Capítulo I | Rudis Veritas

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AVANCE DEL LIBRO



Las noches en el Valle de Invierno nunca fueron tan placenteras y frías, llenas de luces y ruidos de satisfacción y dolor. En una cuadra se podía manifestar el movimiento de las masas con su toque espiritual y sosegado, y a los 75 metros un grupo de mujeres podrían estar fácilmente ultrajando a un hombre de las peores maneras imaginables sin necesidad de usarse a ellas mismas. Un ambiente que demandaba, sin duda alguna, la lucidez completa desde un perro hasta la de un anciano.

"No hay maldad ni pureza, solo personas con deseos y su pasión por conseguirlos", se decían los ciudadanos de cuando en cuando para justificar ciertas acciones cuestionables. Era un estado independiente, con la típica "justicia" en el bolcillo de un rico e hipocresía y traición en cada núcleo familiar y de amigos. Los días, por otro lado, eran soleados, con orden en las calles, si una colilla de cigarro en la banqueta o heces de un perro en el parque. El orden debía prevalecer por sobre todo bajo la luz del día, dejando que el sol observara una envidiable ciudad, sin saber acerca de su amargura mental.

Desafortunadamente, en la noche de un 30 de agosto, la más violenta en décadas, un amable joven, sin protección ni habilidad alguna para defenderse a sí mismo ni a los suyos, se encontraba a la puerta de una bonita casa, manifestando su inquietud con el golpeteo de su zapato contra el piso.

—Una muerte, un suspiro, el ultimo parpadeo, rosas amarillas, Ricitos, somos sangre, respira, llora si quieres, te amo, pedazo de mierda, dinero, placer —repetía la novia del chico, agarrándose su cabello con desesperación mientras fingía estar ocupando el baño.

Él la estaba esperando, dijo que no tardaría. Iba media hora tarde de la hora a la que debía tomar el autobús, pero a pesar de ello, se negaba a irse sin el beso que sabía, iba a añorar cuando llegara a su casa. En el mismo instante en el que miró su teléfono por quinta vez, ella salió del baño, arreglada y tan bella como si no acabara de tener una de sus usuales crisis.

—¿Estás listo? —le preguntó, fingiendo que estaría bien en el momento que se fuera.

—Listo —respondió acercándose—. ¿Vas a estar bien?

Ella lo miró tiernamente y asintió, acariciando con su rostro la mano que él puso en su mejilla. Luego el chico tomo sus pequeñas manos y las besó, interactuó con ellas y, al voltearlas, vio que estaban rojas, con marcas de sus propios dedos al haber hecho presión, entonces la miró.

—¿Sucedió otra vez?

—Ya no es tan constante —respondió apresurada—, es solo cuando pienso en lo que puede pasar y lo que no quiero que pase otra vez, pero te prometo que no lo voy a hacer otra...

—No tienes que disculparte porque hayas tenido un ataque ansioso, Mack —la interrumpió al tomarla del mentón—. Creo que es parte de ser humanos y de adelantarnos a querer hacer las cosas bien —ella bajó su mirada, afligida—. Solo vayamos un paso a la vez, ya casi lo conseguimos. Lo que siempre hemos querido... Estamos más cerca que nunca, y si en el camino caes, pues te cargo en la espalda hasta que quieras correr.

Mack sonrió y lo abrazó, sintiendo que el corazón y el estómago le iban a explotar de tanto que sentía.

—Eres una excelente chica y una grandiosa persona, lo que has tenido que hacer todo este tiempo, fue solo una manera de llegar a donde estamos, y estoy orgulloso de ti.

MEDUSA © PróximamenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora