Parte II

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Sherlock se quedó unos segundos en los brazos de John, disfrutando su aroma. Sherlock, a pesar de ser más alto que John, se sentía tan protegido en los brazos del rubio. No había sentido eso en años, desde que era pequeño más precisamente.

Unos pequeños toques en la puerta los hicieron separarse rápidamente. John se dirigió a ella, abriéndola y mostrando a la señora Hudson quién traía en un recipiente la cena de esa noche, además de una bolsa con lo que parecía ser media docena de rosquillas. Ella los consentía demasiado. La cena pasó rápida y John le había dicho a Sherlock que se quede en la sala con él y comparta unas rosquillas, mientras miraban algún programa en la televisión sin prestar atención realmente. Sherlock no estaba del todo convencido de la parte de las rosquillas, pero comería al menos una, por John. Veía como su mejor amigo devoraba esos panecillos dulces, llenos de azúcar y chupaba sus dedos, quitando el resto de lo que quedaba en ellos. 

—No has comido casi nada –dijo John al ver que Sherlock apenas había comido la mitad de una.

—Eso es asqueroso, no entiendo cómo puedes comerlo. Además quedó azúcar en mis labios y en toda mi boca, voy a lavarme los dientes e ir a dormir.

Con un pequeño asentimiento John le indicó que podía irse, así que lo hizo, pero antes tomó la caja vacía que yacía en el piso y fue a depositarla en el mostrador de la cocina. Al darse vuelta, notó que John estaba en la puerta, observándolo como si fuera una pequeña e indefensa presa. No sabía si le agradaba esa mirada.

—¿Qué? –le preguntó, intentando que el nerviosismo no se notara en su voz, retrocediendo apenas un poco sin darse cuenta.

—Estaba pensando, ¿No crees que debería ser yo el que evalúe si quedó la suficiente azúcar en tu boca? –y si Sherlock hubiese estado bebiendo algo seguro se hubiese ahogado. John rara vez hablaba así y Sherlock sabía que nunca iba a hacer lo que prometía, pero esta vez dudaba.

Y él nunca duda.

Al no recibir respuesta, John se acercó a Sherlock, tomando su barbilla y mirándolo a los ojos con una sonrisa descarada. Los ojos de Sherlock brillaban, haciendo que ese azul claro como el cielo resaltara aún más. No iba a mostrar ningún tipo de emoción, claro que no. John acercó su boca, siendo lo suficientemente lento como para tentar a Sherlock y volverlo loco. Lo sabía, John era el único que conocía lo suficientemente bien a Sherlock como para saber qué significaba cada movimiento que él hacía. Ventajas de vivir juntos hace años, creía él.

Pasó su lengua, tentativamente, por el labio inferior de Sherlock, a la vez que su mano libre se apoyaba en su cadera. Lento y tortuoso, y Sherlock ya se sentía completamente loco. El pelinegro sintió cómo su respiración se cortaba instintivamente, sintiendo la lengua de John en sus labios. No era como si nunca se hubiesen besado, pero esto se sentía diferente. Diferente a esos besos amistosos (porque los amigos se besan, ¿Verdad?). Sentía que esto iba a ir más allá. John lo besaba profundo, lento y largo, haciendo que Sherlock se maree lo suficiente como para tener que sostenerse del mostrador detrás de él, sintiendo que iba a caer debido a la debilidad que se estaba presentando en sus piernas. John intensificó el beso, metiendo su lengua dentro de la boca del más joven, sintiendo ese gusto dulce proveniente del azúcar de las rosquillas. Sherlock estaba decidido a no emitir ningún ruido, no iba a dejar que John ganara, pero con él jugando con su lengua de tal manera lo sentía bastante difícil. 

Y se perdió. Se perdió completamente cuando sintió cómo John empujaba sus caderas contra las suyas, haciéndolo sentir lo duro que estaba por Sherlock. 

—Maldito bastardo –habló el pelinegro entre besos. John sonrió un poco antes de repetir la acción, podría hacerlo mil veces si lograba escuchar esos hermosos sonidos provenientes de su mejor amigo. No tenía ningún problema.

