El origen

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Hessa siempre había sentido cierta debilidad hacia aquel chico. Y una parte de ella, por pequeña que fuera, le rogaba a gritos desde lo más profundo de su ser que no lo hiciera. Le gritaba que lo dejase estar. Pero ella no podía dejarlo estar.

—“Esto es lo que soy. No depende de mi. No puedo controlarlo”

Eran las palabras que se repetía a sí misma una y otra vez, tratando de creerse su propia mentira. Simplemente porque engañarse y dejarse llevar era mucho más sencillo que luchar contra su naturaleza.

Le observaba, escondida entre la oscuridad de la noche. Él se encontraba a la puerta de una taberna, fumando uno de sus cigarrillos. Los mismos cigarrillos que siempre estaba fumando.

Un tatuaje de un león negro sobresalía por debajo de una de las mangas de su camiseta. Y el humo de aquel cigarro, por momentos, dificultaba la visión que la chica tenía de su rostro.

Comenzó a caminar hacia el, con paso firme. Los altos tacones negros resonaban bajo sus pies a cada paso que daba. Sus ojos color miel centraban toda su atención en el objetivo.

Cada vez se encontraba más cerca, preguntándose a sí misma una y otra vez si hacía lo correcto.

¿Realmente debía hacerlo? ¿Realmente no tenía elección?

Pero estoy adelantando acontecimientos.
Para que esta historia tenga algún sentido, debería empezar a contarla por el principio.


Todo comenzó hace mucho tiempo. Mucho más del que imagináis. Concretamente, hace más de setecientos años.

Corría el año 1301. La familia Leghere convivía tranquilamente en una aldea situada al norte de América. Sus vidas, a pesar de los numerosos problemas cotidianos, eran relativamente felices.

Entre las muchas otras actividades que realizaba junto a su familia, la favorita de Hessa era acudir cada mañana al mercado local, acompañada por su madre, su padre y su hermano pequeño.

Pero aquella confortable vida familiar terminó para ellos el día en que Hessa cumplió dieciocho años. Aquel día, algo en su interior cambió, y ya nunca volvió a ser la misma.

Algunos contaban que llevaba dentro al demonio. Que estaba poseída. Otros creían que estaba dominada por un poder maligno y oscuro que nadie podía explicar.

Cuando algo lograba disgustarla, sus ojos se tornaban negros como el azufre. Adquirió, de la noche a la mañana, una fuerza como nadie había visto nunca antes. Poseía la capacidad de incendiar aquello que deseara con tal sólo una mirada. Pero el peor don de todos, el que incluso ella misma describiría como una maldición, era el efecto que sus besos causaban en aquellos que los correspondían.

Existió un hombre. Uno al que ella amaba como nunca antes había amado. A la temprana edad de diecisiete años, ya escuchaba a las malas lenguas hablando de sus inminentes nupcias. Pero, a su pesar, nunca llegó a celebrarse aquel enlace.

Fue un día veintisiete de febrero. Aquella fecha la recordaría bien. Los numerosos habitantes de la aldea dedicaban cada minuto de sus días a tratar de darle caza. Todos ellos, incluida su amada familia, que la tomaba por un ser demoníaco. Todos, excepto él.

Su prometido, que a pesar de lo que contaban las malas lenguas, e incluso de lo que sus propios ojos habían contemplado, ni por un segundo había dejado de amarla, trató de ayudarla a escapar.

Ambos acordaron reunirse aquel mismo día al anochecer, a las afueras de la aldea. Desde allí tomarían cualquier camino, si importar a donde les condujera, y caminarían sin descanso hasta encontrar un nuevo hogar, sin importarles el tiempo que les llevara; pues se tenían el uno al otro, y no necesitaban nada más.

Mas su plan no resultó como deseaban.

Ella llegó a la hora acordada. Y allí estaba él. Fue admirable el brillo que lucían sus ojos al ver llegar a su amada. Ella corrió hacia él. Y ambos fundieron sus cuerpos en un cálido abrazo.

Pero había algo que ella no había tenido en cuenta. Pues, los insistentes y obstinados aldeanos, obcecados con la idea de acabar con la vida de la joven, habían seguido sus pasos hasta aquel lugar.

Corrieron hacia ellos, como si en aquello les fuera la vida. Tardaron apenas unos minutos en acabar, entre todos, con las vidas de ambos. O al menos eso les pareció.

La chica despertó unas horas después. Se encontraba realmente desconcertada. Abrió los ojos, lentamente. Observó el lugar. Ya había amanecido. Trató de recordar lo ocurrido, y fue entonces cuando lo comprendió.

La ira de aquellos aldeanos había estado cerca de terminar con su vida. Pero ella seguía viva. Eso era lo importante.

Al menos, lo fue por unos segundos, hasta que, al voltear su rostro, pudo advertir el  deteriorado cadáver del único hombre al que había amado.

Lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, de forma incontrolable. Trató de hacer un esfuerzo para llegar hasta él, y así poder abrazarle una última vez. Y, entre sus brazos, darle un último beso.

Pero, en el momento en que sus labios rozaron los ajenos, algo inexplicable sucedió. Los ojos de aquel chico, que permanecían abiertos, se volvieron rojos como la sangre, y por un instante pareció recuperar la vida que le habían arrebatado. Su boca se abrió, como si tratase de decir algo. Y entonces, de nuevo perdió el conocimiento.

Ella, aún atónita, pudo sentir en su propio pecho el último suspiro de su adorado prometido. Tras ello, enterró su cadáver junto a un árbol situado a pocas millas del lugar en que había sido asesinado.

Huyó de aquella aldea. Pero no sin antes visitarla una última vez.

A la noche siguiente, tras ponerse el sol, comenzó a visitar una a una las casas de todos aquellos que habían participado mínimamente en el crimen que se había cometido. Y en cada uno de esos hogares, terminó con las vidas de aquellos que habían tenido la osadía de retarla.

Tan sólo sus descendientes se salvaron de aquella masacre, pues decidió mantenerlos con vida para que, de esa forma, tuvieran más descendientes. Y, comprobada su inmortalidad, juró volver a aquel lugar cada cincuenta años para acabar con una nueva generación de aquellas familias.

Viajó alrededor del mundo durante los días siguientes. Semanas. Meses. Años. Siglos.

En cada uno de los países que visitó, arrebato más vidas de las que en un futuro podría recordar.

Con el tiempo, comenzó a cambiar de parecer. Se convenció a sí misma de que aquello que muchos consideraban una maldición, era en realidad un don, que alguien había decidido otorgarle para que pudiera, de esa forma terminar con las vidas de quienes no considerase merecedores de una oportunidad.

No sentía ningún remordimiento al acabar con la vida de un despiadado asesino, o de un deplorable violador.

Su lado oscuro estaba cada vez más visible en ella, y con cada vida que arrebataba, perdía también un trocito más del alma que un día tuvo.

Eso nos devuelve a la actualidad. En el año dos mil dieciocho. Pero aún falta un largo camino para llegar a la situación que exponía al comienzo...

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