- Dos con cincuenta –dijo Marina, con mucho sueño y acercando su tarjeta SUBE hacia el lector.
- ¿Hasta dónde vas, nena? –la frenó el colectivero, de muy mala gana.
- Hasta la facultad de Sociales.
El colectivero, desoyendo lo que ella había dicho, le cobró dos con setenta, porque los colectiveros son así: si se levantaron con el pie izquierdo, son capaces de ni frenar en la parada.
Marina, ignorando este pequeño altercado, se dirigió hacia la parte trasera del transporte, esperando encontrar un asiento disponible. Entre el bolso, el café enorme que tenía en una mano y las hojas y hojas de apuntes en la otra, no sabía cuánto iba a aguantar de pie; teniendo en cuenta lo mal que manejaba aquél señor. Esa misma mañana tenía parcial de Sociología y se había matado estudiando toda la semana. Pero como estamos hablando de la oportunidad de promocionar la materia, casi no había dormido la noche anterior. Con cara de pocos amigos, observó el panorama: para empezar estaban todos los asientos ocupados, plagado de madres con sus hijos gritando, de adolescentes con uniforme de colegio hablando mal de sus profesores, un señor de edad avanzada hablando a los gritos por teléfono y un par de chicos de su edad, sentados tranquilamente escuchando música en su mayoría. Uno le llamó la atención… desde lejos se dio cuenta de que estaba escuchando Blink 182, una de sus bandas favoritas. Lo vio como la opción más viable, así que decidió sostenerse, como pudo, cerca de él, para por lo menos escuchar un poco de música mientras se preparaba para el examen. Empezó a tararear la letra de “After Midnight”, la canción que escuchaba el pasajero. Éste se dio cuenta, y la miró de reojo, llegando a ver apenas como cantaba por lo bajo le letra. Él se sonrió, pensó en hablarle, pero… ¿qué iba a decirle? “Hola, me llamo Ignacio, veo que te gusta la misma banda que a mí, porque te estaba mirando extrañamente mientras estudiabas, ¿te gustaría tomar un café? Ah bueno, veo que ya tenés uno, nos vemos” y después bajarse del colectivo, aunque esa no fuese su parada. Ella estaba tan perdida en la canción, que le tomó unos segundos darse cuenta que estaba siendo observada. Miró hacia abajo, y se encontró con los ojos de un joven de su misma edad, observándola. Ambos se quedaron por lo menos unos siete segundos estancados mirándose.
- Disculpá mijito, ¿no me dejarías el asiento? –una anciana con muchas bolsas interrumpió el momento. “Si me siento acá es para que no me pidan el asiento, ¿no?” pensó para sí mismo, y con una sonrisa fingida le dio el asiento.
Parece que Marina se dio cuenta de esto, porque esbozó una sonrisa en lo que se sonrojaba luego del pequeño momento compartido. Ignacio procedió a pararse cerca de ella, con ambos auriculares en los oídos, que hace segundos se había sacado para escuchar a la señora, y la música tan alta que apenas podía escuchar sus pensamientos. Él estaba en uno de esos días que todos tenemos, estilo “que nadie me moleste porque no respondo de mi”; hace poco se había peleado con un amigo porque… bueno, dejemos eso de lado, no es importante. Además, le habían subido el precio del alquiler que a duras penas podía pagar, lo que significaba que o recortaba gastos o se tendría que mudar con otra persona… o peor, con sus padres de vuelta. Ya los podía escuchar en su cabeza diciendo “yo te dije que eras demasiado joven” o “sabíamos que era muy pronto para que te fueras”. Bueno, creo que cualquier chico con 23 años que no soporta a sus procreadores desde hace ya años (cinco, para ser exactos) se conseguiría un trabajo con sueldo básico y se largaría de su casa lo antes posible. Tenía un departamento medio pelo en San Telmo al que amaba y había decorado con la poca plata que le quedaba cada mes.
Volviendo a la situación, Marina intentó concentrarse. Le pareció muy pintoresca la situación, con la mirada y la música de fondo (de los auriculares que estaban a punto de estallar por el volumen excesivo), pero tenía que estudiar. Viniendo de una familia de médicos, sabía que tendría que esforzarse más que toda su familia entera para probarles a sus padres que podía tener éxito en su carrera elegida: Trabajo Social. Ella era una chica muy simpática y linda, pero no hay que dejarse llevar por las apariencias: era terca, malcriada y testaruda. El día que dio la noticia de la elección de su carrera, hubo gritos, insultos, golpes bajos y más (de ambas partes, por supuesto). Ella quería probarle a su familia que se podía triunfar y vivir holgada y cómodamente trabajando de eso. Su madre fue un poco más comprensiva, pero por otro lado su padre… digamos que sacó las malas cualidades de él. No hablaron por semanas. Y hasta hoy en día, no llevan la mejor relación. Ella interfirió con los “planes de papi”, como solía llamarlos su tía. Y él nunca lo olvidaría. Y nunca dejaría que ella lo olvidara.
