Carta de amor de un Bielefeld.

Adiós, Yuuri

Adiós, Yuuri:

Sé un buen rey. 

Hay asuntos importantes que tengo que resolver. No vengas. Esta es mi misión, como miembro de la nobleza, como súbdito es mi deber cumplirlo. Si quieres la paz para nuestra nación, solo deja las cosas como están. 

No tuve la oportunidad de despedirme de nuestra Greta. Es más lista que tú, entenderá la situación. 

Debes saber que en estos instantes, desde donde estoy, puedo ver las flores Inocencia de Yuuri y Hermoso Wolfram. La brisa es fresca. Los pétalos de los rosales de mi madre hacen de esta una encantadora escena. El cielo está nublado, aun así, es hermoso el día. Es mi último día en  Shin Makoku.

Imaginé tantas veces que regresabas y nos sentábamos a tomar el té en familia, hablar de los progresos de Greta y escandalizarnos con las buenas nuevas que vienen con ella. 

También imaginé que regresabas y rompías el compromiso. Dejabas todo en la nada. Quería que volvieras pronto y le dieras término o continuación a esto que es lo nuestro, pero también no. Tenía miedo de lo primero. 

Ahora sé que lo nuestro estaba destinado a fracasar. Tenías razón Yuuri, necesitas a alguien, solo esa persona podría con esto. Esa persona no soy yo. Lo sabía, siempre lo supe, solo me negué a aceptarlo. 

Me voy con la certeza de que serás un buen rey. Ya no eres un enclenque, ya no eres mi enclenque, no necesitas más de mí.

Eres la persona que más alegrías me ha dado, al que le debo toda mi felicidad, aunque también, la más grande de mis tristezas, una acompañada de la soledad.

Sé que he destrozado tu vida, que sin mí ya estarías comprometido con alguien a quien realmente quieras, incluso casado y con una familia diferente. Quizá eso hubiera sido mejor.

Verás que no puedo escribir esto adecuadamente, es por el frío que me tiemblan las manos.

Sé un buen rey y un buen padre.

No sé cuánto tiempo pase hasta que puedas leer esto.

Te extrañé tanto Yuuri, tanto que el alma se me desgarraba.

TE AMO. ADIÓS.

                                                                                                                                              —Wolfram von Bielefeld