Capítulo 8

122 12 2
                                    

Apareció aquel mocetón enfundado en el mono blanco.

—¿Cuánta?
—Llene el depósito —dijo Jade con suavidad.

El mozo era Zayn. Había varios empleados por allí. Uno le limpiaba el parabrisas, el otro le miraba el aceite. Zayn sostenía la manguera con mano segura. Miraba hacia el frente y sus ojos marrones tenían una rara expresión de ansiedad o anhelo.

—Ya está —dijo asomando la cabeza por la ventanilla.

Jade lo miró.

—¿Es usted... Zayn?

Este asintió con un breve movimiento de cabeza, entretanto daba el cambio a Jade.

—¿Quiere subir un rato conmigo Zayn? Soy... amiga de Perrie.

Él se agitó.
Quedó con los billetes en la mano enguantada.
Apresuradamente se quitó el guante y agarró la ventanilla del auto.

—Es usted amiga...
—Sí.
—Subo —con un vozarrón fuerte, ordenó—. Encárguense de esto. Volveré luego.

Subió al auto y Jade lo puso en marcha.
Hubo un silencio.
El auto dio la vuelta a la gasolinera y emprendió la marcha, calle abajo.

—¿Lo sabe... todo?
—Todo.
—¿Por qué?
—¿Por qué... qué?
—Perrie es reservada. No se da fácilmente. ¿Por qué con usted...?
—Soy su jefa. Me llamo Jade... Soy la directora de la guardería...
—Ah. Piensa que yo... soy un monstruo.
—No.
—¿No me retrató así mi mujer?
—Sólo... un poco despiadado para dos ancianos enfermos.
—No eran ancianos y no estaban enfermos. Y yo tenía ilusión... —casi gritó—. Ilusión con mi mujer. Poner hoy mi piso y mañana comprar mi cama, y pasado un perfume para mi esposa, y al día siguiente o al mes siguiente comprar la salita... ¿Nunca tuvo usted esos anhelos? Tuve que irme. Todo cuanto ganaba se lo llevaban las medicinas. Yo no tenía nada contra mis suegros, pero limitaban mi vida amorosa. Le restaban fuerza, vigor. ¿Entiende eso? No, no es fácil de entender. Hay que vivirlo para saber lo que es.
—Me imagino lo que será. Pero tú abandonaste a tu mujer. No le diste explicaciones.
—¿La mandó Perrie?
—No, Zayn. Me habló de ti. Ayer la dejaste ante la puerta de la guardería. Fue a mi...
—¿Le dijo... que la besé?

Jade parpadeó.

—No —dijo al rato—. Eso... no me lo dijo.
—Tampoco le dijo que reconoció mis labios, y mis manos, y mi aliento. ¿No se lo dijo?

Ya sabía lo que quería saber.
Zayn Malik amaba a Perrie. La amaba con toda la fuerza de su ser, que no era poca.

—No podía decirme nada de eso. Zayn —murmuró quedamente—. Es cosa suya. Suya y tuya, entiende. Yo quería conocerte. Quería saber si eras capaz de hacer feliz a Perrie.

Zayn se inclinó hacia ella.
Tan grandullón, tan fiero, y a la par tan niño, para preguntar con anhelo.

—¿Y qué... piensa ahora?

Jade sonrió.

—Me parece que la amas de verdad. Te voy a dar un consejo, Zayn. Por lo mucho que aprecio a Perrie, y por lo que empiezo a apreciarte a ti... reclámala.

Zayn respiró fuerte.
Tenía las mandíbulas cuadradas, rígidas.

—Me odiará siempre.
—Ponla en el dilema de elegir. La separación legal o reanudar la vida en común.
—No puedo soportar su odio.

Lo miró con admiración.

—¿Hasta ese extremo la quieres?
—Más aún. He pasado sin dormir y sin comer. He vendido caramelos en los bares. He traficado en drogas. Sí, sí. No me mire de ese modo. No soy un monstruo. He trabajado en los muelles. He vendido carbón. He pasado noches enteras en los cabarets vendiendo tabaco, viendo cómo los demás se divertían. Y he comprado, al fin, la gasolinera a base de letras. ¿Sabe usted cuándo terminé de pagar mi negocio? Hace escasamente un año. Después compré una casa. Para ella. Porqué yo contaba con encontrarla algún día. He caminado muy despacio todos estos años, pero no pensando en mí. En ella, únicamente.
—Mucho la quieres.
—Daría... qué sé yo lo que daría por tenerla a mi lado. Por volver a empezar. Me gustaría —volvía a poner cara de niño ingenuo y no lo era—. Sí, sí, me gustaría encontrarla ahora, en cualquier esquina. Y poderle echar un piropo e invitarla al cine. Empezar así...
—Reclámala legalmente. Amenázala con esa reclamación.
—No quiero forzarla. La amo demasiado. Ya desistía de encontrarla, y de repente, al verla otra vez... sentí como si toda la sangre se revolviera en mi cuerpo. Como si me rompieran las venas en mil pedazos. No sabe usted lo que es eso.
—Lo estoy sabiendo —dijo bajo, enternecida—. Tendrás mi apoyo. Haz algo fiero, como tú eres. Pídele una entrevista en la guardería.
—Oh, no. Nunca me perdonará...
—Tienes que hacerlo así. Después, tu ternura, tu consideración, tu amor... vencerá lo demás.
—¿Y si no es así? ¿Y si la pierdo? ¿Y si me odia para siempre?

Ponía expresión desolada. Tanto que Jade no pudo evitar de deslizar su mano hacia la de él y oprimírsela largamente.

—Eres un buen muchacho, Zayn. Has hecho algo terrible para Perrie. Ella adoraba a sus padres. No se da cuenta que tú, por razón de vida, no podías adorarlos igual. Pero de todos modos eres un buen muchacho y mereces a Perrie. Haz lo que te digo —el auto daba de nuevo la vuelta en torno a la gasolinera—. Hazlo cuanto antes. Tienes pleno derecho legal. Yo te apoyaré.

Zayn respiró fuerte. Sus venas se hincharon un poco.

—Si la pierdo... nunca se lo perdonaré a usted.

Jade sonrió.
Le palmeó el hombro.

—No me cabe duda alguna de que eres un excelente muchacho. Zayn. No tendrás ocasión de guardarme rencor, te lo aseguro. Pero, ah, cuidado. En tu casa, cerca de ti, en la intimidad del hogar, tienes dos alternativas. O perderla de una vez o ganarla despacio. Tú, que tanto la amas, oblígala con tu conducta a olvidar el pasado. Debe ganarla tu ternura. Zayn, no tu pasión.

—¿Podré? —se agitó tan grandullón, como un crío ansioso.

El auto se detuvo.

—Podrás. El mismo amor que le tienes a Perrie, te ayudará a poder.

Always on your way (Zerrie) {Adap.}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora