Ya vienen

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La pequeña Karen se encontraba profundamente dormida, correteó tanto durante el día que terminó agotada.  Durante el transcurso de la noche comenzó a inquietarse, daba vueltas y vueltas sobre su cama, hasta que ya no pudo más y se levantó. Estaba toda empapada en sudor y su pecho subía y bajaba a toda prisa.

Karen decidió ir al baño, y luego regresó a su habitación.  Iba a subir a la cama, cuando sintió un escalofrío recorrerla de pies a cabeza.  Sentía que alguien la observaba, pero al todo estar oscuro no podía afirmarlo.  Estiró su mano hasta la lámpara sobre la pequeña mesa que se encontraba junto a su cama y la encendió.  Miró a todas partes, pero no había nadie.

Por un momento pensó que pudo ser parte de su imaginación, cuando de repente un sonido ensordecedor inundó toda la habitación.  Llevó sus manos a sus orejas y se hizo un ovillo sobre la alfombra.  Comenzó a gritar, llamaba a su madre con desesperación y apretaba sus ojos cerrados asustada.  Sintió que alguien la zarandeaba y comenzó a gritar más fuerte que antes.

—¡Karen, detente! ¡Soy yo, mamá!— Su madre desesperada intentaba calmar a la niña, pero no tenía éxito alguno; Karen no reaccionaba.
—¡Mami ayúdame, por favor! ¡Haz que se detenga!

La madre una vez más intentó calmarla, hasta que al final lo consigue.  La niña al percatarse que era su madre quien la zarandeaba se lanzó a sus brazos.  Las lágrimas bañaban sus mejillas y las únicas palabras que salían de su boca eran: Tengo miedo, vienen por mí.  Su madre no tenía idea de lo que significaban aquellas palabras, no entendía de quienes hablaba.

—Karen, tranquila. Ya estoy aquí. Sabes que mami no permitirá que te hagan daño.— Le decía mientras acariciaba su cabecita. 

Clara estaba muy preocupada por su pequeña, pues no tenía idea de qué pudo haber provocado aquella reacción en ella.  El resto de la noche se quedó con Karen, para que así se quedara tranquila y se durmiera. 

Al día siguiente Clara decidió preguntarle a su hija por lo sucedido la noche anterior, pero para su sorpresa la niña no recordaba nada.  ¿Cómo podía ser cierto tal cosa? Su hija nunca había hecho algo así. Quizás fue una pesadilla, pensó y prefirió olvidar todo lo ocurrido.

Cuando llegó la hora de dormir llevó la niña a la cama, la tapó con las sábanas y le dio el beso de las buenas noches.  Se fue a su cuarto y se dejó ir de espaldas a la cama.  Había sido un día agotador en la escuela, pues sus estudiantes no paraban de corretear por todo el salón de clases y fueron un dolor de cabeza seguro.  Comenzaba a quedarse dormida cuando se sintió algo preocupada y se levantó de su cama para asegurarse de que la niña dormía tranquila. 

Estaba frente a la puerta, su mano sobre el pomo, cuando pudo ver que salía una luz por debajo de la puerta.  Por un momento pensó que Karen estaba despierta, pero cuando abrió la luz se fue de inmediato.  Entró y se encontró con una Karen dormida y suspiró dando por hecho que lo imaginado.  Para asegurarse de que no había de qué preocuparse inspeccionó toda la habitación.  Luego se fue a su cuarto aliviada, pues todo estaba bien.

A los pocos minutos, Karen se sobresaltó al escuchar algo caer.  Se sentó y buscó a ciegas hasta encender la lámpara, para luego buscar con la mirada lo que la había despertado.

—¿Mami, eres tú?— Preguntó algo asustada.  No recibió respuesta...

Karen retiró las sábanas y se levantó decidida a buscar lo que sea que se había caído.  Fue a encender la luz para tener mejor iluminación, cuando sintió una presencia a sus espaldas.  Tragó saliva nerviosa, y se preparaba mentalmente para gritar en cualquier momento.  Se fue girando lentamente y en ese momento la lámpara se apagó.  En esos momentos sintió mucho miedo y retrocedió hasta que su espalda quedó pegada a la pared.  Abrió sus ojitos asustada y levantó la mirada para encontrarse con una figura enorme frente a ella, pero no podía distinguir qué era con exactitud.  Levantó su cabeza hasta poder ver a los ojos a aquello que la miraba directamente y sin pestañear.  Eran unos ojos grandes, y al mirarlos le recordaba al cielo en una noche estrellada.  Aquello frente a ella la escudriñaba de pies a cabeza, como si fuera algo que jamás hubiera visto.  Levantó su mano derecha con lentitud, con intenciones de tocar a la niña, pero ella comenzó a gritar. 

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