Ignacio cambió la canción. Esta vez se quedó escuchando “Jersey” de Mayday Parade. Otra de las bandas que le gustaba a Marina. No era de sus favoritas, pero escuchaba algunas canciones, ésta siendo una de ellas. Ni bien escuchó las primeras palabras se dio vuelta y ahí estaba él. Con una camiseta de You Me At Six, otro grupo musical del mismo estilo que los anteriores, que antes no había notado. En ese momento, sintió cierta emoción correrle por el cuerpo. Era difícil conocer gente a la que le gustara este estilo; la mayoría lo tomaba como “emo” o “muy ruidoso”. Ella escuchaba esta música no sólo porque le gustara, sino porque le hacía sentir que no era perfecta, contrario a lo que le había dicho su familia toda su vida. “Vas a ser muy exitosa, lo tenés asegurado”, “¿vas a estudiar lo mismo que tus padres, no?” eran sólo un par de las frases provenientes con las que sus ascendientes la habían torturado toda su vida, sin ir a las más drásticas. Estas canciones la hacían sentir libre, viva y por sobre todo, humana. Estaba expectante por hablar con Ignacio, quien todavía no conocía su nombre y viceversa. Quería saber cómo había conocido estas bandas, cuáles eran sus canciones favoritas, por qué las escuchaba, cuáles otras conocía y le gustaban. Abrió la boca para decir algo aprovechando su extroversión y su elocuencia con las palabras, y se dio cuenta que Ignacio la estaba mirando. Se sintió insegura, por un momento. “¿Qué pasa? ¿Tengo algo en la cara? ¿O en el pelo? Quizás en la ropa…” pensó ella, disimuladamente arreglándose el cabello. Lo que ella no sabía era que él la había estado observando hace ya un rato largo. Había quedado anonadado por su belleza, y la forma en que hacia pequeños bailes dependiendo la canción que estuviera escuchando en el momento. Marina lo miró de nuevo, esperando que su mirada ya no estuviera ahí, pero no. Lo cierto es que le parecía halagador. Una vez más, sus miradas se encontraron. Ambos abrieron la boca para hablarle al otro, y cuando notaron que iban a hablar a la vez, soltaron una pequeña risa y miraron hacia abajo. Ella dio un corto vistazo hacia la ventana y se percató de que estaba cerca de la parada en Independencia, y que la próxima era la suya. Sin decir nada, miró una vez más a los ojos de su compañero de viaje y corrió a tocar el timbre. Él examinó la situación y no pudo hacer nada para detenerla. En cuestión de segundos, Marina anotó algo en un papel, lo arrugó un poco, se lo dejó en la mano y se bajó rápidamente del colectivo. Se apuró a llegar a la puerta de la universidad, sin mirar atrás al encontrarse con algunos de sus amigos.
“Tenés muy buen gusto musical” leía el papel que desprolijamente había quedado a manos de Ignacio. Él sonrió, y apreció el gesto. Reflexionó sobre la realidad de lo que había pasado y no pudo evitar esbozar una sonrisa más grande. Este breve encuentro le había alegrado el día. Y nada podría arruinárselo ya: ni sus padres y sus comentarios desesperanzados, ni su amigo con sus problemas de actitud, ni el portero que lo venía presionando con el aumento del alquiler. Estaba extasiado. Sabía que seguramente nunca más vería a esa chica, pero no le importaba; le bastaba con haber tenido ese momento con ella. No necesitaba más, y ella tampoco. No estoy implicando que se hayan enamorado en lo que duró el viaje (que fueron alrededor de veinte minutos), sino que ambos se olvidaron de sus problemas por un corto tiempo. Ella de su parcial, de su familia, de la presión que sentía... y él de lo ya mencionado. Indirectamente, se habían ayudado a superar un momento complicado, a través de unas miradas incómodas e intentos de relacionarse con el otro. Jamás volvieron a encontrarse, ambos continuando con su vida normalmente, y con el tiempo olvidaron la cara del otro o las canciones que sonaban en el momento, pero no del tris que juntos compartieron.
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