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Kyoutani resopló mientras recogía un par de balones de voleibol desperdigados por el suelo. Después del entrenamiento tenía que ir a trabajar. El pobre chico se enfrentaba a otro día agotador. 

Aunque su apariencia no fuera la más agradable del mundo, tenía un corazón de oro. Siempre lo negaba e intentaba ocultarlo, por el bien de su reputación de "chico salvaje". Kyoutani trabajaba para poder ayudar a su madre con la economía familiar. No se podía decir que vivían bien pero vivían.

Salió del gimnasio con una mueca de disgusto sin despedirse de sus compañeros de equipo.  Caminó rápidamente para llegar a tiempo al lugar en el que trabajaba.

La entrada de la tienda tenía una pequeña estantería de hierro plateada en la que había expuestos distintos tipos de flores. En el estante de arriba había claveles y rosas y en el de abajo, tulipanes y margaritas. Por suerte, si entrabas en la tienda, existía mucha más variedad. La puerta de la entrada era transparente y en el cartel de arriba podía leerse con claridad "Floristería Miyagi" en letras verdes salvo las íes, que estaban dibujadas en forma de flor amarilla. Concretamente, como si las hubiera dibujado un niño de tres años.

Kyoutani puso una mano en la puerta y se abrió hacia dentro. Saludó a su compañera con una sonrisa inusual y entró en la trastienda. Esta semana le tocaban los turnos de la media tarde. Normalmente trabajaba los fines de semana por la mañana pero, para rematar el mal día que estaba teniendo, un compañero de trabajo se había cogido la baja por lo que ahora tenía que cubrir su puesto.

A esas horas siempre tenían muchos clientes, sobre todo en las fechas en las que estaban. Pronto sería San Valentín. Hoy era 13 de febrero y viernes, el día más agotador de la semana, en opinión de Kyoutani. 

Iba a ser un día duro. 

Refunfuñó y se puso el delantal. Este tenía una rosa dibujada en el centro y un bolsillo dónde guardaba unas tijeras especiales para cortar las espinas de las flores.

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Después de ver como el rubio se marchaba de la cancha, Yahaba se quedó hablando con el capitán del equipo, Oikawa. Hablaron sobre los fallos que habían cometido en ese entrenamiento y discutieron sobre diferentes métodos de resolverlos. De pronto, se dio cuenta de la hora. Era demasiado tarde, la tienda a la que tenía pensado ir iba a cerrar en cuestión de minutos. Aún tenía que hacer un recado importante.

—Lo siento, capitán, tengo que marcharme. —Le dijo a modo de despedida mientras metía la botella de agua en la mochila para luego cerrarla por completo.

—¿A dónde vas?

—A la floristería. —Respondió cogiendo su mochila del suelo y poniéndosela en la espalda.

—¿Vas a comprarle flores a tu novia?

Oikawa levantó un ceja a lo que Yahaba se sonrojó. Por instinto, negó con la cabeza, pero la forma en la que jugueteaba con sus manos temblorosas decían lo contrario. Pensó para sus adentros que no tenía sentido esconderle cosas a su capitán pues tenían una confianza inquebrantable. Se dio por vencido y tras unos minutos de titubeo, respondió.

—No es mi novia. —Sus labios temblaron por una milésima de segundo.— Y no es una chica. —Respondió en un susurro. —Le voy a pedir que sea mi novio mañana. Seguro que me dice que no pero quien no arriesga no gana.

Yahaba levantó la mirada hacia su capitán con los ojos llorosos pero mostrando una sonrisa llena de esperanza y tristeza.

—Yahaba, ¿eres gay? —Le puso una mano en el hombro y lo miró con los ojos abiertos como un búho. —¿Y quién es el afortunado que se ha ganado el amor de nuestro Yahaba-chan?

Floristeria Miyagi; KyouhabaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora