Capítulo VII: Dejé Mi Corazón En Un Apartamento De Manhattan

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No es que no sepa de fútbol americano, después de todo, muchas apuestas se manejan a su alrededor (al igual que otros deportes, eventos, y hasta si el Primer Ministro va a decir una grosería durante una transmisión en vivo desde el Parlamento), pero no era algo de mi interés; lo mío, era la música, y me costaba fingir interés, entusiasmo o animos al respecto.

En especial cuando mi chica era experta y la encargada de de hecho, expresar tales emociones a la vista del público.

—¡Denme una H! ¡Denme una O! —bociferó al volumen más alto que sus pulmones le permitían la capitana de las animadoras, Elena, justo antes de aquel evento de cultura y apoyo estudiantil a nuestros equipos representativos del colegio.

Siguió así con cada una de las letras del nombre Hopewell, y debo admitir que ahí, llegué a casi sentir admiración. ¿Cómo le hacen? ¿Cómo pueden tener tales energías ante algo que me parecía soso y sin importancia?

A mi alrededor, multitudes de mis compañeros; algunos con un interés legitimo, como en mi caso, el ser novia de una de las participantes del evento. Otros, castigados que sólo se encontraban en tal hora y tal lugar para llenar gradas.

Algunos traían letreros, otros banderas o banderines; dependía en última instancia de las dos razones dadas previamente: novias y novios de los jugadores, animadoras y otros involucrados tenían más en juego en tales juegos.

Yo parecía más a gusto a lado de los obligados, el problema era, como deben suponer, que me empecé a sentir muy mal; Jo me podría reclamar por hacer justo lo mínimo. Casi quería darme de topes con una pared; puedo ser una perra en muchos otros aspectos de mi personalidad, ¿pero me costaba tanto dar un extra? ¿Ir más allá de estar presente y sonreír? ¿Por qué tenía que ser así siempre, inclusive, con quién en teoría, quería más en este mundo?

—¿Crees que algún equipo gane algo? —me murmuró Dalia; sí, la invité, o más bien, me la traje. Quizá ahora estudiaba en una elegante academia privada, pero pensé que no le caería mal un buen baño de pueblo.

—¿Cuentas lesiones?

—N-no.

—Entonces, yo no pondría dinero, o confianza en algún atleta de Hopewell High; o en sus profesores, sistema, o... el caso es que, no confiaría para nada en este maldito lugar.

—¿Sabes Harriet? Siempre me has dado la impresión que eres más inteligente de lo que...

—¿Parezco? ¿Eh? ¿Entonces sugieres que luzco como una idiota?

—¡No, no fue eso lo que intenté decir! —Dalia casi salta de su lugar del susto, y sí: con toda honestidad, estaba gruñona, y alcé mi voz de más a una persona inocente.

—Lo lamento Dal —dije—. Es que, tantos ruidos, gritos y vitoreos me alteran; es extraño. Solo estoy acostumbrada a gritos de reprobación, así que oír gritos dichosos es como, confunden a mi cerebro.

—Bueno, si me hubieras dejado terminar —acomodó sus anteojos—, es que, la Academia Trudeau a la que asisto puede parecer muy elitista, pero siempre dan oportunidades a estudiantes que prueban su valía en los estudios; sé que tienes cabeza, pero no te gusta aplicarla a ellos. Si lo hicieras, quizá tendrías chance de venir a estudiar a un lugar con libros de texto impresos después de la Gran Depresión.

—Debe ser bonito leer en Estudios Sociales algo sobre cómo quizá "el lenguaje e ideas de Vladimir Lenin podrían marcar un nuevo rumbo en la política en este siglo"...

—Técnicamente, es cierto. Bueno, lo fue para el siglo pasado.

—Ja, es verdad —asentí—, pero no me veo como una estudiante de escuela privada; es tentador el pensar en todas esas billeteras listas para ser robadas, pero eso de los uniformes realmente me quita el interés.

Sé Bien Lo Que Hice Este VeranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora