, sentia como si me estuviesen obervando...
-!Hange¡ ¿Se puede saber que haces despierta tan temprano?- Me sorprendió madre, sacándome de mi ensimismamiento.
-¡Buenos días,madre! Padre me prometío que iríamos al arroyo a cazar ranas, pero con la condición de que fuéramos muy temprano, por lo que...
-Ah, ya. La tonteria esa de la que hablasteís anoche en la cena. En ese caso mejor que te vayas ya. Y por favor, no armes tanto escándalo la próxima vez- Dijo con voz áspera y claramente malhumorada.
Antes de que pudiese siquiera pedirle perdón, madre se dió la vuelta y volvió a bajar la cabeza. "La he vuelto a interrumpir durante sus rezos", pensé. Madre no se andaba con tonterías a la hora de demostrar su fe. De pelo castaño oscuro, nunca hubiera sabido decir si lo tenía largo o corto, pues siempre lo llevaba recogido con un moño, incluso mientras dormia. De tez muy blanca y cuerpo delgado, se podía ver en su rostro que sus mejores años habían pasado hace tiempo. No era una mujer alegre, pues apenas sonrreía a o hacía cualquier otra cosa que no fuese rezar o tareas domésticas. Parece que lo único que la proporcionaba placer y dicha era adorar a los muros e ir a la pequeña iglesia del pueblo. Era muy amiga del pastor Derrik, prácticamente la única persona con la que tenía buen trato. En ese sentido, era muy distinta a mi padre...
¡Ostras, padre! A aquellas alturas, me estaría esperando desde hace un buen rato. Sin despedirme de madre, abri la puerta y eche a correr.
Al ser tan temprano, apenas había gente en las calles del pueblo. Un par de hombres preparando los utensilios del campo, ensillando algunos caballos o preparando a sus perros para salir a cazar, pero poca cosa más. Era un lugar tranquilo, a pesar de estár cerca de la ruta principal que conectaba el Karanese con Miruna, en el Muro María. Con apenas dos docenas de casas y edificios pequeños, era una localidad relativamente modesta y de escasa relevancia.
El paisaje, eso si, era hermoso. Desde que tenía uso de razón, me había encantado correr por la pradera y revolcame en la hierva. El bosque cercano era peligroso, pues se rumoreaba que había una banda de se dedicaba a secuestrar personas. Al parecer, la Policia Militar había conseguido atrapar a algunos de ellos, pero otros habían escapado hacia el sur, hacia la ciudad llamada Shiganshina. Otras historias igual de alegres eran las de otras personas que se dedicaban comerse a otras personas, aunque estos si fueron finalmente detenidos. Estas historias me helaban la sangre y me daban ganas de llorar y de no salir de casa. Madre lo sabía, por lo que ella era quién no paraba de recordármelas, a pesar de las quejas de mi padre. Sawney, Bean... jamás podría olvidar los nombres de aquellos monstruos asesinos.
Pero ahora no era el momento para recordar esos cuentos de terror. Hoy tocaba disfrutar con padre en el lago. Padre, médico de profesión, siempre se había mostrado mucho más cercano y alegre conmigo. Me contaba muchas cosas que él conocia del mundo, tanto de los animales como de las plantas y como vivían. Era un apasionado de la naturaleza y nuestras conversaciones me llenaban de curiosidad por conocer más y más del mundo. Y, aunque le costase hablar por la tos y los mareos, él siempre satisfacía mis deseos de conocimiento.
Cuando llegué al lago, padre ya estaba allí, sentado en su peculiar silla con ruedas. Hacía ya algún tiempo, tras un accidente de carro, que no podía utilizar las piernas, necesitando una silla especial fabricada solo en la capital, la cual solo pudimos permitirnos con la ayuda de todos los vecinos . Desde el borde la orilla, con lo que parecía una rana en la mano, me saludo efusivamente.
-¡Hange, cariño, mira esto! He conseguido capturar un especimen, tal y como te prometi. ¿No te parece una criatura preciosa?- Me dijo, con los ojos llenos de expectación ante mi posible respuesta. El brillo de sus ojos contrastaba con lo sucios que estaban sus brazos y sus piernas y los evidentes signos de cansancio en su cara.
-¡Guau! Que bonita es, padre. ¿Puedo tocarla?
Antes de que me diese tiempo a responder, la rana saltó sobre mi antebrazo, quedando ambas frente a frente. Era un animal precioso, verde por arriba y blanquecino por abajo. De pronto, su parte blanco de infló, lo que me dió un gran susto y casi hago huir a la pequeña ranita. Padre, riéndose, me tranquilizó.
-No te preocupes, Hange. Es algo normal. Lo utilizan para comunicarse y saludar a otros de su especie.
Las palabras de padre me tranquilizaron, permitiéndome observar a la criaturita con más comodidad. Embelesada ante el pequeño anfibio, fui a preguntarle a padre como la había capturado.
Fue cuando me volví para preguntárselo cuando vi el libro que sostenía por primera vez.
-Padre, ¿que libro es ese? Nunca lo había visto antes.
El rostro de padre cambio bruscamente, como si hubiese visto un fantasma. El libro, por lo que veía, era muy, muy viejo. El título era apenas legible, mientras que sus hojas estaban tan amarillentas y desgastadas con la fachada de una casa en ruinas. No era muy grueso, pero padre lo sostenía con mucha fuerta con ambas manos.
-No es nada que te interese, Hange- La frase parecía de un desconocido que no conociese mi "extrema curiosidad infernal", tal y como decía madre.-Venga, vamos a buscar algunas amigas para tu ranita, ¿vale, cariño?
Estupefacta, obedecí a mi padre. Lo que se prometía como una mañana relajada y llena de diversión junto a él, acabo siendo una excursión tensa, con padre escondiendo como podía aquel misterioso libro de mis constantes miradas. Poco antes de la hora de comer, ambos hambrientos, decidimos volver a casa. No habíamos capturado ninguna rana.
Nada más volver, y sin decirle ni una palabra a madre, padre enfiló el pasillo, abrió la puerta cerrada con llave de un armario pequeño y se metio dentro. A los pocos minutos, salió sin la chaqueta, sin los zapatos...y sin su libro. No me dirigió la palabra el resto del día.
Sin embargo, apenas me di cuenta de eso. Mi curiosidad no había hecho más que crecer a lo largo del día y, para cuando era ya la hora de la cena, estaba más de decidida.
¿Qué habría en ese libro que a padre tanto le aterraba?
Continuará.
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Hange Zoë: Orígenes.
Short StoryAños antes de la caida del Muro Maria, una niña de cabellos alborotados y curiosidad insaciable empieza a descubrir el mundo junto a su complicada familia en las afueras del distrito Karanese. Su nombre es Hange Zoë , y esta es la historia de su pr...