Sherlock se sorprendió un poco al sentir cómo John bajaba sus manos hasta la parte trasera de sus muslos y lo levantaba, depositándolo sobre el mostrador y haciendo caer la caja vacía. A veces olvidaba lo fuerte que era su compañero de piso. John seguía barriendo la boca de Sherlock con su lengua, y éste se estaba repitiendo una y otra vez que no tenía que dejar escapar esos suspiros que estaban en la cima de su garganta, amenazando con salir. No tenían mucho espacio ya que tenían alacenas, pero eso significaba que iba a estar más cerca de John y que él podría sostenerlo. Dios lo necesitaba, necesitaba todo de él.

John se separó para mirarlo a los ojos, sus pupilas estaban dilatadas y sus labios rojos e hinchados, pero le encantaba, maldita sea que le encantaba. Esta vez fue Sherlock quien empezó el beso, tomándolo de la nuca y acercándolo a él, desesperado por más. Le molestaba que John tuviera una sonrisa de triunfo, le molestaba que tuviera una sonrisa tan bonita y besara tan bien. Le molestaba todo de él, pero a la vez no le molestaba absolutamente nada de ese ser humano.

Sin previo aviso, sintió la mano caliente de John sobre su estómago, bajando cada vez más y quedando peligrosamente cerca del botón de su pantalón. Bajó solo un poco más y tocó la erección de Sherlock, haciéndolo gemir en medio del beso y acercando sus caderas, en busca de más. Pero, como el maldito bastardo que era, John alejó su mano de ahí, palpando una última vez.

—John –se quejó Sherlock, casi lloriqueando. Lo necesitaba tanto, necesitaba ser tratado con urgencia. John se separó de él, tomando su mano y guiándolo hasta su sillón. Se sentó y le indicó a Sherlock que se sentara sobre su regazo, pero Sherlock no necesitaba una indicación para eso, él iba a hacerlo aunque su compañero no lo hubiese pedido. Rápidamente se colocó sobre él, subiendo su trasero hasta quedar sobre la erección de John, moviendo levemente sus caderas, haciéndolo enloquecer. John, quién tenía sus manos en las caderas de Sherlock, las había apretado en forma de reproche, indicándole que quería más. El pelinegro tenía sus dedos enredados en el corto pelo de su compañero de piso, tirando cada vez que John intensificaba el beso, o hacía algo que le gustara. ¿Por qué, de todos los hombres de Londres, le gustaba John? Oh claro, porque era atractivo, buena persona y un gran besador. Maldita sea que lo era.

John desabrochó el pantalón de Sherlock, metiendo una mano dentro de sus boxers, haciendo que el pelinegro soltara un gemido sorprendido y cada vez más excitado. La mano del rubio se cerraba de una forma increíble sobre su miembro y los movimientos que hacía eran una tortura. Tan lentos, cuando él necesitaba tanto. Sherlock, moviéndose un poco, sacó sus pantalones y los de John, junto con sus boxers. Hacía tanto calor en la habitación, todo daba vueltas, pero a Sherlock no le importaba. Tomó el miembro de John entre sus manos y comenzó a jugar con él, con movimientos apretados, que hizo que la cabeza de John se inclinara hacia atrás, soltando un jadeo. Viendo que su cuello había quedado al descubierto, se acercó a él, dejando besos y mordisqueando levemente entre el hueco de su garganta y su clavícula. 

Su mano no había parado, y le encantaba escuchar que John emitía esos sonidos por él, eso significaba que estaba haciendo un buen trabajo. Jugó con su pene como le gustaba jugar a él, cambiando las velocidades, la intensidad. Siguió mordisqueando y besando, logrando que su nombre salga de los labios rojos y entreabiertos de su mejor amigo.

—No dejes marca, mañana tengo trabajo –dijo con dificultad el rubio. Sherlock respondió con un pequeño sonido, sintiendo cómo John se estaba acercando al orgasmo. Con movimientos rápidos y bruscos, y algún que otro mordisco en su clavícula, logró que su compañero acabara, manchando su mano. Dejando que John recuperara su aliento y su compostura, observó su cuello, sí, había dejado marca, aún así cuando John le había dicho que no. John abrió sus ojos y observó a Sherlock que seguía sobre él, ahora un poco más alejado, solo con sus boxers y su pelo revuelto. Sus mejillas estaban rosadas y sus labios hinchados y rojos, la mejor imagen que podría pedir John.

—Estuviste increíble –dijo el rubio, dejando un beso en los labios de Sherlock. Éste sonrió satisfecho–. Podríamos repetir esto otro día...

—Definitivamente.

The End

ahora sí que es el final ah

Hypnosis | Johnlock [One Shot]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora